Por José Luis Ramos Salinas
Hace unos meses en Guatemala estalla un escándalo de defraudación aduanera en el que estaban implicados altos funcionarios del régimen; por sus características es difícil que hubieran podido actuar a espaldas de la cúpula de poder. Las autoridades judiciales así lo entienden, y aunque con tropiezos y a veces con lentitud, se inicia un proceso de investigación que alcanza a la misma vicepresidenta Baldetti quien ya purga prisión desde hace un mes. En esas circunstancias se desata la indignación ciudadana que toma las calles para exigir justicia y reclamar una actitud implacable contra la corrupción. Se hace evidente que el mismo presidente Pérez Molina sería parte de la mafia que intentaba enriquecerse con los dineros del Estado, pero éste, como suele ocurrir en estos casos, responde con bravuconadas. Los guatemaltecos y guatemaltecas no soportan la idea de tener un presidente que todo indica que es un ladrón y piden su renuncia, pero él se aferra al cargo, sabe que sin el poder de la primera magistratura del Estado su suerte estaría echada. A la indignación de los sectores populares se suma ahora la de los empresarios y de la casi totalidad de la denominada sociedad civil. La situación de Pérez Molina es insostenible, renuncia a su pesar y la justicia lo priva de libertad.
Al mismo tiempo hay elecciones en Guatemala y la ciudadanía usa como único criterio que no haya sobre el candidato o candidata sospecha de corrupción. Así resulta ganador Jimmy Morales, un cómico de televisión que exhibía como mayor virtud no haber sido parte del sistema político guatemalteco tan mal visto por los electores.
Esto que podría ser la historia de un país que se derrumba, es en realidad la historia de un país que intenta levantarse. La lucha contra la corrupción no es un síntoma de que algo está podrido, sino un síntoma de que la gente empieza a hartarse de lo que hiede. Bien por Guatemala, aunque la opción por Morales, en mi opinión, no es la solución sino a penas un paliativo.
En nuestro país las cosas van directamente en dirección opuesta. No estamos pasando por un proceso de lucha contra la corrupción, sino del camino de regreso hacia la misma.
En el colmo del cinismo, la corrupción empieza a ser blandida como bandera electoral. “Voten por nosotros, los corruptos, los que robamos millones, los que violamos los derechos humanos, los que convertimos a las Fuerzas Armadas en una cueva de ladrones, a la policía en nuestra fuerza de choque partidaria, al congreso en una caricatura grotesca, a las municipalidades en objeto de chantaje, al poder judicial en defensor de los corruptos, a los medios de comunicación en ventiladores de miasma contra nuestros enemigos políticos, y al SIN en un aparato de tortura, extorsión y planeamiento de crímenes bajo la adulación más ramplona de parte de los que ahora otra vez queremos el poder”, es lo que los fujimoristas han empezado a decir a diario.
No se trata de un partido político que se desmarque de sus cabecillas corruptos y asesinos, y que con un mea culpa intente llegar a la presidencia, no, nada de eso. Se trata de un partido corrupto que pone como héroe al jefe de la mafia, a quien ascienden a los cielos como “el mejor presidente de la historia del Perú”, en boca de Martha Chávez, que no es casual que tenga un lugar tan privilegiado en las huestes de Keiko. Se trata de una organización, que no se siente arrepentida de haber destruido la democracia, sino que a su dictadura le llama “democracia delegativa”, en el balbuceo de Kenyi, y que “fue lo mejor porque en ese momento se necesitaba mano dura”.
Así las cosas, ahora se entiende con meridiana claridad el pedido de que el ejército patrulle las calles, que los pobladores se conviertan en linchadores, y el uso del término “terrorismo” para delitos comunes. Se necesita otra vez mano dura, es decir, una democracia delegativa, otra vez a Fujimori mandando a través de Keiko, quien siempre lo apoyó en sus tropelías. Nos piden nuestro voto para robar al mejor estilo de la historia peruana y para destruir la democracia. Al menos deberíamos agradecerles su sinceridad.
*Publicado en el diario Noticias, el 21 de setiembre de 2015, en la columna de opinión denominada Letra Menuda.
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