Texto leído con motivo de la presentación del libro “Educación en Afectividad y Sexualidad” de Jaime Cano Galrza; 5 de octubre de 2006.
Por José Luis Ramos Salinas
ramosdesal@yahoo.com
Carlos Amat y León cuenta que en la plaza de armas de Tumbes cuando el calor se torna insoportablemente sofocante, no falta alguien quien, en busca de protegerse del inclemente sol, busque la sombra de los cocoteros que existen en el lugar; pero al ser éstos poco frondosos, no queda más remedio que pararse muy cerca de los troncos. Pues bien, los cocos de estos cocoteros maduran y caen estrepitosamente al suelo, y, a veces, sobre la cabeza de algún desprevenido; por ello los tumbesinos, sabiamente, han bautizado a estos árboles como “mata cojudos”. Los cojudos se caracterizan pues, dice Amat, por no saber dónde están parados; y luego colige que el Perú es un país de cojudos. Yo creo que esta opinión peca de nacionalista, pues no es el país, sino el planeta el que está poblado de cojudos.
Pero los terrícolas no sólo no sabemos dónde estamos parados sino que ni siquiera sabemos quiénes somos. “Saber o no saber -diría un Hamlet posmoderno- “he ahí el dilema”; pero la verdad es que el asunto ha sido ya resuelto: hemos optado por no saber. La ignorancia es la absoluta vencedora en la democracia de principios de este siglo, salió elegida casi por unanimidad. No obstante, hay que recordar que la historia no se ha cansado de demostrarnos que ha menudo son las minorías las que tienen la razón; en este caso esas minorías que se niegan a convertir su vida en donuts, tv y cerveza, al estilo de Homero Simpson; o en fútbol, pollada y tv a la usanza nacional. A esas minorías pertenece Jaime Cano Galarza quien apuesta por sacar del terreno de la ignorancia un asunto tan importante como la sexualidad, porque a final de cuentas somos un cuerpo, pero no cualquier cuerpo, somos un cuerpo sexuado; somos polvo, mas polvo enamorado, han repetido los poetas desde Quevedo hasta Blanca Varela.
Lo que intento decir, junto a los cocoteros de la plaza de armas de Tumbes, es que no podemos saber quiénes somos si desconocemos cómo funciona nuestra sexualidad. Y en ese sentido, el libro de nuestro profesor y amigo representa un esfuerzo digno de admiración y agradecimiento.
El libro se estructura en 13 lecciones que abarcan temas desde la anatomía y fisiología de la reproducción humana hasta el riesgo de los embarazos no deseados, pasando por la afectividad y las relaciones sexuales. Y en cada una de las lecciones, se presenta el tema, se explicita los objetivos y se propone un conjunto de actividades y una modalidad de evaluación. Es evidente, entonces, que el libro resultará de primera utilidad no sólo para quienes deseen aprender de sexualidad y afectividad, sino, y acaso sobre todo, para quienes deseen replicar los conocimientos que nos transmite el texto; es decir maestros, padres de familia, orientadores de adolescentes, personal de salud, etc.
“El sexo no se habla, se hace”, se escucha a menudo; pero tan desatinada frase sólo la repiten aquellos que no saben cómo hacerlo, y es que no se puede hacer bien lo que no se comprende; aunque paradójicamente sea también nuestra ignorancia la que nos hace pensar que lo hacemos muy bien –“bien aventurados los imbéciles porque nunca sabrán que lo son”, escribí en algún poema- Para encontrar la verdad, habría que preguntarle a la pareja, y de hecho los estudios que se han hecho al respecto han dado resultados bastante desalentadores. Los terrícolas no tenemos una vida sexual plena, ni siquiera satisfactoria; y siendo la sexualidad una parte fundamental de nuestra condición de seres humanos (los animales tienen sexo, pero no sexualidad) debemos concluir que somos seres inacabados, incompletos, faltos de “completud”. Somos ángeles caídos, no del palto, sino de los cocoteros.
Puesta en duda nuestra supuesta racionalidad por la historia, pudiéramos decir que lo que nos diferencia de los animales es que somos seres “erotizados”. Pero tanta bendición vino acompañada de la maldición de no saber actuar como tales; y últimamente hasta hay grupos de prédicas “deserotizadoras” que en su supuesta veneración a la divinidad nos quieren quitar aquello que nos aleja de nuestra animalidad.
