POESÍA E IDENTIDAD*
Por José Luis Ramos Salinas
Dime quién eres y te diré con quién andas
INTRODUCCIÓN
No voy a tratar en esta ponencia acerca de la identidad de la poesía arequipeña, o de lo arequipeño en la poesía que se escribe por aquí. Tampoco voy a poner mis esfuerzos en la búsqueda de lo peruano –más si yo no creo que el Perú exista, salvo como realidad geográfica, y aún así tengo mis dudas- ni en la pesquisa de aquello que constituye la identidad de la poesía peruana, pues si suponemos la inexistencia del Perú, no puede aceptarse tampoco algo así como la poesía peruana, ni siquiera la identidad peruana.
Además, se me ha invitado aquí, no como poeta en ciernes, sino como sociólogo; y por tanto obviaré el asunto del colonialismo supérstite y la aparición de la literatura peruana con Mariano Melgar y su yaraví, según el famoso ensayo de José Carlos Mariátegui. De igual modo, no prestaré atención a nuestro primer momento cosmopolita con Manuel Gonzales Prada; ni a la cholitud de Vallejo, ni a la importante influencia anglosajona que se dio por estas tierras, pasada la primera mitad del siglo XX. Obviaré también el asunto de las vanguardias occidentales y su contraparte: el modernismo de Darío. Y no plantearé la identidad como una suerte de construcción de la tradición literaria y poética en contrapunto con la búsqueda de la originalidad. Debo pedir disculpas, entonces, por tanta omisión.
Si se acepta el término, lo que aquí motiva mis reflexiones, son las macro identidades: la premoderna, la moderna y la posmoderna; y desde otra arista: la identidad occidental y las identidades no occidentales; para terminar reflexionado acerca de cómo las nuevas tecnologías complican todo este asunto. El enfoque sociológico, como es evidente, se impone; pero he intentado acercarme cuanto he podido a la poesía, pues el tema es “Poesía e Identidad”, y siempre es bueno hablar de lo que se nos ha pedido que hablemos.
LA IDENTIDAD PREMODERNA
Dime si andas con Dios y te diré quién eres
Todo era más sencillo en la premodernidad, cuando nuestra identidad estaba resuelta por la certeza de que éramos creación divina y que por tanto nos explicábamos (pasado, presente y futuro) en Dios y sus designios. Se trataba de una identidad que no estaba muy dentro de nosotros, sino más bien afuera, y por lo tanto carecía de problemática que resolver; de cuestiones sobre las que preguntarse. “Ser o no ser” no era nuestro dilema, sino el de Dios que tenía razones que no se podían criticar, y a menudo, incomprensibles para los mortales que debían aceparlas con resignación e irracionalidad haciendo uso de eso que llaman fe.
El Renacimiento se plantea nuevas preguntas, desde que hace un redescubrimiento de la dimensión humana, pero no se aleja del todo de la religiosidad. Va a ser la Revolución Francesa la que va a sacar a Dios del pedestal y colocar en su lugar a la Razón, en su forma “científica”. Dando origen, junto con la revolución industrial inglesa que se dio por esos mismos años de fines del siglo XVIII, a una nueva sociedad, bautizada como moderna; que trae su propio talante; y por supuesto su propia concepción sobre la identidad.
LA IDENTIDAD MODERNA
Dime qué haces y te diré quién eres
Si la premodernidad occidental está marcada por el catolicismo, la modernidad, pese a su anti religiosidad, es hija; en gran medida, según Max Weber, del protestantismo; que creó una suerte de culto al trabajo que va a tener una importante repercusión en la construcción de las identidades; así uno es lo que hace. Somos actores sociales representando un papel, y nuestro guión es lo que somos.
Marx, pensador moderno por excelencia, no se aleja de esta concepción y al colocar en el centro de sus reflexiones a las clases sociales, con la ya casi olvidada categoría de conciencia para sí, divide al mundo en burgueses, obreros y campesinos. Fiel a su materialismo, la identidad (categoría superestructural) aparece como producto del lugar que ocupamos en las relaciones de producción. Así cuando triunfa la Revolución Rusa, sus intelectuales y políticos (antes, qué tiempos aquellos, eran los mismos) intentan identificar qué de la identidad rusa debe ser rescatado para beneficio de la revolución y qué debe ser eliminado por su talante anti progresista. Maikovski y su futurismo va a ser el poeta de la revolución, de los nuevos tiempos; pero Maikovski se suicidó. La revolución lo haría 60 años más tarde.
En Europa y sus dominios la variable cultural aparece relegada por una supuesta solución del problema a través del etnocentrismo que supone a la cultura occidental como la desarrollada, la correcta, y la verdadera, frente a las culturas no occidentales que aparecen como subdesarrolladas, erróneas y falsas. Bajo esa premisa, no hay nada que discutir; pues el asunto de la identidad va a colocarse en una suerte de recta numérica de la historia por la que todos debemos transcurrir, de tal modo que la pérdida de la identidad originaria y la adopción de la cultura occidental equivale a quemar etapas históricas en busca del desarrollo y la superación.
Bajo esta óptica, como explica muy bien Eduardo Galeano, será en Occidente donde haya artistas, aquí sólo artesanos; será Occidente quien tenga literatura, por estos lares sólo tradición oral.
LAS CRÍTICAS A LA MODERNIDAD
Sabes con quién andas, pero no quién eres
Los surrealistas a principios del siglo XX van a iniciar una crítica frontal a la modernidad, poniendo en el centro de sus ataques a la razón. Y yendo al tema que nos interesa, suponen que la socialización constituye una falsificación de los seres humanos, la pérdida de su verdadera identidad por otra construida en base a prejuicios religiosos y morales, y juicios que a la sociedad le parecen racionales. “Yo soy otro” ya había dicho Rimbaud y los surrealistas consecuentes con ello proponen una destrucción de la personalidad en la línea de “El Malestar de la Cultura” de Freud.
A mediados del mismo siglo, quienes después van a ser llamados: “posestructuralistas” inician una deconstrucción filosófica de la modernidad que va a socavar varias de las bases sobre las que descansaba. La categoría razón como opuesta a la locura, sucumbirá ante las reflexiones de Foucault, cuyos escritos sobre la sexualidad van a servir para la posterior destrucción del androcentrismo o falocentrismo, que a imagen y semejanza del etnocentrismo se encargó de fijar un sexo desarrollado, correcto y verdadero: el masculino heterosexual. Esto es de vital importancia para entender lo que desde hace algunas décadas se denomina identidad sexual, o de género. En esto jugó primerísimo papel el movimiento feminista cuyos postulados teóricos van a enriquecer enormemente en las últimas décadas del siglo XX el debate sobre las identidades culturales.
A la crítica artística del surrealismo y a la filosófica de Foucault, Derrida y Deleuze, se va a añadir la crítica política de mayo del 68, cuyo lema habla por sí solo: “la imaginación al poder”, ya no la razón, sino la imaginación. Aunque el movimiento estudiantil estuvo ligado al marxismo, ya no era precisamente un marxismo de manual soviético ni chino, sino más bien lo que luego va a derivar en el llamado neomarxismo, o marxismo posmoderno. Tal vez cabe aquí señalar que por esa época la Revolución Cultural China insistía en ligar la identidad cultural a lo que Mao llamó la marca de clase; intentando eliminar de China todo aquello que no correspondía a la identidad proletaria. Pol Pot basó su genocidio en Camboya en algo parecido. Y antes la Revolución Francesa apartó las ideas monárquicas de la gente, su identidad aristocrática, cortándoles la cabeza.
Estas posiciones artísticas, filosóficas y políticas contrarias a la modernidad no fueron suficientes para darle el toque de gracia. La irrupción de las nuevas tecnologías basadas en la electrónica, sobre todo las informáticas, con el boom de las PC en la década del 80, pero sobre todo con Internet en los 90; van a configurar un nuevo mundo tan radicalmente distinto al que parió la Revolución Francesa, que casi hay consenso en que se trata de una nueva sociedad: Posmoderna la ha llamado Lyotard; Tercera Ola, Toffler; Postcapitalista o Postinduestrial, Drucker; Sociedad Red, Castells; o simplemente Sociedad de la Información y el Conocimiento según la etiqueta más difundida. Pero el nombre es lo de menos, lo que aquí importa es que esta nueva sociedad trae consigo nuevos planteamientos sobre la identidad. Además, el mundo, desde la caída del Muro de Berlín en 1989, es una unidad, económica por lo menos, en lo que se conoce como globalización; proceso altamente complejo que también es de vital importancia para la reconfiguración de las identidades que vivimos en la actualidad.
MULTICULTURALIDAD E INTERCULTURALIDAD
Dime con quién no andas y te diré quién eres
Parte central de esta nueva sociedad de la que estamos hablando es el aspecto cultural, pues el antes peliagudo asunto de la economía se supone que está resuelto: el neoliberalismo es la única solución posible para los problemas de la humanidad, sentencia el denominado pensamiento único.
Así resulta, que en esta época, a la que vamos a llamar posmodernidad, se inicia una crítica muy dura al etnocentrismo, que va a resultar primero en la propuesta de la multiculturalidad y luego en la de la interculturalidad.
La multiculturalidad como concepción teórica empieza por reconocer que en el mundo existe una gran cantidad de culturas, pero a diferencia del etnocentrismo, sostiene que éstas no pueden ser calificadas de superiores o inferiores, admitiendo que se trata sólo de culturas diferentes. Por tanto, supone, que lo que cabe como valor fundamental es la tolerancia hacia el otro, hacia el diferente. Cada quien en su propio espacio desarrollando su propia cultura al tiempo que respeta la de los demás.
Llevando esto al terreno de las identidades culturales, lo que estaríamos diciendo es que en el mundo existen diversas identidades y que ninguna puede considerarse mejor que la otra. Y si la poesía es una manifestación cultural de esta identidad, pues entonces resulta que existen varias poéticas que deben tolerarse entre sí.
Sin embargo, pronto se vio que tal visión peca de idílica, pues ciertas culturas están en enorme ventaja sobre ciertas otras, y no será la tolerancia lo que impida que estas últimas caminen a la extinción. Así nacen las políticas de discriminación positiva que consisten en discriminar a los más empoderados para favorecer a quienes viven su cultura en situación precaria.
¿Cómo aplicar tal política a la poesía? En nuestro país implicaría que el Estado invierta dinero y esfuerzos para promocionar la creación, difusión y lectura de la poesía quechua, aymara, ashaninka, aguaruna, shipiba, etc.; postergando aquella debidamente establecida en los cánones occidentales.
