26 ene 2014

Ni una guerra, ni un partido*

Dentro de tres días, el Tribunal Internacional de la Haya hará público su fallo en torno a la causa presentada por el Estado peruano hace ya 5 años. Y con motivo de este hecho, sin duda trascendental, no se ha motivado a la ciudadanía a la reflexión en torno a todos los temas implicados: jurisprudencia internacional, integración latinoamericana, viejas heridas y posibles reconciliaciones y otros similares; sino que se ha impuesto la cultura del espectáculo y tal parece que nos preparamos para un clásico de fútbol sudamericano. Así, Alan García propone embanderar el país entero para no sabemos qué; y por su parte el gobierno organiza una trasmisión en vivo del fallo, que será escuchado por el presidente y la clase política en Palacio mismo con pantallas gigantes acondicionadas en las diferentes salas, en tanto que la población podrá escucharlo a través del canal televisivo del Estado.
Si tanta expectativa merece el fallo, por qué no se han hecho mayores esfuerzos para que la población se entere sobre qué se va a decidir. El asunto es geométrico, y mientras Chile considera que la frontera marítima se fija por el paralelo geográfico, el Perú no apuesta por la perpendicular a la costa, que sería el pedido extremo, sino por una línea equidistante, que como su nombre lo dice, es una suerte de ni todo para ti, ni todo para mí. Lo que hay que añadir es que en estos momentos la realidad corresponde a la propuesta chilena, es decir, que ese país ejerce dominio sobre 38 mil km cuadrados que el Perú considera suyos.
En esas condiciones y con la trayectoria del Tribunal de la Haya que prefiere siempre contentar a ambas partes, antes de dar la razón por completo a una de ellas, es casi imposible que Chile pueda ganar. Pues aunque no se dé la razón al Perú, es previsible que el fallo implique la “pérdida” de algunos miles de km cuadrados del mar que ahora controla nuestro vecino del sur.
Si eso está claro, no tendría mayor sentido pensar cómo reaccionará el Perú ante el fallo. La respuesta es obvia, hay que acatarlo aunque no nos satisfaga del todo. La pregunta es: cómo reaccionará Chile, un país que no está acostumbrado a ceder territorios, sino acaso, a lo contrario.
Por eso preocupan gestos como los que propone García, quien parece estar planeando que Haya o no Haya el Apra vencerá. Su megalomanía fácilmente se puede convertir en patrioterismo y con la misma demagogia guerrerista que le conocimos cuando quiso enviar aviones a Panamá para defender a Noriega de la invasión norteamericana; puede ahora llamar al heroísmo de nuestros jóvenes, claro que, por supuesto, no desde la línea de fuego, sino desde un cómodo sofá. Preocupa también qué haga el fujimorismo, sobre todo si recordamos que su diario La Razón, llama a la guerra con Chile desde hace varios años. Tampoco hay que olvidar que durante el conflicto del Cenepa, Fujimori  al grito de no ceder ni un solo metro cuadrado del sagrado suelo nacional, no solo cedió un kilómetro en Tiwinsa, sino que dio pie a millonarios negociados en la compra de armas. Y preocupa también entonces que el gobierno engrose la lista de invitados a escuchar el fallo en vivo en Palacio. ¿Qué harán los ministros, las autoridades judiciales, los alcaldes y presidentes regionales, los líderes políticos y todos los demás? ¿Aplaudir? ¿Dar vivas al Perú? ¿Cantar el himno? ¿O mirar a Ollanta para saber cuál es la actitud a tomar como en las monarquías de la Edad Media? Sea cual sea el fallo, las actitudes que tomen podrán ser interpretadas como una provocación por parte de Chile o como una traición por parte de una población peruana que recuerda la Guerra del Pacífico como que hubiera sido ayer.
Los empresarios, en ese sentido, lo han hecho mejor y han señalado que independientemente del fallo el intercambio comercial con Chile crecerá de manera sostenida e importante. Ellos tienen claro que lo que les importa son las oportunidades de ganancias y no andar embanderando el país o poner diversas caras al momento del fallo, pensando en las próximas elecciones.
Por su parte, los escritores y otra gente de la sociedad civil peruana han evidenciado los lazos fraternales que mantienen con sus pares chilenos; y eso creo que debiera ser la actitud. Sino recordemos a quién benefició el salitre que costó miles de vidas en 1879, y cómo los obreros chilenos fueron inmisericordemente explotados en las salitreras que con las vidas de sus padres convirtieron en parte de su territorio, pero no en parte de su riqueza, y mucho menos de su bienestar.
Por eso tengo que hacerme una pregunta de muy mal gusto en el momento actual. ¿Este reclamo ante la Haya tiene realmente que ver con la patria, con la defensa de la riqueza marítima que le pertenece a todos los peruanos? O será que el 27 quienes estén cruzando los dedos será la familia Brescia que maneja el negocio de la pesca en el Perú con un patrimonio de 5 mil millones de dólares; y al otro lado de la frontera la familia Angelini, quien controla la explotación pesquera del norte chileno incluida el área en disputa.
Solo nos queda esperar que con el fallo de la Haya no ocurra lo que siempre; que algunos terminan de pescados y otros de tiburones.

