26 ene 2014

Cura no es peor que la enfermedad*

Todos y todas somos dueños y dueñas de nuestros cuerpos y podemos hacer con ellos lo que nos plazca, siempre y cuando con ello no dañemos a nadie, por supuesto. Y este derecho no es privativo de cierta clase social, de cierto grado de instrucción, género ni raza; e incluye por ello mismo a los sacerdotes. La reflexión viene a cuento porque en los últimos días hemos asistido a  la crucifixión pública del cura franciscano Roberto Cartagena por haber sido sorprendido saliendo de un hostal acompañado de una señorita. El hecho ha merecido primeras planas en periódicos locales que creen que con eso hacen periodismo de investigación, y rebote de la información en los medios de comunicación nacionales, tanto los chicha como aquellos que se suelen llamar: serios.
Si en la religión católica es un grave pecado que un sacerdote falte a su voto de castidad, pues ese es problema de la conciencia de Roberto Cartagena y de nadie más. Si la Iglesia lo considera una falta grave y dispone sanciones en consecuencia, pues seguramente las aplicará. Pero convertir la relación amorosa que el mencionado cura parece tener con alguien que no es una muchachita sino una mujer hecha y derecha, en un escándalo de magnitudes bíblicas y transformarlo en un tema de interés nacional no solo nos parece desproporcionado, sino síntoma de hipocresía, doble moral, mojigatería, chismografía; y lo que es peor, de una actitud inquisidora medieval.
La religión y sus preceptos es un asunto confesional, es decir, privado, de cada quien. Convertir los supuestos pecados, o para usar el término que ha sido la delicia de la prensa que ya hubiera querido tener Torquemada en su época: la tentación de la carne, en un asunto de debate público con ánimos de castigar, es la comprobación de lo que ya advertía Humberto Eco a principios de siglo en su libro “A paso de cangrejo”: estamos rumbo a la Edad Media.
Y eso es peligroso en muchos sentidos. Denota dogmatismo y por ello mismo la incapacidad de entender a quien piensa y siente diferente a nosotros; mesianismo, todos creen que Dios les da instrucciones, lo que en la práctica convierte en aliado del demonio a quien no encaje en su plan divino; fundamentalismo, si no estás conmigo estás contra mí; la “civilización” y adoctrinamiento por medio de la violencia como un acto de amor.
Y otra cosa más que en nuestro país es un asunto crítico, la pérdida de la concepción laica del Estado, lo que implica que la religión en general y la Iglesia en particular, se irrogan el derecho de sancionar qué leyes deben ser aprobadas y cuáles rechazadas; y de allí a convertir en delitos lo que ha sido sancionado como pecados solo queda un paso. Hay recientes y escalofriantes ejemplos en África y Rusia; y el exitoso boicot al protocolo para el aborto terapéutico que se dio en nuestra ciudad por parte de la Iglesia, sería un ejemplo local; así como nacional sería la risible sentencia del Tribunal Constitucional sobre la píldora del día siguiente. Ambos hechos relacionados a los derechos sobre nuestro cuerpo.
Que Roberto Cartagena vaya a hoteles o no, es un asunto de Roberto Cartagena, pero que el hecho alcance las dimensiones que ha alcanzado es un asunto político y por ello de interés de todos. En mi opinión, ceder al amor es un pecado infinitamente menor a considerar a los derechos humanos como una cojudez. Pero yo no soy nadie para opinar en temas religiosos, por lo que solo me queda decir que el que esté libre de culpa, lance la primera piedra.

* Texto leído a través de Radio Yaraví, enero, 2014

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