Pero esto implica un problema mayúsculo. En primer lugar hay que reconocer que el idioma no es sólo una manera de decir algo, sino que las lenguas se basan en estructuras de pensamiento particulares profundamente arraigadas en las culturas a las que pertenecen; y siendo la poesía, fundamentalmente, un trabajo con el idioma; pues entonces resultaría que la poesía de una determinada cultura sólo puede ser consumida por sí misma; pues la lectura del poema requiere de las estructuras mentales que se utilizaron en su creación, a fin de ser comprendido en su sentido originario. Pero, ¿no se supone que la riqueza de la poesía, y del arte en general, radica en su infinita interpretación? ¿Esta versatilidad sígnica o esta riqueza polisémica puede trascender las fronteras culturales?, o ¿debe darse al interior de las respectivas culturas porque en caso contrario no significaría una reinterpretación sino una bastardización de la creación artística? Pero seamos más radicales: ¿este “valor polísémico” es universal o corresponde a la poesía desarrollada en Occidente y sus zonas de influencia? En otras palabras, ¿podemos afirmar que lo que es poesía para Occidente lo debe ser también para las culturas no occidentales? Y una pregunta mucho más importante para las políticas de discriminación positiva: ¿lo que es poesía para las culturas no occidentales lo debe ser también para Occidente? Pero vayamos al clímax: ¿es la poesía un arte universal o su pretendido universalismo es una arista más del etnocentrismo occidental? Pero imaginémonos funcionarios estatales de cultura, y no andémonos preguntándonos sobre el huevo y la gallina, sino por el caldo del medio día. ¿Cómo dirigiríamos una política de discriminación positiva para empoderar la poesía quechua o mapuche? Pues lo primero que tendríamos que hacer es dominar el quechua y el mapuche, y eso implicaría que trabajamos para un Estado multicultural y no uno que pretende la homogenización cultural; y eso ya sería demasiado pedir. Pero, aún soñando nos enfrentaríamos al problema de la selección. El Estado no puede auspiciar la publicación de poesía quechua basándose sólo en el hecho de que está escrita en ese idioma; hay un asunto de calidad que se tiene que tomar en cuenta necesariamente; y entonces otra vez empiezan los problemas. ¿Cómo podemos medir la calidad de un poema que corresponde a una cultura que no es la nuestra? Habría que crear entidades estatales para cada una de las culturas que existan en un país, conformadas por gente perteneciente a las respectivas culturas. Pero eso ya no se puede ni soñar. Menos en los tiempos actuales en los que la multiculturalidad está de retirada y siendo reemplazada por un etnocentrismo de nuevo cuño bautizado como “La política del hombre blanco enojado”.
A lo que habitualmente se recurre es a calificar la poesía no occidental basándose en criterios pertenecientes a la cultura occidental. Lo que, a final de cuentas, significa reducir el asunto de la multiculturalidad a un asunto de traducción idiomática. Lo que puede ser pertinente en el caso de los idiomas, que pese a ser distintos se sustentan en una única tradición cultural: la occidental; pero que resulta del todo inaplicable para idiomas que provienen de otras tradiciones culturales.
Pero esto, que ya es de por sí bastante complejo, se problematiza más cuando ya no hablamos de multiculturalidad, sino de interculturalidad.
La interculturalidad parte del supuesto que al mismo tiempo que las culturas son diferentes, son también iguales. Diferentes en cuanto a lo propiamente cultural, pero igualmente valiosas, quieren decir. Pero el asunto no se queda allí, sino que reemplaza la tolerancia multicultural por la celebración de las diferencias y de la diversidad; pues sostiene que uno construye su identidad en base al otro, al diferente. Si todos fuéramos iguales, no sabríamos quiénes somos, sólo encontramos elementos para definirnos al compararnos con quienes provienen de una cultura diferente. No podría existir una identidad andina sino existieran culturas que no son andinas, pues si así fuera el caso no podríamos hablar de una cultura andina, sino meramente humana.
Ahora vayamos a la poesía. Tal postura implica, como en el caso de la multiculturalidad, aceptar que existen varias poéticas, que todas son igual de valiosas y que cada una de ellas se define en base a las otras. Pero lo más importante de la interculturalidad es que promueve un diálogo entre culturas, aceptadas como interlocutores válidos, lo que redundará en un enriquecimiento mutuo. Tal actitud resulta bastante auspiciosa en lo que se refiere a la poesía, pues estaríamos ante un diálogo interpoético que permitiría saltos cualitativos. Pero esto, necesariamente requiere, que ambas poéticas estén en igualdad de condiciones, pues si no, no se trataría de un diálogo sino de un adoctrinamiento; y aquello es lo difícil de conseguir.
LA IDENTIDAD POSMODERNA
Dime qué tienes y te diré quién eres
Pero al margen de las propuestas teóricas de la multiculturalidad y de la interculturalidad; el mundo posmoderno se caracteriza, entre otras cosas, por una descomposición de la identidad. Al cuestionarse el culto al trabajo de la modernidad, de pronto descubrimos que no sabemos quiénes somos; lo que provoca un retorno a la espiritualidad y religiosidad; pero también, en algunos casos, un acentuado hedonismo marcado por las posesiones y por el dinero: uno ya no es lo que hace, uno es lo que tiene: “la diferencia entre tú y yo Pérez, es que tú tienes un televisor a colores, pero el mío es un Sony”, era el remate de un spot publicitario de mediados de los 80 que ejemplifica muy bien lo que decimos. Pues no dice, la diferencia entre tu televisor y el mío, sino se refiere a la diferencia entre personas, establecida en base a los bienes que poseen.
Estamos entonces, ante una crisis de las identidades individuales, en la que la poesía juega dos papeles. En el caso de la pérdida de identidad, reforzando esta sensación de vacío, este sin sentido de todo, al demostrar la ya insalvable división entre el yo poético y el yo real. Como antes lo hizo el romanticismo, la poesía posmoderna nos vuelve a mostrar huérfanos, ángeles caídos; pero el asunto es aún más grave, porque esta vez la poesía está incluida en esta caída; en realidad, el idioma todo, que como lo ha señalado Raúl Zurita, ha caído en la casi total vacuidad. Y en el caso de la sociedad hedonista basada en las propiedades y el dinero, la poesía no juega papel alguno; a no ser la de aspirar a ser best seller y convertir a su autor en el escritor de moda, lo que le permitirá gozar de una pseudo identidad.
En cuanto a las identidades colectivas, la globalización se ha encargado también de ponerlas en crisis. Pero sobre este asunto y el papel o no papel que juega la poesía hablaremos más adelante.
CUERPO E IDENTIDAD
Dime qué cuerpo tienes y te diré quién eres
La modernidad se construye sobre un sujeto abstracto: pienso luego existo, es la máxima que la define. Pero la posmodernidad va a reemplazar al sujeto moderno por uno corpóreo y sexuado; así el cuerpo se convierte no sólo en el centro de reflexiones obligadas, sino también de encendidos debates políticos; y en el territorio privilegiado desde donde construiremos nuestra identidad. Así uno es el cuerpo que tiene.
Esto va a ser mucho más obvio en el caso de las mujeres que en el de los hombres; pues aunque abstracto, el sujeto moderno era varón. La posmodernidad hace tangibles los cuerpos, pero sobre todo el femenino.
Así, va a aparecer en la poesía peruana, y seguramente también en otras partes del mundo, un conjunto de escritoras y de libros cuya preocupación central va a ser el cuerpo femenino. No sólo, porque es allí finalmente donde somos o no somos; sino porque en el caso especial de las mujeres, se trata de un acto de hacer visible lo que permaneció invisible durante siglos y acaso milenios: ellas mismas.
El asunto es subversivo pues implica una transformación radical en la manera de pensar el cuerpo femenino. Se trata de pasar del falocentrismo -que piensa el cuerpo femenino en función del masculino, como mero objeto dador de placer- a un pensamiento centrado en el cuerpo femenino ya no como objeto sino como sujeto, es decir ya no como exclusivo dador de placer, sino como capaz también de recibirlo, de dárselo, de gozarlo.
Esta poética del cuerpo, es a fin de cuentas un intento de construir la identidad femenina, pues es imposible ser si no sabemos quiénes somos, y aquí la poesía se torna exploratoria, pues lo que pretende es un acto de autodescubrimiento.
Últimamente, este tipo de poesía ha sido atacada duramente por diversos críticos que conciben la poesía como un asunto del idioma solamente; y no como un asunto de la carne, la sangre y el cuerpo. Olvidan que idioma y lengua son sinónimos y que a final de cuentas todo poema dice algo, y por tanto, es, además de un objeto estético, uno ideológico, y allí también puede residir su valor poético.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD
Dime quién quieres ser y te diré quién eres
Pero el vacío no sólo es la nada; suele ser también el terreno fértil para el inicio: así en la posmodernidad se plantea la idea de la identidad no como algo dado, sino como algo que se construye. Así no es el lugar donde nacemos, no es nuestro idioma, ni el cuerpo con el que venimos al mundo el que nos da nuestra identidad; sino que podemos elegirla o construirla. Michael Jackson resulta emblemático al respecto, al igual que los transexuales.
Uno puede adscribirse a otra cultura, nacionalizarse y hasta dar la vida por una patria que no es la suya; como ocurre en Irak invadido por un ejército de mercenarios de todo el mundo que mueren, pero sobre todo matan por Estados Unidos, por mundializar la identidad norteamericana. Porque la guerra es económica, pero también cultural, por la desaparición de ciertas identidades y la imposición de ciertas otras.
La poesía a este respecto puede convertirse en un medio de construcción de identidades; son cada vez más frecuentes los casos de escritores que escriben y publican en un idioma distinto a su lengua materna, y ya hemos dicho qué significa esto en el ámbito de las identidades. Es decir, la poesía no como medio de reafirmación de la identidad que nos fue dada, sino como posibilidad de cambiarla por otra. ¿Podemos emitir juicios de valor sobre esto? ¿Podemos llamarlos traidores, aculturados –como hizo Arguedas-; o debemos ver el asunto como un acto de libertad? El tema es, sin duda, harto debatible.
SEX AND THE IDENTITY
Dime con quién te acuestas y te diré quien eres
Quienes deben enfrentarse al vacío identitario de la posmodernidad, suelen recurrir al amor y a la sexualidad como una tabla de náufrago. Después de todo si la identidad es el proceso mediante el cual nos reafirmamos a nosotros mismos frente al otro, resulta que las relaciones amorosas y sexuales calzan muy bien en esa definición. Así de pronto, el asunto de la identidad suele reducirse a la heterosexualidad o la homosexualidad, con sus múltiples variantes en ambos casos: ya no hablamos de opciones sexuales, sino de identidades sexuales, como si uno fuera con quien se acuesta.
Oliver Stone ha hecho pública su preocupación por el hecho de que las nuevas generaciones norteamericanas se forman (construyen su identidad) en base a lo que ven y aprenden en dos series televisivas de éxito admirable: “Friends” y “Sex and the City”.
Para el tema que intentamos abordar, esta última es la que nos interesa más. Quienes han visto esta serie, que se transmite mundialmente vía televisión por cable, han podido notar con suma facilidad que la vida de las mujeres que la protagonizan gira y se define por sus relaciones sexuales y amorosas; todo lo demás: el trabajo, la formación profesional, las aspiraciones personales, etcétera; aparece como secundario o supeditado a lo primero. Y de otro lado, los asuntos sociales, políticos, macroeconómicos, el cuestionamiento por el mundo y por el lugar que ocupamos en él; no juegan papel alguno dentro de la serie: nadie derrama ni una lágrima por los niños que mueren, cada cuatro segundos, de hambre en el África, pero sí llantos a mares por el ex enamorado que se casa con otra.
“Sex and the City” es de una vacuidad espeluznante, pero la sociedad contemporánea toda también lo es. Y en una sociedad vacua y trivial la poesía no tiene lugar, pero los poetas sí; esos poetas que han hecho del amor el centro de su atención al punto que han creído que tal sentimiento se da en el aire, en medio del vacío, y no en un contexto histórico y social determinado. Estos artífices de la palabra, intentan, con sus acabados versos, hacer lo que Sara Jessica Parker y sus amigas intentan hacer en la cama; construirse una identidad, existir a fin de cuentas. Pero, a mí, particularmente, el método de Sex and the City me parece más honesto.