Por todo esto, es sumamente grato presentar el libro que nos convoca esta noche: “Educación en Afectividad y Sexualidad”; el que, por las razones que ya he explicado, tiene que necesariamente partir de los asuntos más básicos de nuestra sexualidad para que pueda ser entendido por quienes estamos en el kinder en este tipo de temas, es decir, casi todos; pero al mismo tiempo, y esa es una virtud a destacar, no cae en la superficialidad fácil ni en el banalismo del boom editorial; sino que partiendo de lo básico se interna en asuntos más especializados y también más polémicos; recordemos que el sexo es un tema en el que las posiciones por lo general se construyen a partir de la propia experiencia, la que se constituye en la vara con la que hemos de medir lo “pervertido” de las experiencias ajenas. Y en este punto tengo que advertir, es mi opinión, que por momentos el libro adopta una posición demasiado cercana a la concepción médica de la sexualidad en detrimento de la teoría de género por ejemplo, o de la construcción cultural de los cuerpos de la que hablaba Michael Foucoult. Pero todo libro se firma, y es por tanto la expresión de una posición teórica determinada que puede ser compartida o no por los lectores; y siempre es mejor leer libros que dicen cosas diferentes de las que uno piensa; el eco suele fascinar al principio, pero enseguida aburre y enceguece.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española consigna como significado de sexualidad lo siguiente: “conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo” y en una segunda acepción: “apetito sexual, propensión al placer carnal”; felizmente la vida es mucho más compleja y rica que los diccionarios; pues hay en el concepto de sexualidad un asunto que no debemos soslayar, y es el hecho de que la sexualidad se da con respecto a un otro o una otra; aún en la práctica del onanismo se da esta condición, pues los seres humanos somos capaces de ser nosotros mismos y otros u otras al mismo tiempo; pero no nos compliquemos y aceptemos por un momento que la sexualidad es a final de cuentas un tipo de relación especial con alguien que no somos nosotros, luego la sexualidad no está ubicada en nuestro cuerpo ni en el cuerpo de nuestro o nuestra amante, sino en la relación que se da entre ambos; de alguna forma la sexualidad está “deslocalizada” de nuestros cuerpos y es al mismo tiempo profundamente corporal, es sudor y aire, carne y espíritu.
Y aquí viene a cuenta que Jaime Cano ha tenido el acierto de vincular en su libro la sexualidad con la afectividad, es decir el apego por el otro, aquí el diccionario de la RAE nos va a ayudar mucho más: “desarrollo de la propensión a querer”; y es que el autor apuesta por una sexualidad basada en los sentimientos, lo que no podía ser de otra forma siendo Cano antropólogo de formación y autor de un libro titulado “Antropología del amor”, que convendría también leer para complementar el texto que estamos comentando.
Dicen los ultraconsevadores religiosos que tener relaciones sexuales sin amor nos animaliza, pero la verdad es que nos vuelve capitalistas. La desacralización del sexo no es obra del demonio, sino de una sociedad erigida a imagen y semejanza del libre mercado que ha mercantilizado hasta las relaciones humanas.
Aquí conviene recordar a Octavio Paz y su libro La Llama Doble, en donde reflexiona acerca del sexo, el erotismo y el amor. El Premio Nobel mexicano analiza como el capitalismo, y en general el proyecto de la modernidad, ha atentado contra el amor. Dice el autor de “Libertad Bajo Palabra” que el sexo tiene como única finalidad la reproducción, pero que el sexo en el ser humano está rodeado de cosas que no están relacionadas a la perpetuación de la especie, es más, somos la única especie que tenemos sexo asegurándonos de que no tenga nada que ver con la reproducción; es a este sexo no reproductivo a lo que Paz llama erotismo, y es sobre él que se construye el amor, o la afectividad para no ser tan pretenciosos. Lo otro es la pornografía y la mercantilización del cuerpo; la máquina de follar de Bukowsky, y no la revolución, es lo que está a la vuelta de la esquina.
Así, el libro de Jaime Cano alcanza sucesivas dimensiones cuando salta de la mera fisiología, a qué hacemos culturalmente con nuestros órganos y finalmente a cómo ese asunto nos lleva a una propensión al querer. Si nos fijamos bien, se trata de un road movie que nos lleva de la ignorancia al autoconocimiento, para que cuando el sexo empiece a calentarnos la cabeza no corramos a pararnos bajo la sombra de los cocoteros tumbecinos.
Espero no haber dado muchas vueltas sobre el asunto ni haber recurrido a la confusión para pasar por intelectual, pues lo único que quise decir esta noche es que el libro de Jaime Cano Galarza es de lectura obligatoria porque nos saca de cojudos.