* Texto leído en Radio Yaraví, 23 de enero, 2014

Cura no es peor que la enfermedad*

Todos y todas somos dueños y dueñas de nuestros cuerpos y podemos hacer con ellos lo que nos plazca, siempre y cuando con ello no dañemos a nadie, por supuesto. Y este derecho no es privativo de cierta clase social, de cierto grado de instrucción, género ni raza; e incluye por ello mismo a los sacerdotes. La reflexión viene a cuento porque en los últimos días hemos asistido a  la crucifixión pública del cura franciscano Roberto Cartagena por haber sido sorprendido saliendo de un hostal acompañado de una señorita. El hecho ha merecido primeras planas en periódicos locales que creen que con eso hacen periodismo de investigación, y rebote de la información en los medios de comunicación nacionales, tanto los chicha como aquellos que se suelen llamar: serios.
Si en la religión católica es un grave pecado que un sacerdote falte a su voto de castidad, pues ese es problema de la conciencia de Roberto Cartagena y de nadie más. Si la Iglesia lo considera una falta grave y dispone sanciones en consecuencia, pues seguramente las aplicará. Pero convertir la relación amorosa que el mencionado cura parece tener con alguien que no es una muchachita sino una mujer hecha y derecha, en un escándalo de magnitudes bíblicas y transformarlo en un tema de interés nacional no solo nos parece desproporcionado, sino síntoma de hipocresía, doble moral, mojigatería, chismografía; y lo que es peor, de una actitud inquisidora medieval.
La religión y sus preceptos es un asunto confesional, es decir, privado, de cada quien. Convertir los supuestos pecados, o para usar el término que ha sido la delicia de la prensa que ya hubiera querido tener Torquemada en su época: la tentación de la carne, en un asunto de debate público con ánimos de castigar, es la comprobación de lo que ya advertía Humberto Eco a principios de siglo en su libro “A paso de cangrejo”: estamos rumbo a la Edad Media.
Y eso es peligroso en muchos sentidos. Denota dogmatismo y por ello mismo la incapacidad de entender a quien piensa y siente diferente a nosotros; mesianismo, todos creen que Dios les da instrucciones, lo que en la práctica convierte en aliado del demonio a quien no encaje en su plan divino; fundamentalismo, si no estás conmigo estás contra mí; la “civilización” y adoctrinamiento por medio de la violencia como un acto de amor.
Y otra cosa más que en nuestro país es un asunto crítico, la pérdida de la concepción laica del Estado, lo que implica que la religión en general y la Iglesia en particular, se irrogan el derecho de sancionar qué leyes deben ser aprobadas y cuáles rechazadas; y de allí a convertir en delitos lo que ha sido sancionado como pecados solo queda un paso. Hay recientes y escalofriantes ejemplos en África y Rusia; y el exitoso boicot al protocolo para el aborto terapéutico que se dio en nuestra ciudad por parte de la Iglesia, sería un ejemplo local; así como nacional sería la risible sentencia del Tribunal Constitucional sobre la píldora del día siguiente. Ambos hechos relacionados a los derechos sobre nuestro cuerpo.
Que Roberto Cartagena vaya a hoteles o no, es un asunto de Roberto Cartagena, pero que el hecho alcance las dimensiones que ha alcanzado es un asunto político y por ello de interés de todos. En mi opinión, ceder al amor es un pecado infinitamente menor a considerar a los derechos humanos como una cojudez. Pero yo no soy nadie para opinar en temas religiosos, por lo que solo me queda decir que el que esté libre de culpa, lance la primera piedra.