LA IDENTIDAD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN
Ya sé con quién andas, pero no quién eres
La globalización es un proceso sumamente complejo y que tiene como principal arista el aspecto económico; pero si vamos a hablar de poesía e identidad, entonces debemos movernos en los terrenos de la denominada globalización cultural.
Son numerosos los autores que han reflexionado sobre la globalización cultural, y a un inicial consenso se ha sobrepuesto una diáspora de teorías asentadas en los datos que arroja una realidad que ha hecho de la versatilidad, lo inesperado, el vértigo y el desconcierto, la constante de estos tiempos.
Esta abundante producción teórica sobre el tema, podemos dividirla en 5 grandes tendencias a seguir:
LA ALDEA GLOBAL
Porque andas al unísono con todos es que ya sé quién eres
El poder avasallador del proceso de globalización hizo pensar a muchos, y sigue haciendo pensar a varios, en que el futuro es la homogenización cultural. El mundo será como una aldea, en la que todos tengamos un similar sistema de valores, las mismas costumbres, similares ideas religiosas, y los mismos gustos; y por supuesto, el libre mercado y la democracia representativa se habrán impuesto en todo el planeta. No tendrá sentido definirse como arequipeño, ni como peruano, ni siquiera como latinoamericano, pues hacia donde nos dirigimos es a una identidad planetaria en la que sólo podremos definirnos como terrícolas.
Esta cultura mundial no será ecléctica en el sentido de la unión de lo mejor de cada una de las culturas nacionales para la construcción de una cultura única. Sino que será resultado de la imposición de la cultura de los centros dominantes sobre los países periféricos que verán perder su cultura o creerán ponerla a salvo en los museos, para ponerse a tono con los nuevos tiempos, que, en la idea de Occidente, equivalen a desarrollo.
Las poéticas, obviamente, correrán igual suerte que las culturas a la que pertenezcan. Probablemente, la poesía occidental sobreviva; lo que tampoco es seguro, dada la ya lejana aparición del hombre unidimensional de Marcuse, y el ya remoto nacimiento y desarrollo de la industria cultural de la que nos advirtió la Escuela de Frankfurt; y de la actual y general confusión entre tan disímiles categorías como entretenimiento y cultura, así como el sometimiento de esta última a las leyes del mercado como si se tratara de cualquier mercancía, haciendo de la poesía, publicidad; y de la publicidad, poesía.
Desde la óptica de la “aldea global”, ser optimista significa aceptar el confinamiento de las poesías no occidentales a las bibliotecas y sus ratones, y la sobrevivencia de la poesía occidental como parte de la autocrítica que caracteriza todavía, felizmente, a esta cultura.
Lao Tse dijo: quieres ser universal, habla de tu aldea. Pero qué hacer cuando la aldea se occidentalizó hasta desaparecer, y el mundo entero se convirtió en nuestra aldea. Quieres ser universal, habla de Occidente; tendríamos que decir hoy en día.
Como respuesta a esta situación y tan oscuro presagio, ha surgido, no una propuesta teórica propiamente dicha, sino una posición peligrosamente dogmática y fanática que repite el momento más exacerbado del etnocentrismo occidental, pero esta vez con respecto a culturas mucho más localizadas y pretendidamente congeladas: el denominado etnonacionalismo. Lo que ocurrió en Yugoslavia es un magnífico y trágico ejemplo, y hay que recordar que el genocida servio era un excelente poeta.
UN MUNDO MULTICULTURAL
Dime quién eres pero anda con cuidado
Cuando Lorca escribió “Un Poeta en New York”, New York no era lo que es hoy día. Una ciudad absolutamente cosmopolita en donde cohabitan gran parte de todas las culturas del mundo, y por ende, muchas de las poéticas que corresponden a esas tradiciones culturales.
Cuando las Torres Gemelas cayeron, los muertos pertenecían a muchos países del mundo. Resulta que el hindú tiene como compañeros de trabajo a una norteamericana bien gringa, un francés más francés que el champagne, un limeño que no se pierde la procesión del Señor de los Milagros que se realiza cada octubre por las calles de Manhatan, y un japonés que se niega a cambiar el sake por el güisqui. Todos juntos, pero cada uno con su cultura, con su Tagore, su Whitman, su Mallarmé, su Vallejo, y su Mishima.
Bien idílica la imagen, y por tanto poco realista. Veamos por qué. Este mundo multicultural está asentado en una ciudad y en un país que tiene una cultura oficial y una política de Estado coherente con la misma; así, a menudo, ciertas manifestaciones culturales pueden chocar con las buenas costumbres y hasta con dispositivos legales; convirtiendo, en la práctica, a parte de una cultura en delito. Los musulmanes entregan a sus hijas en matrimonio y las obligan por la fuerza a vivir con sus esposos, pero esto en New York se llama secuestro.
Así resulta que las culturas deben adecuarse a la cultura del imperio para no ser perseguidas y condenadas; y sólo pueden mantenerse fieles a su identidad en aquello que no perjudique a lo que Occidente supone como superior y correcto. Es cierto que los matrimonios forzados son algo deplorable; pero no es sólo en ese tipo de cosas en las que Occidente no admite dimisiones; sino en otras que constituyen su corazón mercantil. Mientras pertenecer a una cultura u otra no afecte el desarrollo del mercado; mientras las culturas se frenen cuando se trate de la estandarización de los hábitos de consumo, Occidente las tolerará. Estamos entonces, frente a los colores de Benetton, esa empresa textil cuyas modelos pertenecen a todas las razas posibles, sin que esto sea obstáculo para que usen la misma marca de ropa. O si no, una miradita a los programas infantiles, Barney es un buen ejemplo, para ver como sus protagonistas, que pertenecen a distintas culturas, tienen idénticos comportamientos típicamente occidentales, y hasta francamente norteamericanos.
Es decir que mientras leer a Tagore, Mallarmé, Vallejo o Mishima, no afecte a la industria editorial, pues se tolerará las lecturas de quienes aún no se han convertido en Homeros Simpson, o en el estúpido hombre blanco del que nos habla Michael Moore.
LA DESESENCIALIZACIÓN DE LAS CULTURAS
Dime quién pareces ser y te diré quién eres
La posición anterior se conecta directamente con esta que nos habla de la aparente preocupación de Occidente por la conservación de las diferentes culturas, sus identidades y su poesía. Así, de pronto, los poderes culturales del imperio norteamericano prestan interés a culturas no occidentales y lo hacen en tono de elogio y admiración. Frederick Jameson ha escrito al respecto y ha puesto especial atención a la maquinaria de Holliwood y a su cambio de actitud: mientras antes los chinos aparecían en las películas, casi invariablemente como tontos, los mexicanos como ociosos, y los indios como salvajes e ignorantes; desde hace algunos años la cosa ha cambiado notablemente, o parece que ha cambiado nada más. Los ejemplos sobran, hablemos sólo de dos: “Danza con Lobos”, es una película en que los Siux aparecen como las víctimas de los colonos ingleses, cuya brutalidad y apego material, les impide valorar la espiritualidad y sutileza de la cultura Siux, sobre todo su comunión con la naturaleza, la misma que es devastada por la cultura occidental. Es tanto el asunto, que el protagonista de la película, se pasa del ejército invasor a las huestes aborígenes. Pero resulta, según los entendidos, que lo que se muestra como cultura Siux en la pantalla, no corresponde a la auténtica cultura Siux, sino que ésta ha sido modificada para que pueda ser degustada por el paladar occidental. En otras palabras, se trata de una recategorización de la cultura Siux en base a las categorías occidentales; y como los espectadores no sabemos nada de la cultura Siux no nos queda más que creer lo que nos dice la película. Un ejemplo más claro, es el del film “El Último Samurai”, en el que de nuevo, hay una supuesta alabanza a la cultura japonesa, en detrimento de la occidental invasora y avasalladora. La metáfora está en la conversión de Tom Cruise a los códigos samurais, pero lo que en realidad ocurre es una recodificación de la cultura japonesa en base a las categorías occidentales.
Las culturas, las identidades, las poéticas pueden seguir existiendo al costo de perder su esencia. Luego, lo que cuesta la existencia es la existencia misma. No se trata de culturas sino de fantasmas arropados con sábanas marca Benneton.
LA HIBRIDACIÓN CULTURAL
Tú eres todos con los que andas
Otros piensan que el acercamiento al que nos ha obligado este proceso de globalización va a derivar en una hibridación cultural, en una mezcla de culturas, como ya ocurre en muchas zonas fronterizas del planeta. El ejemplo siempre suele ser el límite entre México y Estados Unidos, ya casi totalmente borrado desde el punto de vista cultural, pues charros y ratones de nombre Miguel se reproducen a ambos lados de la frontera; y no es raro ver al ratón estrella de Disney con sombrero de mariachi. Además, su colega González no es “rápido”, sino “speedy”.
Se trata de concebir a la cultura y a las identidades que las encarnan como procesos abiertos y en permanente cambio, con una profundidad tal; que en un determinado momento las culturas y las identidades dejan de ser y se convierten en otra cosa, se produce el salto cualitativo del que nos habla la dialéctica.
Esta hibridación es tan fuerte, que tiene efectos contundentes sobre los idiomas, permitiendo la formación de neolenguas como el spanglish, que ya empieza a ser utilizado como insumo para la escritura de obras literarias. Y si la poesía es sobre todo, un manejo del idioma, pues estas nuevas lenguas abren novísimos caminos a la poesía y sus posibles pretensiones de construcción de identidad, en este caso de identidades híbridas.
Podríamos pensar que la hibridación cultural también se puede dar en el ámbito poético, es decir, la mezcla de dos poéticas que corresponden a culturas diferentes, dando como resultado una nueva poética. Parece interesante la idea, pero el inconveniente es que, por lo general, ambas culturas, ambas poéticas, no van al encuentro en igualdad de condiciones, produciéndose a veces, un encontronazo, una asimilación, o tres tazas de la cultura dominante y una pizca de la otra para darle sabor tropical. Aún así, la poesía puede salir ganando.
EL CHOQUE DE LAS CIVILIZACIONES
Si no andas conmigo, entonces ya sé que eres el enemigo
Otros autores, como Samuel Huntington, creen que la occidentalización del mundo es un proceso prácticamente concluido, y que sólo sobrevive otro proyecto cultural junto al de Occidente: el musulmán. Lo latinoamericano es o un Occidente de nuevo cuño, o algo en extinción.
Pero Huntington, no se queda allí, sino que sostiene que el desarrollo del mundo requiere de la imposición de una sola cultura, y obviamente, apuesta por la occidental en su forma norteamericana. Pero dada la terquedad islámica que ha hecho del asunto un tema religioso (Bush, también, por cierto), lo que se viene, es según este autor, una guerra de civilizaciones que terminará imponiendo la cultura occidental en todo el orbe y desapareciendo toda resistencia cultural. Es decir, la aldea global, pero no como resultado de un proceso tecnológico, económico, cultural; sino como botín de guerra.
En estas condiciones, ciertas identidades y ciertas poéticas se tornan en subversivas, porque el sistema ya no sólo quiere ser omnipresente desde el punto de vista bélico, económico y político, sino también desde lo cultural.
POETAS DE DOS PATAS O EL MONSTRUO DE MIL CABEZAS
Dime en que antología apareces y te diré quién eres
La globalización pues ha creado una nueva realidad, y eso que aún no estamos hablando del mundo virtual. Pero para no seguir alejándonos del suelo que nos vio nacer, pisemos tierra arequipeña por un momento e intentemos un esbozo de cómo todo lo que hemos dicho se aplica en este rincón del planeta.