Por José Luis Ramos Salinas
ramosdesal@yahoo.com
Carlos Amat y León cuenta que en la plaza de armas de Tumbes cuando el calor se torna insoportablemente sofocante, no falta alguien quien, en busca de protegerse del inclemente sol, busque la sombra de los cocoteros que existen en el lugar; pero al ser éstos poco frondosos, no queda más remedio que pararse muy cerca de los troncos. Pues bien, los cocos de estos cocoteros maduran y caen estrepitosamente al suelo, y, a veces, sobre la cabeza de algún desprevenido; por ello los tumbesinos, sabiamente, han bautizado a estos árboles como “mata cojudos”. Los cojudos se caracterizan pues, dice Amat, por no saber dónde están parados; y luego colige que el Perú es un país de cojudos. Yo creo que esta opinión peca de nacionalista, pues no es el país, sino el planeta el que está poblado de cojudos.
Pero los terrícolas no sólo no sabemos dónde estamos parados sino que ni siquiera sabemos quiénes somos. “Saber o no saber -diría un Hamlet posmoderno- “he ahí el dilema”; pero la verdad es que el asunto ha sido ya resuelto: hemos optado por no saber. La ignorancia es la absoluta vencedora en la democracia de principios de este siglo, salió elegida casi por unanimidad. No obstante, hay que recordar que la historia no se ha cansado de demostrarnos que ha menudo son las minorías las que tienen la razón; en este caso esas minorías que se niegan a convertir su vida en donuts, tv y cerveza, al estilo de Homero Simpson; o en fútbol, pollada y tv a la usanza nacional. A esas minorías pertenece Jaime Cano Galarza quien apuesta por sacar del terreno de la ignorancia un asunto tan importante como la sexualidad, porque a final de cuentas somos un cuerpo, pero no cualquier cuerpo, somos un cuerpo sexuado; somos polvo, mas polvo enamorado, han repetido los poetas desde Quevedo hasta Blanca Varela.
Lo que intento decir, junto a los cocoteros de la plaza de armas de Tumbes, es que no podemos saber quiénes somos si desconocemos cómo funciona nuestra sexualidad. Y en ese sentido, el libro de nuestro profesor y amigo representa un esfuerzo digno de admiración y agradecimiento.
El libro se estructura en 13 lecciones que abarcan temas desde la anatomía y fisiología de la reproducción humana hasta el riesgo de los embarazos no deseados, pasando por la afectividad y las relaciones sexuales. Y en cada una de las lecciones, se presenta el tema, se explicita los objetivos y se propone un conjunto de actividades y una modalidad de evaluación. Es evidente, entonces, que el libro resultará de primera utilidad no sólo para quienes deseen aprender de sexualidad y afectividad, sino, y acaso sobre todo, para quienes deseen replicar los conocimientos que nos transmite el texto; es decir maestros, padres de familia, orientadores de adolescentes, personal de salud, etc.
“El sexo no se habla, se hace”, se escucha a menudo; pero tan desatinada frase sólo la repiten aquellos que no saben cómo hacerlo, y es que no se puede hacer bien lo que no se comprende; aunque paradójicamente sea también nuestra ignorancia la que nos hace pensar que lo hacemos muy bien –“bien aventurados los imbéciles porque nunca sabrán que lo son”, escribí en algún poema- Para encontrar la verdad, habría que preguntarle a la pareja, y de hecho los estudios que se han hecho al respecto han dado resultados bastante desalentadores. Los terrícolas no tenemos una vida sexual plena, ni siquiera satisfactoria; y siendo la sexualidad una parte fundamental de nuestra condición de seres humanos (los animales tienen sexo, pero no sexualidad) debemos concluir que somos seres inacabados, incompletos, faltos de “completud”. Somos ángeles caídos, no del palto, sino de los cocoteros.
Puesta en duda nuestra supuesta racionalidad por la historia, pudiéramos decir que lo que nos diferencia de los animales es que somos seres “erotizados”. Pero tanta bendición vino acompañada de la maldición de no saber actuar como tales; y últimamente hasta hay grupos de prédicas “deserotizadoras” que en su supuesta veneración a la divinidad nos quieren quitar aquello que nos aleja de nuestra animalidad.
