Por José Luis Ramos Salinas
Cuando en el año 2002, se produjo la
gigantesca e impresionante protesta de la población arequipeña contra la
privatización de Egasa y Egesur; Juan Manuel Guillén, en ese entonces alcalde,
propuso como alternativa de solución al enfrentamiento con el gobierno, la
realización de una consulta popular en la que la ciudadanía decidiera
democráticamente si se procedía o no con la subasta de las empresas
mencionadas.
Tal propuesta fue rechazada de inmediato
por el gobierno, cuyos representantes manifestaron que si las decisiones de
Estado se iban a someter a consulta al pueblo, entonces seríamos una democracia
participativa, y que lo que está contemplado en la Constitución es que somos
una democracia representativa (tal argumento puede ser fácilmente rebatido,
pero ese no es el motivo de este artículo). En ese momento debió cambiarse el
objetivo de la protesta, puesto que la privatización era mucho menos importante
que discutir la esencia de la democracia peruana; lamentablemente, no se hizo.
Y la factura de ese error ya la hemos pagado varias veces y otra vez estamos a
punto de hacerlo, y parece que con muchas moras y penalidades.
El fujimorismo ha dado muestras explícitas e
implícitas de que piensa hacer en el Congreso lo que le dé la gana. Esto
obviamente atenta contra la democracia, pero para Fuerza Popular no es más que
acatar lo que llaman el “mandato popular”. Los seguidores de don Alberto,
consideran que si los votos del pueblo les dieron mayoría absoluta en el
Parlamento, es porque quieren que ellos gobiernen desde allí sin tener en
cuenta a ninguna otra agrupación política, ni siquiera a la que ganó la
presidencia. Aún así van a tener que ceder un poco, como dejar algunas comisiones
en manos de otros partidos, pero no como un gesto democrático, sino en
cumplimiento del reglamento interno.
La pregunta aquí es si la democracia consiste
en la tiranía de los votos, o si las mayorías parlamentarias solo indican quién
debe liderar los debates y los consensos. Es evidente que el fujimorismo ni
siquiera es un consenso en su interior, sino un aparato eficiente en ejecutar
la voluntad de su dinástica dirigencia. Los consensos los construye comprando tránsfugas.
Es también palpable que a Fuerza Popular le cuesta dialogar, lo suyo es la
amenaza, el insulto, el golpe. Entonces, el desafío actual del fujimorismo no
es tumbarse al gobierno como cree, sino transformarse en un partido
democrático. Si lo logra, habrá demostrado que la mitad del país estábamos equivocados;
si no, esa mitad, tendrá que recuperar la democracia para el Congreso.
*Publicado en el diario Exitosa del 15 de julio de 2016
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