Por José Luis Ramos Salinas
Creer, como sostienen no pocos en nuestro país, que quienes se ubican en la izquierda, son un peligro para la democracia; es como pensar que en un terremoto lo peligroso es quedar sordo por el ruido.
Mientras descubrimos que la política nacional no es algo que se maneja entre compadres, sino entre tíos y sobrinos; y a cada escándalo le sigue uno mayor y que los vicios cometidos por una agrupación política no son la prueba de la inocencia de las otras, sino de los niveles insospechados de cinismo a los que pueden llegar; vamos perdiendo de vista eso en lo que quienes están en el poder y quienes tienen posibilidades de relevarlos están de acuerdo. ¿No debiera llamarnos a sospecha que un par de carteras hayan causado tantos titulares y un acuerdo comercial que compromete la soberanía del país y su futuro a penas si haya merecido atención de las corporaciones mediáticas? ¿No preocupa que las baterías políticas contra el gobierno estén desde hace unos meses disparando sin tregua por lo que fuere, y por un tratado que se negoció bajo la mesa no haya ni una bala de salva? El peligro no está en aquello por lo que se enfrentan el gobierno y la oposición, sino en aquello en lo que tienen consenso.
Nos referimos al Acuerdo de Asociación Transpacífico, TPP por sus siglas en inglés, que vincula a 12 países en aspectos claves, no solo de comercio internacional, sino también de políticas internas, y que tiene un alcance que equivale al 40% de la economía mundial. Este acuerdo se ha venido negociando desde hace años, bajo el impulso de Estados Unidos que actuó como operador político de las 600 corporaciones transnacionales que ven en él una gran oportunidad para controlar la economía planetaria. Por ello, es que era necesario que se hiciera en el más estricto secreto, sin que los millones de habitantes cuyas vidas se iban a ver afectadas tuvieran siquiera idea de qué se hacía a sus espaldas. El misterio terminó en parte cuando Wikileaks logró tener acceso a algunos documentos confidenciales y los publicó en Internet. El mundo se enteró de que quienes deciden el futuro son las grandes corporaciones a quienes nadie ha elegido ni dado poder político alguno. Pero a quienes se persigue es a Assange y a su gente. No es casualidad que los Estados firmantes del TPP se comprometan a combatir, lo que quienes gobiernan el mundo por encima de nuestras democracias llaman, “delitos informáticos” y hasta coloquen en la mira al periodismo de investigación.
¿Pero qué tiene que ver el periodismo de investigación con un acuerdo de comercio internacional? Pues eso mismo, que no se trata de comercio solamente, sino de políticas laborales, protección de datos, políticas de salud y hasta censura de contenidos en Internet. En suma, se trata de un golpe de estado corporativo, como se le ha llamado en Europa, en donde no pocos ciudadanos han salido a las calles para protestar contra lo que consideran un jaque a la democracia. Médicos sin Fronteras ha señalado que este acuerdo pone en peligro el acceso a medicamentos, porque se ha preferido las ganancias de los gigantes de la farmacéutica a la salud de los pobres; y la Electronic Frontier Foundation ha dado la alerta sobre el peligro que el TPP significa para quienes usan Internet como un ejercicio de libertad y democracia. Se trata de dos instituciones de prestigio mundial y a quienes no se les puede acusar de nada; aunque sin duda ahora sufrirán las consecuencias de enfrentarse a quienes controlan el mundo.
Si de verdad fuéramos demócratas, lo que no podríamos perdonar al gobierno de Humala es que haya aprobado el TPP a espaldas de la ciudadanía, y lo que no debiéramos perdonar a la oposición es que sobre este aspecto no diga nada. Cuando el próximo gobierno se haga cargo, vendrán nuevos escándalos, pero el TPP será “un triunfo” que el viejo y nuevo gobierno querrán disputarse.
Mientras tanto seguiremos tapándonos los oídos para que el terremoto no nos deje sordos, mientras las corporaciones transnacionales nos sueltan el techo encima.
*Publicado en el diario Noticias del 20 de octubre de 2015, Arequipa, Perú. En mi columna de opinión denominada Letra Menuda.
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