Por José Luis Ramos Salinas
Las encuestas para la elección presidencial ya no causan expectativa en la ciudadanía, que no es lo mismo que población, sino desasosiego y hasta incredulidad. Parece que nunca antes hubiera habido elecciones en el Perú, ni gobiernos pasados, ni políticos con historia.
Solo así se explica que el fujimorismo vaya primero, por ejemplo; y que aparezcan con posibilidades de pasar a la segunda vuelta, protagonistas de gobiernos absolutamente cuestionables, e improvisados carentes de virtudes. Los medios de comunicación asumen esto con un entusiasmo que alarma, o con una neutralidad que también preocupa, pues la mayoría de las veces los análisis que acompañan las encuestas, enfocan meramente proyecciones estadísticas, el éxito o fracaso de un estilo de campaña o cosas por el estilo. Sin tocar lo verdaderamente importante: qué significan estos resultados para nuestra democracia, para la construcción de ciudadanía, y qué revelan respecto a la memoria y la autoestima nacional.
A veces parece que la tendencia, como en la televisión, es a la baja, y no hacia el difícil, pero necesario proceso, de pasar de ser masa a un conjunto de ciudadanos. Creo que falta poco para que la ciudadanía ya no pueda siquiera ser imaginada. A veces creo que no somos un conjunto de electores con ciertas opciones políticas, sino barristas que con más o menos pasión gritan por la agrupación política de su preferencia. El país está a punto de convertirse en un estadio, y las elecciones en un partido de fútbol, en el que solo falta decir: que gane el que juegue mejor.
Si las cosas son como digo, y no producto de un pesimismo injustificado, me temo que el fujimorismo ha ganado, y no porque Keiko Fujimori llegue a ser presidenta, eso es lo de menos, sino porque todo lo que significa la antítesis de la democracia, se ha instalado en el peruano como sentido común. Creímos, ingenuamente que la mafia fujimontesinista había destruido a la democracia formal, al Estado de derecho, pero parece que también nos destruyó a nosotros mismos.
Las alianzas de última hora solo parecen confirmar lo que decimos en los párrafos anteriores. El sector evangélico que asume la participación política como un mandato religioso libre de sustento ideológico, pasó de Cambio 90 a PPK y ahora al nada piadoso Acuña, que ha logrado atraer también al fantasmagórico Somos Perú. Pero tal vez la alianza más difícil de entender sea la del PPC de Lourdes Flores, con el Apra de Alan García. ¿Cuáles son las motivaciones de esta alianza? ¿Coincidencias ideológicas? ¿Planes de gobierno coincidentes? ¿O el mero deseo de ganar el partido en un caso, y en el otro de no irse a la baja? Otra vez el fútbol como la gran metáfora de nuestra democracia fallida.
Y esto que vemos en las grandes ligas se repite en las más pequeñas, como las elecciones en la Unsa. La segunda vuelta convocada debido a que ninguna agrupación pasó el 50% ha traído la ventaja de una posibilidad de que las listas que ocuparon los dos primeros lugares puedan explicar mejor sus propuestas, pero no vemos que esto esté ocurriendo. Los candidatos parecen más preocupados en defenderse de las acusaciones mutuas y la prensa también fija allí su atención, pues cuando tiene posibilidad de entrevistarlos, las preguntas son casi siempre respecto a las denuncias, pese a que ya sabemos de memoria las respuestas; cuando preguntan por sus planes para la universidad, el tiempo es tan corto, que solo alcanza para esbozar algún eslogan: acreditación, no más donaciones, una universidad de calidad, o frases por el estilo.
Pero la segunda vuelta también ha traído la gran desventaja de que debido a lo parejo que van ambas listas y a lo duro que fue la campaña, los sectores más recalcitrantes de ambas agrupaciones han obtenido mayor protagonismo queriendo convertir esto en una guerra, en lugar de un debate académico. Más vinculado a lo que señalábamos en las elecciones presidenciales, es el hecho de que no pocos docentes que participaron del gobierno de la universidad en los últimos años, ahora se hayan pasado a la supuesta oposición y se presenten como el cambio. Los oportunistas nunca van a faltar, pero que la comunidad académica no se percate de esto, es imperdonable.
Tal vez la culpa de todo la tuvo Juan Manuel Guillén, por construir un estadio, tal vez eso hace que creamos que las elecciones no son una competencia de ideologías y posturas académicas, sino un asunto de barras bravas.
*Publicado en el diario Noticias del 14 de diciembre de 2015, en mi columna de opinión denominada Letra Menuda.
2 comentarios:
La culpa es de Fatmagul Doctor
A nivel Nacional, la culpa la tiene Fatmagul, a nivel Regional la culpa la tiene Guillén.
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