La categoría espacio, siempre ha sido y aún es utilizada por quienes se atreven a hacer antologías de poesía. Así, los títulos pueden ser: “Antología de la poesía arequipeña”, “Antología de la poesía chilena”, “Antología…”. Es bastante común también cruzar la variable espacio con el tiempo; pero eso no es lo que nos interesa en este instante.
Hace décadas, cuando se hablaba de antología de la poesía arequipeña, se daba por descontado, no sólo que los poetas habían nacido en Arequipa, sino que su poesía misma era arequipeña, es decir estaba cargada de lo arequipeño, de arequipeñidad. Y no podía ser de otra forma, pues aunque los poetas se esforzaban por nutrirse de cosmopolitismo, el nivel de desarrollo de los medios de comunicación y de la integración mundial los amarraba al suelo, los obligaba a ver a su cercano alrededor para construir su poesía.
Pero desde hace ya una buena cantidad de años, junto con el proceso de globalización (que da sus primeros atisbos a mediados del siglo XX y entra con todo en la década del 90) lo arequipeño va desapareciendo de la poesía escrita en estas tierras y hasta empieza a ser visto como de mal gusto, cuando lo cosmopolita se va imponiendo en quienes empiezan a dejar de sentirse arequipeños y empiezan a pensarse como ciudadanos del mundo.
En esos momentos, las antologías territorializadas (basadas en un ámbito espacial) empiezan a tener problemas de conceptualización. Porque muchos de los poetas nacidos en Arequipa han emigrado, y porque muchos no nacidos aquí, publican y construyen su oficio en esta tierra. Los antologadores entonces, ensayan distintas alternativas, siendo la más usada, la de seguir considerando arequipeños a quienes no viven aquí, y de adoptar a los que se asentaron en la patria chica de Melgar.
Pero, démonos cuenta de que lo arequipeño como criterio de selección ha desaparecido. Es decir, las antologías de poesía arequipeña, empiezan a prescindir de arequipeñidad, de identidad arequipeña. Y esto, paradójicamente, bajo la creencia de que quienes se fueron se llevaron su arequipeñidad con ellos, y que quienes llegaron la asumieron con agrado y con orgullo. Pero, que yo sepa, no se ha hecho un estudio minucioso sobre el asunto, y la verdad no sé si sea posible hacerlo, porque primero tendríamos que definir lo arequipeño y quién podría hacerlo.
Jorge Cornejo Polar dijo, refiriéndose a Teodoro Núnez Ureta, que lo mejor del carácter arequipeño es el orgullo sin vanidad, la tenacidad sin capricho, la vehemencia sin arrebato, y el amor a la justicia y a la libertad. Pero, exagerando un poco y con mala leche, debo decir, que los poetas que conozco, me resultan vanidosos en extremo, caprichosos a lo más, y de tanto en tanto arrebatados; y dado que la justicia y la libertad no son ya de su interés, sino los premios, los cócteles y los bocaditos; no me queda sino concluir que lo arequipeño, al menos en la poesía, ha muerto.
Por tanto, pensar antologías con criterios territoriales no tiene mayor sentido en los tiempos actuales. Sino vayamos a un caso concreto. Dos poetas que participan de este encuentro, amigos míos además, así que descarten la ojeriza: Lolo Palza y Alfredo Herrera, han sido antologados en los últimos meses en “Enemigo Rumor”, bajo el rótulo de poesía arequipeña; y por Feliciano Padilla en su “Antología de la poesía Puneña”. Yo creo que Alfredo y Lolo no escriben ni poesía arequipeña, ni poesía puneña; sino simplemente poesía; en realidad, poesía occidental, para estar a tono con lo que hemos sostenido en párrafos anteriores.
Y es que no se puede ser arequipeño y puneño a la vez, sobre todo porque los arequipeños, racistas como son, no ven con buenos ojos a los puneños. De lo que se puede hablar tal vez, es de poesía puneño-arequipeña en el sentido de las culturas híbridas de las que hablábamos líneas arriba. Pero más correcto es, me parece, no asumir que nuestros amigos son poetas de dos patas; sino más bien, y ya no sólo ellos, sino todos, un monstruo de mil cabezas globalizadas.
La categoría glocal, quizá pueda venir en nuestra ayuda, es decir: pensar localmente, actuar globalmente. Pero esto que se aplica muy bien en la política, no sé cuánto pueda serlo en la poesía en particular y en el arte en general. Pues la política es un asunto bien occidental, y aunque usemos sus categorías para interpretar problemáticas netamente locales, el resultado siempre será también bastante occidental y por ello es posible desprender de allí una acción global. Un poema imbuido de lo local es pasible de universalización, pero una poética distinta de la occidental, no estoy tan seguro. Y aquí no nos queda sino repetir las preguntas que nos hacíamos sobre si la poesía es verdaderamente universal.
LAS IDENTIDADES INCORPÓREAS
Dime si eres virtual y te diré cuán real eres
Con el advenimiento de las nuevas tecnologías, sobre todo Internet, se va configurando un mundo paralelo, conocido como mundo virtual o digital, en el que se van constituyendo los más diversos fenómenos que existen en el mundo real. Así, ya se puede hablar de delincuentes y policías virtuales, de dinero virtual, de economía electrónica, de guerrillas virtuales, de parejas e infidelidades virtuales, y de comunidades y culturas virtuales. Pero, aunque la virtualización se haga a imagen y semejanza del mundo real, el resultado no es una copia, sino que se imbuye de nuevas características propias de la condición de no ser real, sino virtual.
En el terreno de las identidades esto está fuertemente marcado por el hecho de la descorporización de los sujetos; pues en la red entramos desprovistos de nuestros cuerpos, somos puro nick name.
Estamos hablando, entonces, de identidades incorpóreas; y esto implica un volver a pensarlo todo, pues recordemos que incluso existe la tendencia a pensarnos como nuestros cuerpos, uno es el cuerpo que tiene; pero si no tenemos cuerpo; entonces, ¿quiénes somos?
En la red uno es quién es y al mismo tiempo no lo es. Se es, pero al mismo tiempo se está dejando de ser, sin que por ello ya no seamos. Dialéctico, el asunto; pero aún más complicado, porque en Internet podemos ser más de uno; e incluso, varios pueden ser uno.
“Mi nombre es Legión, pues somos muchos”, se identifica el demonio en la Biblia. Y el dogma de la Santísima Trinidad sostiene que Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres, pero al mismo tiempo uno. Pues ahora resulta que todos podemos ser un poco divinos y un poco demoníacos. Uno puede construirse todas las identidades que quiera en la red de redes, y puede hacerlo, porque su ser digital no posee cuerpo. Así en Internet uno es quien quiera ser. Nos viene a la memoria Pessoa y sus heterónimos; algo de eso se trata.
El Messenger, servicio estrella de la Microsoft, nos permite contactarnos y conversar con infinidad de personas, identificados todos sólo a través de nick names. La foto colocada en nuestro “perfil” no significa nada en cuestiones de autenticidad, inclusive a la webcam se la puede “engañar” para que trasmita las imágenes que nosotros queramos. Así podemos crear todos los nick names que queramos; pero no sólo eso. Las últimas versiones del Messenger permiten activar varias cuentas simultáneamente, de manera tal que somos varios no sólo diacrónicamente sino también sincrónicamente. (Para ver estas implicaciones en el aspecto sexual ver: “Sexualidad, Ciudadanía y Poder”, en http://el7mocirculo.blogspot.com/ ).
Resulta entonces que en el mundo virtual las identidades se vuelven sumamente borrosas, al menos, si queremos entenderlas bajo las categorías de la relación identidad-cuerpo.
Si las identidades virtuales carecen de cuerpo, ¿pueden estas identidades constituirse en poetas? No estamos hablando de poetas que colocan su producción en Internet. Sino de nick names borrosos ensayando una poética en el chat con desconocidos, donde la materialización del poema dura lo que el CPU se mantenga prendido. Se trata de una poesía que titila en el monitor, pero también en el cerebro, en los corazones y las otras vísceras de quienes alcanzan a leerla. Detrás de ella, no hay un autor en el sentido clásico, sino tan sólo un nick name. Se cumple entonces, lo que reclama Raúl Zurita: los poetas no importan, lo que importa es la poesía. En términos de identidad, resulta que la poesía no reivindica otra identidad que la suya, pues se ha perdido el cuerpo del que brota.
Desde una óptica menos radical, se puede ver también a Internet y a la Web como un espacio posible de encuentro de todas las culturas, de todas las identidades y de todas las poéticas, incluso de aquellas que provienen de culturas ágrafas, pues el potencial multimediático de la red permite prescindir del texto y concentrarse en el audio, el vídeo o combinar diferentes modos de expresión. Además, las herramientas, cada vez más potentes del chat, el e-mail, vídeo bajo demanda, grupos de discusión, etc.; hacen de este espacio no sólo un lugar privilegiado para la multiculturalidad, sino también para la interculturalidad. (Ver: “Multiculturalidad en la Red” en http://el7mocirculo.blogspot.com/ ).
HIPERPOESÍA E HIPERIDENTIDADES
Porque no sé con quién ando es que ya no soy
La tecnología hipertextual (su historia y características se pueden leer en “El Auge de los Soportes Digitales y Virtuales” en: http://el7mocirculo.blogspot.com/ ) rompe con la secuencialidad, lo que es básico en la escritura de un poema (aunque se han hecho varios intentos por romperla independientemente y antes de la llegada del hipertexto) y nos abre un abanico de caminos posibles que coloca al lector en una posición menos pasiva y más activa, pues tendrá que tomar decisiones que redundarán en la construcción misma del poema. Resulta así, que el lector no es sólo lector, sino también un poco autor, en la fórmula del prosumidor (productor y consumidor al mismo tiempo) que explicara Toffler en su libro La Tercera Ola. Pero, si el hipertexto es abierto, es decir que se pueden añadir otros textos al original y abrir nuevos caminos, plantear nuevos inicios y colgar nuevos finales; pues derivamos en un laberinto interconectado de tal forma que carece de orden, de principio y de fin; y que se mantiene vivo, pues su condición de hipertexto abierto permitirá infinitos agregados.
Así, los lectores ya no serán un “poco autores”, sino autores como el que más. Si estamos ante un poema, entonces tendríamos que decir que cada lector se convierte en poeta, o al menos puede hacerlo; y desde otra perspectiva que el poema ha perdido su autoría, reemplazándola por un colectivo borroso y anónimo.
Se trata de un poema colectivo y no necesariamente coherente, que basado en una nueva escritura, la hiperescritura, deriva, necesariamente, en una nueva poética y un nuevo producto: el hiperpoema. Del mismo modo, podemos hablar de un nuevo sujeto poético: inasible, intangible, incuantificable, inubicable, indistinguible, pero vivo.
Si nos fijamos bien, lo que aquí está en juego no es sólo la identidad del poeta como tal, sino la identidad misma de la poesía, de la poética. Pues, al estar el hiperpoema en la red, se convierte en accesible para sujetos de distintas culturas e identidades que van poniendo lo suyo y haciendo del hiperpoema (o pudiendo hacerlo) una obra artística verdaderamente intercultural, y que por lo mismo nos pertenece a todos y a nadie al mismo tiempo.
* Una versión resumida de esta ponencia fue presentada en el encuentro de poetas AQPoesía 2006, realizado a fines de febrero del 2006, en Arequipa, Perú.