Por todo esto, es sumamente grato presentar el libro que nos convoca esta noche: “Educación en Afectividad y Sexualidad”; el que, por las razones que ya he explicado, tiene que necesariamente partir de los asuntos más básicos de nuestra sexualidad para que pueda ser entendido por quienes estamos en el kinder en este tipo de temas, es decir, casi todos; pero al mismo tiempo, y esa es una virtud a destacar, no cae en la superficialidad fácil ni en el banalismo del boom editorial; sino que partiendo de lo básico se interna en asuntos más especializados y también más polémicos; recordemos que el sexo es un tema en el que las posiciones por lo general se construyen a partir de la propia experiencia, la que se constituye en la vara con la que hemos de medir lo “pervertido” de las experiencias ajenas. Y en este punto tengo que advertir, es mi opinión, que por momentos el libro adopta una posición demasiado cercana a la concepción médica de la sexualidad en detrimento de la teoría de género por ejemplo, o de la construcción cultural de los cuerpos de la que hablaba Michael Foucoult. Pero todo libro se firma, y es por tanto la expresión de una posición teórica determinada que puede ser compartida o no por los lectores; y siempre es mejor leer libros que dicen cosas diferentes de las que uno piensa; el eco suele fascinar al principio, pero enseguida aburre y enceguece.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española consigna como significado de sexualidad lo siguiente: “conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo” y en una segunda acepción: “apetito sexual, propensión al placer carnal”; felizmente la vida es mucho más compleja y rica que los diccionarios; pues hay en el concepto de sexualidad un asunto que no debemos soslayar, y es el hecho de que la sexualidad se da con respecto a un otro o una otra; aún en la práctica del onanismo se da esta condición, pues los seres humanos somos capaces de ser nosotros mismos y otros u otras al mismo tiempo; pero no nos compliquemos y aceptemos por un momento que la sexualidad es a final de cuentas un tipo de relación especial con alguien que no somos nosotros, luego la sexualidad no está ubicada en nuestro cuerpo ni en el cuerpo de nuestro o nuestra amante, sino en la relación que se da entre ambos; de alguna forma la sexualidad está “deslocalizada” de nuestros cuerpos y es al mismo tiempo profundamente corporal, es sudor y aire, carne y espíritu.
Y aquí viene a cuenta que Jaime Cano ha tenido el acierto de vincular en su libro la sexualidad con la afectividad, es decir el apego por el otro, aquí el diccionario de la RAE nos va a ayudar mucho más: “desarrollo de la propensión a querer”; y es que el autor apuesta por una sexualidad basada en los sentimientos, lo que no podía ser de otra forma siendo Cano antropólogo de formación y autor de un libro titulado “Antropología del amor”, que convendría también leer para complementar el texto que estamos comentando.
Dicen los ultraconsevadores religiosos que tener relaciones sexuales sin amor nos animaliza, pero la verdad es que nos vuelve capitalistas. La desacralización del sexo no es obra del demonio, sino de una sociedad erigida a imagen y semejanza del libre mercado que ha mercantilizado hasta las relaciones humanas.
Aquí conviene recordar a Octavio Paz y su libro La Llama Doble, en donde reflexiona acerca del sexo, el erotismo y el amor. El Premio Nobel mexicano analiza como el capitalismo, y en general el proyecto de la modernidad, ha atentado contra el amor. Dice el autor de “Libertad Bajo Palabra” que el sexo tiene como única finalidad la reproducción, pero que el sexo en el ser humano está rodeado de cosas que no están relacionadas a la perpetuación de la especie, es más, somos la única especie que tenemos sexo asegurándonos de que no tenga nada que ver con la reproducción; es a este sexo no reproductivo a lo que Paz llama erotismo, y es sobre él que se construye el amor, o la afectividad para no ser tan pretenciosos. Lo otro es la pornografía y la mercantilización del cuerpo; la máquina de follar de Bukowsky, y no la revolución, es lo que está a la vuelta de la esquina.
Así, el libro de Jaime Cano alcanza sucesivas dimensiones cuando salta de la mera fisiología, a qué hacemos culturalmente con nuestros órganos y finalmente a cómo ese asunto nos lleva a una propensión al querer. Si nos fijamos bien, se trata de un road movie que nos lleva de la ignorancia al autoconocimiento, para que cuando el sexo empiece a calentarnos la cabeza no corramos a pararnos bajo la sombra de los cocoteros tumbecinos.
Espero no haber dado muchas vueltas sobre el asunto ni haber recurrido a la confusión para pasar por intelectual, pues lo único que quise decir esta noche es que el libro de Jaime Cano Galarza es de lectura obligatoria porque nos saca de cojudos.
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