* Texto leído a través de Radio Yaraví, enero, 2014

Balance del 2013*

Por estos días diversas personas, medios de comunicación y otras instituciones han publicado balances del año que pasó; y es curioso como ciertos hechos trascendentes quedan opacados por otros anecdóticos.
Dado que la globalización ha alcanzado niveles de omnipresencia; considero que lo revelado por Edward Snowden ha sido el suceso más trascendental del año recién terminado. Enterarnos que las agencias de inteligencia de Estados Unidos espían a todo el planeta, incluidos ciudadanos comunes y corrientes, y los mandatarios de los países más importantes del mundo, ha demostrado que ninguna película tuvo la imaginación ni la radicalidad para acercarse a la realidad de la violación rutinaria de los derechos elementales de las personas. Snowden ha demostrado la perversidad de un sistema que bajo el discurso de la libertad ha construido una sociedad hipervigilada y que, como en la novela 1984, convierte en delincuentes a los héroes, que es lo que se ha querido hacer con el ex agente de la NSA. Por eso Snowden es también el personaje del año, a mi juicio, porque ha dejado una vida de comodidad económica, de expectativas de desarrollo profesional, etc.; solo para denunciar al mundo lo que estaba ocurriendo, para no convertirse en cómplice, para conservar la dignidad. Por ello no cobró nada al periódico al que le entregó la información y por eso le duele tanto al poder, porque su enemigo está lejos de ser un yuppie, es decir, es superior moralmente en todo sentido. Snowden es el personaje ejemplar del 2013.
En el ámbito nacional, la política ha dejado un sin sabor a la ciudadanía por los continuos escándalos en los que se vio involucrada la clase política. La repartija de los cargos del Tribunal Constitucional, el caso López Meneses, los narco indultos de García y los negocios de Toledo, casi nos dejan sin esperanza. Sin embargo, pese a la política errática del gobierno en lo que es la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la corrupción, no podemos dejar de destacar el hecho de que se le negara el indulto a Fujimori. Hacerlo hubiera equivalido a otra vez convertir al país en la chacra del ex dictador y al gobierno en un monigote de las presiones de sus seguidores.
En lo que respecta a Arequipa creo que el consenso de lo negativo está por el desastre que ha sido este año el tránsito vehicular, y por el fracaso para implementar los planes que estaban destinados a solucionar este problema. Por otro lado, que el Gobierno Regional se haya decidido por contratar a los mejores del mundo para elaborar un plan que permita el desarrollo de Arequipa, nos parece algo que destacar, independientemente del resultado final, para el que no habrá que esperar mucho más, según se ha anunciado. El fallo del TC que desbloquea Majes II, es sin duda una buena noticia desde la óptica del empleo que se generará y del efecto multiplicador que provocará en la economía regional, pero no podemos dejar de notar que son grandes grupos empresariales quienes estaban esperando esto para asegurarse enormes extensiones de tierras que reafirmen lo que ya es una realidad en la actualidad: la concentración de propiedades agrícolas es mayor que la que existía antes de la reforma agraria velazquista.
De otro lado, mientras la economía mundial sigue sin poder recuperarse, la peruana ha logrado crecer lo suficiente para mantenerse en el nivel que alcanzó el 2012, y la de Arequipa ha cobrado un dinamismo que contrasta nítidamente con la crisis que vivió en los 90. Tenemos más dinero en el bolsillo, salvo los excluidos de siempre, pero la pregunta es: si por eso estamos mejor, si vivimos mejor y si, por último, somos más dignos.

*Texto leído a través de Radio Yaraví, diciembre, 2013