Por José Luis Ramos Salinas
Dime quién eres y te diré con quién andas
INTRODUCCIÓN
No voy a tratar en esta ponencia acerca de la identidad de la poesía arequipeña, o de lo arequipeño en la poesía que se escribe por aquí. Tampoco voy a poner mis esfuerzos en la búsqueda de lo peruano –más si yo no creo que el Perú exista, salvo como realidad geográfica, y aún así tengo mis dudas- ni en la pesquisa de aquello que constituye la identidad de la poesía peruana, pues si suponemos la inexistencia del Perú, no puede aceptarse tampoco algo así como la poesía peruana, ni siquiera la identidad peruana.
Además, se me ha invitado aquí, no como poeta en ciernes, sino como sociólogo; y por tanto obviaré el asunto del colonialismo supérstite y la aparición de la literatura peruana con Mariano Melgar y su yaraví, según el famoso ensayo de José Carlos Mariátegui. De igual modo, no prestaré atención a nuestro primer momento cosmopolita con Manuel Gonzales Prada; ni a la cholitud de Vallejo, ni a la importante influencia anglosajona que se dio por estas tierras, pasada la primera mitad del siglo XX. Obviaré también el asunto de las vanguardias occidentales y su contraparte: el modernismo de Darío. Y no plantearé la identidad como una suerte de construcción de la tradición literaria y poética en contrapunto con la búsqueda de la originalidad. Debo pedir disculpas, entonces, por tanta omisión.
Si se acepta el término, lo que aquí motiva mis reflexiones, son las macro identidades: la premoderna, la moderna y la posmoderna; y desde otra arista: la identidad occidental y las identidades no occidentales; para terminar reflexionado acerca de cómo las nuevas tecnologías complican todo este asunto. El enfoque sociológico, como es evidente, se impone; pero he intentado acercarme cuanto he podido a la poesía, pues el tema es “Poesía e Identidad”, y siempre es bueno hablar de lo que se nos ha pedido que hablemos.
LA IDENTIDAD PREMODERNA
Dime si andas con Dios y te diré quién eres
Todo era más sencillo en la premodernidad, cuando nuestra identidad estaba resuelta por la certeza de que éramos creación divina y que por tanto nos explicábamos (pasado, presente y futuro) en Dios y sus designios. Se trataba de una identidad que no estaba muy dentro de nosotros, sino más bien afuera, y por lo tanto carecía de problemática que resolver; de cuestiones sobre las que preguntarse. “Ser o no ser” no era nuestro dilema, sino el de Dios que tenía razones que no se podían criticar, y a menudo, incomprensibles para los mortales que debían aceparlas con resignación e irracionalidad haciendo uso de eso que llaman fe.
El Renacimiento se plantea nuevas preguntas, desde que hace un redescubrimiento de la dimensión humana, pero no se aleja del todo de la religiosidad. Va a ser la Revolución Francesa la que va a sacar a Dios del pedestal y colocar en su lugar a la Razón, en su forma “científica”. Dando origen, junto con la revolución industrial inglesa que se dio por esos mismos años de fines del siglo XVIII, a una nueva sociedad, bautizada como moderna; que trae su propio talante; y por supuesto su propia concepción sobre la identidad.
LA IDENTIDAD MODERNA
Dime qué haces y te diré quién eres
Si la premodernidad occidental está marcada por el catolicismo, la modernidad, pese a su anti religiosidad, es hija; en gran medida, según Max Weber, del protestantismo; que creó una suerte de culto al trabajo que va a tener una importante repercusión en la construcción de las identidades; así uno es lo que hace. Somos actores sociales representando un papel, y nuestro guión es lo que somos.
Marx, pensador moderno por excelencia, no se aleja de esta concepción y al colocar en el centro de sus reflexiones a las clases sociales, con la ya casi olvidada categoría de conciencia para sí, divide al mundo en burgueses, obreros y campesinos. Fiel a su materialismo, la identidad (categoría superestructural) aparece como producto del lugar que ocupamos en las relaciones de producción. Así cuando triunfa la Revolución Rusa, sus intelectuales y políticos (antes, qué tiempos aquellos, eran los mismos) intentan identificar qué de la identidad rusa debe ser rescatado para beneficio de la revolución y qué debe ser eliminado por su talante anti progresista. Maikovski y su futurismo va a ser el poeta de la revolución, de los nuevos tiempos; pero Maikovski se suicidó. La revolución lo haría 60 años más tarde.
En Europa y sus dominios la variable cultural aparece relegada por una supuesta solución del problema a través del etnocentrismo que supone a la cultura occidental como la desarrollada, la correcta, y la verdadera, frente a las culturas no occidentales que aparecen como subdesarrolladas, erróneas y falsas. Bajo esa premisa, no hay nada que discutir; pues el asunto de la identidad va a colocarse en una suerte de recta numérica de la historia por la que todos debemos transcurrir, de tal modo que la pérdida de la identidad originaria y la adopción de la cultura occidental equivale a quemar etapas históricas en busca del desarrollo y la superación.
Bajo esta óptica, como explica muy bien Eduardo Galeano, será en Occidente donde haya artistas, aquí sólo artesanos; será Occidente quien tenga literatura, por estos lares sólo tradición oral.
LAS CRÍTICAS A LA MODERNIDAD
Sabes con quién andas, pero no quién eres
Los surrealistas a principios del siglo XX van a iniciar una crítica frontal a la modernidad, poniendo en el centro de sus ataques a la razón. Y yendo al tema que nos interesa, suponen que la socialización constituye una falsificación de los seres humanos, la pérdida de su verdadera identidad por otra construida en base a prejuicios religiosos y morales, y juicios que a la sociedad le parecen racionales. “Yo soy otro” ya había dicho Rimbaud y los surrealistas consecuentes con ello proponen una destrucción de la personalidad en la línea de “El Malestar de la Cultura” de Freud.
A mediados del mismo siglo, quienes después van a ser llamados: “posestructuralistas” inician una deconstrucción filosófica de la modernidad que va a socavar varias de las bases sobre las que descansaba. La categoría razón como opuesta a la locura, sucumbirá ante las reflexiones de Foucault, cuyos escritos sobre la sexualidad van a servir para la posterior destrucción del androcentrismo o falocentrismo, que a imagen y semejanza del etnocentrismo se encargó de fijar un sexo desarrollado, correcto y verdadero: el masculino heterosexual. Esto es de vital importancia para entender lo que desde hace algunas décadas se denomina identidad sexual, o de género. En esto jugó primerísimo papel el movimiento feminista cuyos postulados teóricos van a enriquecer enormemente en las últimas décadas del siglo XX el debate sobre las identidades culturales.
A la crítica artística del surrealismo y a la filosófica de Foucault, Derrida y Deleuze, se va a añadir la crítica política de mayo del 68, cuyo lema habla por sí solo: “la imaginación al poder”, ya no la razón, sino la imaginación. Aunque el movimiento estudiantil estuvo ligado al marxismo, ya no era precisamente un marxismo de manual soviético ni chino, sino más bien lo que luego va a derivar en el llamado neomarxismo, o marxismo posmoderno. Tal vez cabe aquí señalar que por esa época la Revolución Cultural China insistía en ligar la identidad cultural a lo que Mao llamó la marca de clase; intentando eliminar de China todo aquello que no correspondía a la identidad proletaria. Pol Pot basó su genocidio en Camboya en algo parecido. Y antes la Revolución Francesa apartó las ideas monárquicas de la gente, su identidad aristocrática, cortándoles la cabeza.
Estas posiciones artísticas, filosóficas y políticas contrarias a la modernidad no fueron suficientes para darle el toque de gracia. La irrupción de las nuevas tecnologías basadas en la electrónica, sobre todo las informáticas, con el boom de las PC en la década del 80, pero sobre todo con Internet en los 90; van a configurar un nuevo mundo tan radicalmente distinto al que parió la Revolución Francesa, que casi hay consenso en que se trata de una nueva sociedad: Posmoderna la ha llamado Lyotard; Tercera Ola, Toffler; Postcapitalista o Postinduestrial, Drucker; Sociedad Red, Castells; o simplemente Sociedad de la Información y el Conocimiento según la etiqueta más difundida. Pero el nombre es lo de menos, lo que aquí importa es que esta nueva sociedad trae consigo nuevos planteamientos sobre la identidad. Además, el mundo, desde la caída del Muro de Berlín en 1989, es una unidad, económica por lo menos, en lo que se conoce como globalización; proceso altamente complejo que también es de vital importancia para la reconfiguración de las identidades que vivimos en la actualidad.
MULTICULTURALIDAD E INTERCULTURALIDAD
Dime con quién no andas y te diré quién eres
Parte central de esta nueva sociedad de la que estamos hablando es el aspecto cultural, pues el antes peliagudo asunto de la economía se supone que está resuelto: el neoliberalismo es la única solución posible para los problemas de la humanidad, sentencia el denominado pensamiento único.
Así resulta, que en esta época, a la que vamos a llamar posmodernidad, se inicia una crítica muy dura al etnocentrismo, que va a resultar primero en la propuesta de la multiculturalidad y luego en la de la interculturalidad.
La multiculturalidad como concepción teórica empieza por reconocer que en el mundo existe una gran cantidad de culturas, pero a diferencia del etnocentrismo, sostiene que éstas no pueden ser calificadas de superiores o inferiores, admitiendo que se trata sólo de culturas diferentes. Por tanto, supone, que lo que cabe como valor fundamental es la tolerancia hacia el otro, hacia el diferente. Cada quien en su propio espacio desarrollando su propia cultura al tiempo que respeta la de los demás.
Llevando esto al terreno de las identidades culturales, lo que estaríamos diciendo es que en el mundo existen diversas identidades y que ninguna puede considerarse mejor que la otra. Y si la poesía es una manifestación cultural de esta identidad, pues entonces resulta que existen varias poéticas que deben tolerarse entre sí.
Sin embargo, pronto se vio que tal visión peca de idílica, pues ciertas culturas están en enorme ventaja sobre ciertas otras, y no será la tolerancia lo que impida que estas últimas caminen a la extinción. Así nacen las políticas de discriminación positiva que consisten en discriminar a los más empoderados para favorecer a quienes viven su cultura en situación precaria.
¿Cómo aplicar tal política a la poesía? En nuestro país implicaría que el Estado invierta dinero y esfuerzos para promocionar la creación, difusión y lectura de la poesía quechua, aymara, ashaninka, aguaruna, shipiba, etc.; postergando aquella debidamente establecida en los cánones occidentales.
Pero esto implica un problema mayúsculo. En primer lugar hay que reconocer que el idioma no es sólo una manera de decir algo, sino que las lenguas se basan en estructuras de pensamiento particulares profundamente arraigadas en las culturas a las que pertenecen; y siendo la poesía, fundamentalmente, un trabajo con el idioma; pues entonces resultaría que la poesía de una determinada cultura sólo puede ser consumida por sí misma; pues la lectura del poema requiere de las estructuras mentales que se utilizaron en su creación, a fin de ser comprendido en su sentido originario. Pero, ¿no se supone que la riqueza de la poesía, y del arte en general, radica en su infinita interpretación? ¿Esta versatilidad sígnica o esta riqueza polisémica puede trascender las fronteras culturales?, o ¿debe darse al interior de las respectivas culturas porque en caso contrario no significaría una reinterpretación sino una bastardización de la creación artística? Pero seamos más radicales: ¿este “valor polísémico” es universal o corresponde a la poesía desarrollada en Occidente y sus zonas de influencia? En otras palabras, ¿podemos afirmar que lo que es poesía para Occidente lo debe ser también para las culturas no occidentales? Y una pregunta mucho más importante para las políticas de discriminación positiva: ¿lo que es poesía para las culturas no occidentales lo debe ser también para Occidente? Pero vayamos al clímax: ¿es la poesía un arte universal o su pretendido universalismo es una arista más del etnocentrismo occidental? Pero imaginémonos funcionarios estatales de cultura, y no andémonos preguntándonos sobre el huevo y la gallina, sino por el caldo del medio día. ¿Cómo dirigiríamos una política de discriminación positiva para empoderar la poesía quechua o mapuche? Pues lo primero que tendríamos que hacer es dominar el quechua y el mapuche, y eso implicaría que trabajamos para un Estado multicultural y no uno que pretende la homogenización cultural; y eso ya sería demasiado pedir. Pero, aún soñando nos enfrentaríamos al problema de la selección. El Estado no puede auspiciar la publicación de poesía quechua basándose sólo en el hecho de que está escrita en ese idioma; hay un asunto de calidad que se tiene que tomar en cuenta necesariamente; y entonces otra vez empiezan los problemas. ¿Cómo podemos medir la calidad de un poema que corresponde a una cultura que no es la nuestra? Habría que crear entidades estatales para cada una de las culturas que existan en un país, conformadas por gente perteneciente a las respectivas culturas. Pero eso ya no se puede ni soñar. Menos en los tiempos actuales en los que la multiculturalidad está de retirada y siendo reemplazada por un etnocentrismo de nuevo cuño bautizado como “La política del hombre blanco enojado”.
A lo que habitualmente se recurre es a calificar la poesía no occidental basándose en criterios pertenecientes a la cultura occidental. Lo que, a final de cuentas, significa reducir el asunto de la multiculturalidad a un asunto de traducción idiomática. Lo que puede ser pertinente en el caso de los idiomas, que pese a ser distintos se sustentan en una única tradición cultural: la occidental; pero que resulta del todo inaplicable para idiomas que provienen de otras tradiciones culturales.
Pero esto, que ya es de por sí bastante complejo, se problematiza más cuando ya no hablamos de multiculturalidad, sino de interculturalidad.
La interculturalidad parte del supuesto que al mismo tiempo que las culturas son diferentes, son también iguales. Diferentes en cuanto a lo propiamente cultural, pero igualmente valiosas, quieren decir. Pero el asunto no se queda allí, sino que reemplaza la tolerancia multicultural por la celebración de las diferencias y de la diversidad; pues sostiene que uno construye su identidad en base al otro, al diferente. Si todos fuéramos iguales, no sabríamos quiénes somos, sólo encontramos elementos para definirnos al compararnos con quienes provienen de una cultura diferente. No podría existir una identidad andina sino existieran culturas que no son andinas, pues si así fuera el caso no podríamos hablar de una cultura andina, sino meramente humana.
Ahora vayamos a la poesía. Tal postura implica, como en el caso de la multiculturalidad, aceptar que existen varias poéticas, que todas son igual de valiosas y que cada una de ellas se define en base a las otras. Pero lo más importante de la interculturalidad es que promueve un diálogo entre culturas, aceptadas como interlocutores válidos, lo que redundará en un enriquecimiento mutuo. Tal actitud resulta bastante auspiciosa en lo que se refiere a la poesía, pues estaríamos ante un diálogo interpoético que permitiría saltos cualitativos. Pero esto, necesariamente requiere, que ambas poéticas estén en igualdad de condiciones, pues si no, no se trataría de un diálogo sino de un adoctrinamiento; y aquello es lo difícil de conseguir.
LA IDENTIDAD POSMODERNA
Dime qué tienes y te diré quién eres
Pero al margen de las propuestas teóricas de la multiculturalidad y de la interculturalidad; el mundo posmoderno se caracteriza, entre otras cosas, por una descomposición de la identidad. Al cuestionarse el culto al trabajo de la modernidad, de pronto descubrimos que no sabemos quiénes somos; lo que provoca un retorno a la espiritualidad y religiosidad; pero también, en algunos casos, un acentuado hedonismo marcado por las posesiones y por el dinero: uno ya no es lo que hace, uno es lo que tiene: “la diferencia entre tú y yo Pérez, es que tú tienes un televisor a colores, pero el mío es un Sony”, era el remate de un spot publicitario de mediados de los 80 que ejemplifica muy bien lo que decimos. Pues no dice, la diferencia entre tu televisor y el mío, sino se refiere a la diferencia entre personas, establecida en base a los bienes que poseen.
Estamos entonces, ante una crisis de las identidades individuales, en la que la poesía juega dos papeles. En el caso de la pérdida de identidad, reforzando esta sensación de vacío, este sin sentido de todo, al demostrar la ya insalvable división entre el yo poético y el yo real. Como antes lo hizo el romanticismo, la poesía posmoderna nos vuelve a mostrar huérfanos, ángeles caídos; pero el asunto es aún más grave, porque esta vez la poesía está incluida en esta caída; en realidad, el idioma todo, que como lo ha señalado Raúl Zurita, ha caído en la casi total vacuidad. Y en el caso de la sociedad hedonista basada en las propiedades y el dinero, la poesía no juega papel alguno; a no ser la de aspirar a ser best seller y convertir a su autor en el escritor de moda, lo que le permitirá gozar de una pseudo identidad.
En cuanto a las identidades colectivas, la globalización se ha encargado también de ponerlas en crisis. Pero sobre este asunto y el papel o no papel que juega la poesía hablaremos más adelante.
CUERPO E IDENTIDAD
Dime qué cuerpo tienes y te diré quién eres
La modernidad se construye sobre un sujeto abstracto: pienso luego existo, es la máxima que la define. Pero la posmodernidad va a reemplazar al sujeto moderno por uno corpóreo y sexuado; así el cuerpo se convierte no sólo en el centro de reflexiones obligadas, sino también de encendidos debates políticos; y en el territorio privilegiado desde donde construiremos nuestra identidad. Así uno es el cuerpo que tiene.
Esto va a ser mucho más obvio en el caso de las mujeres que en el de los hombres; pues aunque abstracto, el sujeto moderno era varón. La posmodernidad hace tangibles los cuerpos, pero sobre todo el femenino.
Así, va a aparecer en la poesía peruana, y seguramente también en otras partes del mundo, un conjunto de escritoras y de libros cuya preocupación central va a ser el cuerpo femenino. No sólo, porque es allí finalmente donde somos o no somos; sino porque en el caso especial de las mujeres, se trata de un acto de hacer visible lo que permaneció invisible durante siglos y acaso milenios: ellas mismas.
El asunto es subversivo pues implica una transformación radical en la manera de pensar el cuerpo femenino. Se trata de pasar del falocentrismo -que piensa el cuerpo femenino en función del masculino, como mero objeto dador de placer- a un pensamiento centrado en el cuerpo femenino ya no como objeto sino como sujeto, es decir ya no como exclusivo dador de placer, sino como capaz también de recibirlo, de dárselo, de gozarlo.
Esta poética del cuerpo, es a fin de cuentas un intento de construir la identidad femenina, pues es imposible ser si no sabemos quiénes somos, y aquí la poesía se torna exploratoria, pues lo que pretende es un acto de autodescubrimiento.
Últimamente, este tipo de poesía ha sido atacada duramente por diversos críticos que conciben la poesía como un asunto del idioma solamente; y no como un asunto de la carne, la sangre y el cuerpo. Olvidan que idioma y lengua son sinónimos y que a final de cuentas todo poema dice algo, y por tanto, es, además de un objeto estético, uno ideológico, y allí también puede residir su valor poético.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD
Dime quién quieres ser y te diré quién eres
Pero el vacío no sólo es la nada; suele ser también el terreno fértil para el inicio: así en la posmodernidad se plantea la idea de la identidad no como algo dado, sino como algo que se construye. Así no es el lugar donde nacemos, no es nuestro idioma, ni el cuerpo con el que venimos al mundo el que nos da nuestra identidad; sino que podemos elegirla o construirla. Michael Jackson resulta emblemático al respecto, al igual que los transexuales.
Uno puede adscribirse a otra cultura, nacionalizarse y hasta dar la vida por una patria que no es la suya; como ocurre en Irak invadido por un ejército de mercenarios de todo el mundo que mueren, pero sobre todo matan por Estados Unidos, por mundializar la identidad norteamericana. Porque la guerra es económica, pero también cultural, por la desaparición de ciertas identidades y la imposición de ciertas otras.
La poesía a este respecto puede convertirse en un medio de construcción de identidades; son cada vez más frecuentes los casos de escritores que escriben y publican en un idioma distinto a su lengua materna, y ya hemos dicho qué significa esto en el ámbito de las identidades. Es decir, la poesía no como medio de reafirmación de la identidad que nos fue dada, sino como posibilidad de cambiarla por otra. ¿Podemos emitir juicios de valor sobre esto? ¿Podemos llamarlos traidores, aculturados –como hizo Arguedas-; o debemos ver el asunto como un acto de libertad? El tema es, sin duda, harto debatible.
SEX AND THE IDENTITY
Dime con quién te acuestas y te diré quien eres
Quienes deben enfrentarse al vacío identitario de la posmodernidad, suelen recurrir al amor y a la sexualidad como una tabla de náufrago. Después de todo si la identidad es el proceso mediante el cual nos reafirmamos a nosotros mismos frente al otro, resulta que las relaciones amorosas y sexuales calzan muy bien en esa definición. Así de pronto, el asunto de la identidad suele reducirse a la heterosexualidad o la homosexualidad, con sus múltiples variantes en ambos casos: ya no hablamos de opciones sexuales, sino de identidades sexuales, como si uno fuera con quien se acuesta.
Oliver Stone ha hecho pública su preocupación por el hecho de que las nuevas generaciones norteamericanas se forman (construyen su identidad) en base a lo que ven y aprenden en dos series televisivas de éxito admirable: “Friends” y “Sex and the City”.
Para el tema que intentamos abordar, esta última es la que nos interesa más. Quienes han visto esta serie, que se transmite mundialmente vía televisión por cable, han podido notar con suma facilidad que la vida de las mujeres que la protagonizan gira y se define por sus relaciones sexuales y amorosas; todo lo demás: el trabajo, la formación profesional, las aspiraciones personales, etcétera; aparece como secundario o supeditado a lo primero. Y de otro lado, los asuntos sociales, políticos, macroeconómicos, el cuestionamiento por el mundo y por el lugar que ocupamos en él; no juegan papel alguno dentro de la serie: nadie derrama ni una lágrima por los niños que mueren, cada cuatro segundos, de hambre en el África, pero sí llantos a mares por el ex enamorado que se casa con otra.
“Sex and the City” es de una vacuidad espeluznante, pero la sociedad contemporánea toda también lo es. Y en una sociedad vacua y trivial la poesía no tiene lugar, pero los poetas sí; esos poetas que han hecho del amor el centro de su atención al punto que han creído que tal sentimiento se da en el aire, en medio del vacío, y no en un contexto histórico y social determinado. Estos artífices de la palabra, intentan, con sus acabados versos, hacer lo que Sara Jessica Parker y sus amigas intentan hacer en la cama; construirse una identidad, existir a fin de cuentas. Pero, a mí, particularmente, el método de Sex and the City me parece más honesto.
LA IDENTIDAD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN
Ya sé con quién andas, pero no quién eres
La globalización es un proceso sumamente complejo y que tiene como principal arista el aspecto económico; pero si vamos a hablar de poesía e identidad, entonces debemos movernos en los terrenos de la denominada globalización cultural.
Son numerosos los autores que han reflexionado sobre la globalización cultural, y a un inicial consenso se ha sobrepuesto una diáspora de teorías asentadas en los datos que arroja una realidad que ha hecho de la versatilidad, lo inesperado, el vértigo y el desconcierto, la constante de estos tiempos.
Esta abundante producción teórica sobre el tema, podemos dividirla en 5 grandes tendencias a seguir:
LA ALDEA GLOBAL
Porque andas al unísono con todos es que ya sé quién eres
El poder avasallador del proceso de globalización hizo pensar a muchos, y sigue haciendo pensar a varios, en que el futuro es la homogenización cultural. El mundo será como una aldea, en la que todos tengamos un similar sistema de valores, las mismas costumbres, similares ideas religiosas, y los mismos gustos; y por supuesto, el libre mercado y la democracia representativa se habrán impuesto en todo el planeta. No tendrá sentido definirse como arequipeño, ni como peruano, ni siquiera como latinoamericano, pues hacia donde nos dirigimos es a una identidad planetaria en la que sólo podremos definirnos como terrícolas.
Esta cultura mundial no será ecléctica en el sentido de la unión de lo mejor de cada una de las culturas nacionales para la construcción de una cultura única. Sino que será resultado de la imposición de la cultura de los centros dominantes sobre los países periféricos que verán perder su cultura o creerán ponerla a salvo en los museos, para ponerse a tono con los nuevos tiempos, que, en la idea de Occidente, equivalen a desarrollo.
Las poéticas, obviamente, correrán igual suerte que las culturas a la que pertenezcan. Probablemente, la poesía occidental sobreviva; lo que tampoco es seguro, dada la ya lejana aparición del hombre unidimensional de Marcuse, y el ya remoto nacimiento y desarrollo de la industria cultural de la que nos advirtió la Escuela de Frankfurt; y de la actual y general confusión entre tan disímiles categorías como entretenimiento y cultura, así como el sometimiento de esta última a las leyes del mercado como si se tratara de cualquier mercancía, haciendo de la poesía, publicidad; y de la publicidad, poesía.
Desde la óptica de la “aldea global”, ser optimista significa aceptar el confinamiento de las poesías no occidentales a las bibliotecas y sus ratones, y la sobrevivencia de la poesía occidental como parte de la autocrítica que caracteriza todavía, felizmente, a esta cultura.
Lao Tse dijo: quieres ser universal, habla de tu aldea. Pero qué hacer cuando la aldea se occidentalizó hasta desaparecer, y el mundo entero se convirtió en nuestra aldea. Quieres ser universal, habla de Occidente; tendríamos que decir hoy en día.
Como respuesta a esta situación y tan oscuro presagio, ha surgido, no una propuesta teórica propiamente dicha, sino una posición peligrosamente dogmática y fanática que repite el momento más exacerbado del etnocentrismo occidental, pero esta vez con respecto a culturas mucho más localizadas y pretendidamente congeladas: el denominado etnonacionalismo. Lo que ocurrió en Yugoslavia es un magnífico y trágico ejemplo, y hay que recordar que el genocida servio era un excelente poeta.
UN MUNDO MULTICULTURAL
Dime quién eres pero anda con cuidado
Cuando Lorca escribió “Un Poeta en New York”, New York no era lo que es hoy día. Una ciudad absolutamente cosmopolita en donde cohabitan gran parte de todas las culturas del mundo, y por ende, muchas de las poéticas que corresponden a esas tradiciones culturales.
Cuando las Torres Gemelas cayeron, los muertos pertenecían a muchos países del mundo. Resulta que el hindú tiene como compañeros de trabajo a una norteamericana bien gringa, un francés más francés que el champagne, un limeño que no se pierde la procesión del Señor de los Milagros que se realiza cada octubre por las calles de Manhatan, y un japonés que se niega a cambiar el sake por el güisqui. Todos juntos, pero cada uno con su cultura, con su Tagore, su Whitman, su Mallarmé, su Vallejo, y su Mishima.
Bien idílica la imagen, y por tanto poco realista. Veamos por qué. Este mundo multicultural está asentado en una ciudad y en un país que tiene una cultura oficial y una política de Estado coherente con la misma; así, a menudo, ciertas manifestaciones culturales pueden chocar con las buenas costumbres y hasta con dispositivos legales; convirtiendo, en la práctica, a parte de una cultura en delito. Los musulmanes entregan a sus hijas en matrimonio y las obligan por la fuerza a vivir con sus esposos, pero esto en New York se llama secuestro.
Así resulta que las culturas deben adecuarse a la cultura del imperio para no ser perseguidas y condenadas; y sólo pueden mantenerse fieles a su identidad en aquello que no perjudique a lo que Occidente supone como superior y correcto. Es cierto que los matrimonios forzados son algo deplorable; pero no es sólo en ese tipo de cosas en las que Occidente no admite dimisiones; sino en otras que constituyen su corazón mercantil. Mientras pertenecer a una cultura u otra no afecte el desarrollo del mercado; mientras las culturas se frenen cuando se trate de la estandarización de los hábitos de consumo, Occidente las tolerará. Estamos entonces, frente a los colores de Benetton, esa empresa textil cuyas modelos pertenecen a todas las razas posibles, sin que esto sea obstáculo para que usen la misma marca de ropa. O si no, una miradita a los programas infantiles, Barney es un buen ejemplo, para ver como sus protagonistas, que pertenecen a distintas culturas, tienen idénticos comportamientos típicamente occidentales, y hasta francamente norteamericanos.
Es decir que mientras leer a Tagore, Mallarmé, Vallejo o Mishima, no afecte a la industria editorial, pues se tolerará las lecturas de quienes aún no se han convertido en Homeros Simpson, o en el estúpido hombre blanco del que nos habla Michael Moore.
LA DESESENCIALIZACIÓN DE LAS CULTURAS
Dime quién pareces ser y te diré quién eres
La posición anterior se conecta directamente con esta que nos habla de la aparente preocupación de Occidente por la conservación de las diferentes culturas, sus identidades y su poesía. Así, de pronto, los poderes culturales del imperio norteamericano prestan interés a culturas no occidentales y lo hacen en tono de elogio y admiración. Frederick Jameson ha escrito al respecto y ha puesto especial atención a la maquinaria de Holliwood y a su cambio de actitud: mientras antes los chinos aparecían en las películas, casi invariablemente como tontos, los mexicanos como ociosos, y los indios como salvajes e ignorantes; desde hace algunos años la cosa ha cambiado notablemente, o parece que ha cambiado nada más. Los ejemplos sobran, hablemos sólo de dos: “Danza con Lobos”, es una película en que los Siux aparecen como las víctimas de los colonos ingleses, cuya brutalidad y apego material, les impide valorar la espiritualidad y sutileza de la cultura Siux, sobre todo su comunión con la naturaleza, la misma que es devastada por la cultura occidental. Es tanto el asunto, que el protagonista de la película, se pasa del ejército invasor a las huestes aborígenes. Pero resulta, según los entendidos, que lo que se muestra como cultura Siux en la pantalla, no corresponde a la auténtica cultura Siux, sino que ésta ha sido modificada para que pueda ser degustada por el paladar occidental. En otras palabras, se trata de una recategorización de la cultura Siux en base a las categorías occidentales; y como los espectadores no sabemos nada de la cultura Siux no nos queda más que creer lo que nos dice la película. Un ejemplo más claro, es el del film “El Último Samurai”, en el que de nuevo, hay una supuesta alabanza a la cultura japonesa, en detrimento de la occidental invasora y avasalladora. La metáfora está en la conversión de Tom Cruise a los códigos samurais, pero lo que en realidad ocurre es una recodificación de la cultura japonesa en base a las categorías occidentales.
Las culturas, las identidades, las poéticas pueden seguir existiendo al costo de perder su esencia. Luego, lo que cuesta la existencia es la existencia misma. No se trata de culturas sino de fantasmas arropados con sábanas marca Benneton.
LA HIBRIDACIÓN CULTURAL
Tú eres todos con los que andas
Otros piensan que el acercamiento al que nos ha obligado este proceso de globalización va a derivar en una hibridación cultural, en una mezcla de culturas, como ya ocurre en muchas zonas fronterizas del planeta. El ejemplo siempre suele ser el límite entre México y Estados Unidos, ya casi totalmente borrado desde el punto de vista cultural, pues charros y ratones de nombre Miguel se reproducen a ambos lados de la frontera; y no es raro ver al ratón estrella de Disney con sombrero de mariachi. Además, su colega González no es “rápido”, sino “speedy”.
Se trata de concebir a la cultura y a las identidades que las encarnan como procesos abiertos y en permanente cambio, con una profundidad tal; que en un determinado momento las culturas y las identidades dejan de ser y se convierten en otra cosa, se produce el salto cualitativo del que nos habla la dialéctica.
Esta hibridación es tan fuerte, que tiene efectos contundentes sobre los idiomas, permitiendo la formación de neolenguas como el spanglish, que ya empieza a ser utilizado como insumo para la escritura de obras literarias. Y si la poesía es sobre todo, un manejo del idioma, pues estas nuevas lenguas abren novísimos caminos a la poesía y sus posibles pretensiones de construcción de identidad, en este caso de identidades híbridas.
Podríamos pensar que la hibridación cultural también se puede dar en el ámbito poético, es decir, la mezcla de dos poéticas que corresponden a culturas diferentes, dando como resultado una nueva poética. Parece interesante la idea, pero el inconveniente es que, por lo general, ambas culturas, ambas poéticas, no van al encuentro en igualdad de condiciones, produciéndose a veces, un encontronazo, una asimilación, o tres tazas de la cultura dominante y una pizca de la otra para darle sabor tropical. Aún así, la poesía puede salir ganando.
EL CHOQUE DE LAS CIVILIZACIONES
Si no andas conmigo, entonces ya sé que eres el enemigo
Otros autores, como Samuel Huntington, creen que la occidentalización del mundo es un proceso prácticamente concluido, y que sólo sobrevive otro proyecto cultural junto al de Occidente: el musulmán. Lo latinoamericano es o un Occidente de nuevo cuño, o algo en extinción.
Pero Huntington, no se queda allí, sino que sostiene que el desarrollo del mundo requiere de la imposición de una sola cultura, y obviamente, apuesta por la occidental en su forma norteamericana. Pero dada la terquedad islámica que ha hecho del asunto un tema religioso (Bush, también, por cierto), lo que se viene, es según este autor, una guerra de civilizaciones que terminará imponiendo la cultura occidental en todo el orbe y desapareciendo toda resistencia cultural. Es decir, la aldea global, pero no como resultado de un proceso tecnológico, económico, cultural; sino como botín de guerra.
En estas condiciones, ciertas identidades y ciertas poéticas se tornan en subversivas, porque el sistema ya no sólo quiere ser omnipresente desde el punto de vista bélico, económico y político, sino también desde lo cultural.
POETAS DE DOS PATAS O EL MONSTRUO DE MIL CABEZAS
Dime en que antología apareces y te diré quién eres
La globalización pues ha creado una nueva realidad, y eso que aún no estamos hablando del mundo virtual. Pero para no seguir alejándonos del suelo que nos vio nacer, pisemos tierra arequipeña por un momento e intentemos un esbozo de cómo todo lo que hemos dicho se aplica en este rincón del planeta.
La categoría espacio, siempre ha sido y aún es utilizada por quienes se atreven a hacer antologías de poesía. Así, los títulos pueden ser: “Antología de la poesía arequipeña”, “Antología de la poesía chilena”, “Antología…”. Es bastante común también cruzar la variable espacio con el tiempo; pero eso no es lo que nos interesa en este instante.
Hace décadas, cuando se hablaba de antología de la poesía arequipeña, se daba por descontado, no sólo que los poetas habían nacido en Arequipa, sino que su poesía misma era arequipeña, es decir estaba cargada de lo arequipeño, de arequipeñidad. Y no podía ser de otra forma, pues aunque los poetas se esforzaban por nutrirse de cosmopolitismo, el nivel de desarrollo de los medios de comunicación y de la integración mundial los amarraba al suelo, los obligaba a ver a su cercano alrededor para construir su poesía.
Pero desde hace ya una buena cantidad de años, junto con el proceso de globalización (que da sus primeros atisbos a mediados del siglo XX y entra con todo en la década del 90) lo arequipeño va desapareciendo de la poesía escrita en estas tierras y hasta empieza a ser visto como de mal gusto, cuando lo cosmopolita se va imponiendo en quienes empiezan a dejar de sentirse arequipeños y empiezan a pensarse como ciudadanos del mundo.
En esos momentos, las antologías territorializadas (basadas en un ámbito espacial) empiezan a tener problemas de conceptualización. Porque muchos de los poetas nacidos en Arequipa han emigrado, y porque muchos no nacidos aquí, publican y construyen su oficio en esta tierra. Los antologadores entonces, ensayan distintas alternativas, siendo la más usada, la de seguir considerando arequipeños a quienes no viven aquí, y de adoptar a los que se asentaron en la patria chica de Melgar.
Pero, démonos cuenta de que lo arequipeño como criterio de selección ha desaparecido. Es decir, las antologías de poesía arequipeña, empiezan a prescindir de arequipeñidad, de identidad arequipeña. Y esto, paradójicamente, bajo la creencia de que quienes se fueron se llevaron su arequipeñidad con ellos, y que quienes llegaron la asumieron con agrado y con orgullo. Pero, que yo sepa, no se ha hecho un estudio minucioso sobre el asunto, y la verdad no sé si sea posible hacerlo, porque primero tendríamos que definir lo arequipeño y quién podría hacerlo.
Jorge Cornejo Polar dijo, refiriéndose a Teodoro Núnez Ureta, que lo mejor del carácter arequipeño es el orgullo sin vanidad, la tenacidad sin capricho, la vehemencia sin arrebato, y el amor a la justicia y a la libertad. Pero, exagerando un poco y con mala leche, debo decir, que los poetas que conozco, me resultan vanidosos en extremo, caprichosos a lo más, y de tanto en tanto arrebatados; y dado que la justicia y la libertad no son ya de su interés, sino los premios, los cócteles y los bocaditos; no me queda sino concluir que lo arequipeño, al menos en la poesía, ha muerto.
Por tanto, pensar antologías con criterios territoriales no tiene mayor sentido en los tiempos actuales. Sino vayamos a un caso concreto. Dos poetas que participan de este encuentro, amigos míos además, así que descarten la ojeriza: Lolo Palza y Alfredo Herrera, han sido antologados en los últimos meses en “Enemigo Rumor”, bajo el rótulo de poesía arequipeña; y por Feliciano Padilla en su “Antología de la poesía Puneña”. Yo creo que Alfredo y Lolo no escriben ni poesía arequipeña, ni poesía puneña; sino simplemente poesía; en realidad, poesía occidental, para estar a tono con lo que hemos sostenido en párrafos anteriores.
Y es que no se puede ser arequipeño y puneño a la vez, sobre todo porque los arequipeños, racistas como son, no ven con buenos ojos a los puneños. De lo que se puede hablar tal vez, es de poesía puneño-arequipeña en el sentido de las culturas híbridas de las que hablábamos líneas arriba. Pero más correcto es, me parece, no asumir que nuestros amigos son poetas de dos patas; sino más bien, y ya no sólo ellos, sino todos, un monstruo de mil cabezas globalizadas.
La categoría glocal, quizá pueda venir en nuestra ayuda, es decir: pensar localmente, actuar globalmente. Pero esto que se aplica muy bien en la política, no sé cuánto pueda serlo en la poesía en particular y en el arte en general. Pues la política es un asunto bien occidental, y aunque usemos sus categorías para interpretar problemáticas netamente locales, el resultado siempre será también bastante occidental y por ello es posible desprender de allí una acción global. Un poema imbuido de lo local es pasible de universalización, pero una poética distinta de la occidental, no estoy tan seguro. Y aquí no nos queda sino repetir las preguntas que nos hacíamos sobre si la poesía es verdaderamente universal.
LAS IDENTIDADES INCORPÓREAS
Dime si eres virtual y te diré cuán real eres
Con el advenimiento de las nuevas tecnologías, sobre todo Internet, se va configurando un mundo paralelo, conocido como mundo virtual o digital, en el que se van constituyendo los más diversos fenómenos que existen en el mundo real. Así, ya se puede hablar de delincuentes y policías virtuales, de dinero virtual, de economía electrónica, de guerrillas virtuales, de parejas e infidelidades virtuales, y de comunidades y culturas virtuales. Pero, aunque la virtualización se haga a imagen y semejanza del mundo real, el resultado no es una copia, sino que se imbuye de nuevas características propias de la condición de no ser real, sino virtual.
En el terreno de las identidades esto está fuertemente marcado por el hecho de la descorporización de los sujetos; pues en la red entramos desprovistos de nuestros cuerpos, somos puro nick name.
Estamos hablando, entonces, de identidades incorpóreas; y esto implica un volver a pensarlo todo, pues recordemos que incluso existe la tendencia a pensarnos como nuestros cuerpos, uno es el cuerpo que tiene; pero si no tenemos cuerpo; entonces, ¿quiénes somos?
En la red uno es quién es y al mismo tiempo no lo es. Se es, pero al mismo tiempo se está dejando de ser, sin que por ello ya no seamos. Dialéctico, el asunto; pero aún más complicado, porque en Internet podemos ser más de uno; e incluso, varios pueden ser uno.
“Mi nombre es Legión, pues somos muchos”, se identifica el demonio en la Biblia. Y el dogma de la Santísima Trinidad sostiene que Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres, pero al mismo tiempo uno. Pues ahora resulta que todos podemos ser un poco divinos y un poco demoníacos. Uno puede construirse todas las identidades que quiera en la red de redes, y puede hacerlo, porque su ser digital no posee cuerpo. Así en Internet uno es quien quiera ser. Nos viene a la memoria Pessoa y sus heterónimos; algo de eso se trata.
El Messenger, servicio estrella de la Microsoft, nos permite contactarnos y conversar con infinidad de personas, identificados todos sólo a través de nick names. La foto colocada en nuestro “perfil” no significa nada en cuestiones de autenticidad, inclusive a la webcam se la puede “engañar” para que trasmita las imágenes que nosotros queramos. Así podemos crear todos los nick names que queramos; pero no sólo eso. Las últimas versiones del Messenger permiten activar varias cuentas simultáneamente, de manera tal que somos varios no sólo diacrónicamente sino también sincrónicamente. (Para ver estas implicaciones en el aspecto sexual ver: “Sexualidad, Ciudadanía y Poder”, en http://el7mocirculo.blogspot.com/ ).
Resulta entonces que en el mundo virtual las identidades se vuelven sumamente borrosas, al menos, si queremos entenderlas bajo las categorías de la relación identidad-cuerpo.
Si las identidades virtuales carecen de cuerpo, ¿pueden estas identidades constituirse en poetas? No estamos hablando de poetas que colocan su producción en Internet. Sino de nick names borrosos ensayando una poética en el chat con desconocidos, donde la materialización del poema dura lo que el CPU se mantenga prendido. Se trata de una poesía que titila en el monitor, pero también en el cerebro, en los corazones y las otras vísceras de quienes alcanzan a leerla. Detrás de ella, no hay un autor en el sentido clásico, sino tan sólo un nick name. Se cumple entonces, lo que reclama Raúl Zurita: los poetas no importan, lo que importa es la poesía. En términos de identidad, resulta que la poesía no reivindica otra identidad que la suya, pues se ha perdido el cuerpo del que brota.
Desde una óptica menos radical, se puede ver también a Internet y a la Web como un espacio posible de encuentro de todas las culturas, de todas las identidades y de todas las poéticas, incluso de aquellas que provienen de culturas ágrafas, pues el potencial multimediático de la red permite prescindir del texto y concentrarse en el audio, el vídeo o combinar diferentes modos de expresión. Además, las herramientas, cada vez más potentes del chat, el e-mail, vídeo bajo demanda, grupos de discusión, etc.; hacen de este espacio no sólo un lugar privilegiado para la multiculturalidad, sino también para la interculturalidad. (Ver: “Multiculturalidad en la Red” en http://el7mocirculo.blogspot.com/ ).
HIPERPOESÍA E HIPERIDENTIDADES
Porque no sé con quién ando es que ya no soy
La tecnología hipertextual (su historia y características se pueden leer en “El Auge de los Soportes Digitales y Virtuales” en: http://el7mocirculo.blogspot.com/ ) rompe con la secuencialidad, lo que es básico en la escritura de un poema (aunque se han hecho varios intentos por romperla independientemente y antes de la llegada del hipertexto) y nos abre un abanico de caminos posibles que coloca al lector en una posición menos pasiva y más activa, pues tendrá que tomar decisiones que redundarán en la construcción misma del poema. Resulta así, que el lector no es sólo lector, sino también un poco autor, en la fórmula del prosumidor (productor y consumidor al mismo tiempo) que explicara Toffler en su libro La Tercera Ola. Pero, si el hipertexto es abierto, es decir que se pueden añadir otros textos al original y abrir nuevos caminos, plantear nuevos inicios y colgar nuevos finales; pues derivamos en un laberinto interconectado de tal forma que carece de orden, de principio y de fin; y que se mantiene vivo, pues su condición de hipertexto abierto permitirá infinitos agregados.
Así, los lectores ya no serán un “poco autores”, sino autores como el que más. Si estamos ante un poema, entonces tendríamos que decir que cada lector se convierte en poeta, o al menos puede hacerlo; y desde otra perspectiva que el poema ha perdido su autoría, reemplazándola por un colectivo borroso y anónimo.
Se trata de un poema colectivo y no necesariamente coherente, que basado en una nueva escritura, la hiperescritura, deriva, necesariamente, en una nueva poética y un nuevo producto: el hiperpoema. Del mismo modo, podemos hablar de un nuevo sujeto poético: inasible, intangible, incuantificable, inubicable, indistinguible, pero vivo.
Si nos fijamos bien, lo que aquí está en juego no es sólo la identidad del poeta como tal, sino la identidad misma de la poesía, de la poética. Pues, al estar el hiperpoema en la red, se convierte en accesible para sujetos de distintas culturas e identidades que van poniendo lo suyo y haciendo del hiperpoema (o pudiendo hacerlo) una obra artística verdaderamente intercultural, y que por lo mismo nos pertenece a todos y a nadie al mismo tiempo.
* Una versión resumida de esta ponencia fue presentada en el encuentro de poetas AQPoesía 2006, realizado a fines de febrero del 2006, en Arequipa, Perú.
2 comentarios:
no dejes de escribir ,tus articulos son buenos .
Gracias por los ánimos, uno siempre los necesita.
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