25 ene 2006

Sexualidad, Ciudadanía y Poder

SEXUALIDAD, CIUDADANÍA Y PODER
Por: José Luis Ramos Salinas
ramosdesal@yahoo.com

Hasta ahora hemos intentado entender al amor
cuando de lo que se trata es de transformarlo

YO NO ME LLAMO JAVIER(A manera de introducción)
El 29 de abril de 2005 se desarrolló en Arequipa el seminario: “Sexualidad. Una mirada hacia el poder”, el mismo que fue organizado por el Centro Federado de Sociología de la Universidad Nacional de San Agustín, AICD y el movimiento “Activistas Lesbianas, Gays y Bisexuales AQP”; el MHOL actuó como entidad auspiciadora.
Las anécdotas y reflexiones que surgieron en torno a mi participación en dicha actividad académica, creo que valen la pena de ser mencionadas; pues escapan del ámbito personal y se convierten en datos dignos de ser analizados desde la óptica de la ciudadanía y el poder; además ya Wright Mills demostró que toda biografía es a final de cuentas un tratado sobre la sociedad en la que transcurrió y todo trozo de vida un síntoma de la época.
El sexo es extremadamente delicioso, pero sospecho que no es por esa razón que el sistema le da una importancia tal que lo convierte en el centro de nuestras vidas. Ni la Santa Inquisición, ni Copérnico, ni Galileo Galilei tuvieron razón, nuestro universo no es ni geocéntrico, ni heliocéntrico, es sexocéntrico. Y acaso sea así porque en torno a él se tejen relaciones de poder que instauran una esfera pública determinada, y que además se instalan con toda “naturalidad” en la esfera privada, se meten en nuestras camas, bajo nuestra piel, en nuestra imaginación y hasta en nuestros sueños: Ratzinger no tardará en recordarnos que las poluciones nocturnas son pecado.
Y ese es precisamente el tema sobre el que queremos reflexionar: las relaciones entre la sexualidad y el poder.
Pero prometí hablar de anécdotas. Lo que quería comentar es que casi invariablemente la noticia de mi participación en el seminario aludido ha venido acompañada de bromas, sospechas y acaso hasta desilusiones en torno a mi identidad u opción (el debate está aún inacabado al respecto) sexual. Es como si sobre la homosexualidad sólo pudieran hablar los homosexuales, en un artificio lógico del mismo calibre que este otro: los psicólogos están locos, y también de este: los veterinarios son zoofílicos, o mejor, los veterinarios son todos unos perros.
Pero démonos cuenta de algo importante, ningún tema del seminario aludía explícitamente a la homosexualidad, al lesbianismo, la bisexualidad, o al travestismo y sin embargo surge de inmediato la sospecha acusadora. Si nos detenemos a pensar en esto, podríamos concluir que, al parecer para la mayoría, el sexo es algo así como un tema de esquina para la patota, o para las confesiones entre amigas, o para que los moralistas de turno nos digan cómo hacerlo, o a lo sumo, para que el psicólogo evite que caigamos en alguna depravación. Es difícil de creer, pero el tratamiento del sexo, aún el académico, está ligado en el imaginario colectivo o a la arrechura o a la homosexualidad. ¡Peligro! Quieren quitarnos el derecho a reflexionar de manera profunda sobre el sexo. Se están metiendo con nuestra ciudadanía académica. Quieren castrarnos no sólo esa parte de nuestro cerebro que se encarga del disfrute del sexo, sino también esa parte que se encarga de pensar sobre el asunto.
Pero entonces me dirán, que las bromas sobre la pretendida o cierta homosexualidad de los que participaron en el seminario como expositores y asistentes, se debe a que entre las instituciones organizadoras se encuentran los “Activistas Lesbianas, Gays y Bisexuales AQP” y el “Movimiento Homosexual de Lima”. Pero esa es la explicación burda, es necesario ir más allá y a mí me parece que a medida que nos vamos internando en el asunto encontramos dos riesgos posibles. El primero, que el tema de la sexualidad sea apropiado por quienes ejercen su sexualidad de una manera transgresora con respecto al sistema sexual hegemónico; y segundo, que precisamente por la tendencia anotada haya una corrida de los intelectuales heterosexuales de estos temas, por miedo a ser confundidos con homosexuales, lesbianas, etc. Ojo, no se trata de cobardía, el castigo de la opinión pública hacia las disidencias sexuales no es una volteada de cara, ni una fruncida de ceño, el castigo es real y cruel.
Por ello me parece que la gente del Centro Federado de Sociología de la UNSA merece una doble felicitación, porque su presencia como entidad co-organizadora de este seminario va a contra corriente de estos dos peligros: evita el acaparamiento del tema y apuesta valientemente por incluirlo como un asunto académico de primera importancia y de interés general.
Puestas así las cosas, congratulémonos no sólo de que la sexualidad se parece a los números reales: infinitos en ambos lados y entre cualquier par; sino que las perspectivas con las que puede ser tratada son también diversas desde el punto de vista teórico y también desde el ejercicio de nuestras propias sexualidades.

1.- LA CIUDADANÍA Y LA ESTUPIDEZ
Al hablar de la relación entre la ciudadanía y la sexualidad, estamos tratando en realidad un tema más amplio, el de la relación entre la sexualidad y los derechos humanos, porque, como ya se ha dicho repetidamente, no es posible seguir pensando en pleno siglo XXI -cuando la exploración espacial es ya una tradición; la clonación, una realidad; y las tecnologías informáticas más avanzadas, el pan de cada día- que los derechos humanos son la alimentación, la salud y el vestido. A lo que llamamos ciudadanía, es decir al ejercicio de los derechos y cumplimiento de los deberes ciudadanos, es decir a la aplicación de la partícula de poder que como miembros de un Estado tenemos, es, a estas alturas, algo que debe ser incluido por default dentro de los derechos humanos.
Y entonces, de lo que estamos hablando es de la relación entre la sexualidad y los derechos humanos. O sea, estamos hablando de verdades de Perogrullo tales como que los seres humanos tenemos derecho a ejercer libremente nuestra sexualidad y que en esto están incluidas todas las prácticas (homosexualismo, lesbianismo, bisexualismo y todas las que se nos ocurran -recuerden los números reales-) que no atenten contra la libertad de los demás. En otras palabras, estamos diciendo que los heterosexuales, los homosexuales, las lesbianas, los bisexuales, los intersex, los transexuales, los transgéneros, etc. tienen derechos ciudadanos, humanos.
Hablar de algo así, y más, tratar de demostrarlo me parece una estupidez. Porque debiera ser aceptado como que dos y dos son cuatro. Pero hay que hacerlo, porque vivimos en un país de estúpidos, pero no seamos tan nacionalistas, en realidad vivimos en un mundo estúpido y en franco proceso de fortalecimiento de su estupidez. Baste escuchar a los líderes mundiales para convencernos, si es que alguien tiene aún alguna duda.
Entonces, me parece que el problema es el escenario en el que nos desenvolvemos, el de la estupidez, capitalismo le llaman otros. Por tanto mi apuesta es por cambiar de escenario. Y ya decíamos al principio el importante papel que juega el sexo en nuestra sociedad, por tanto, todo esfuerzo de desacralización del mismo y de sacarlo de su vulgar naturalidad -en el sentido de que cada quien lo hace como puede y piensa de él lo que puede- me parece revolucionario. Recuerdo al respecto un verso de Dino Jurado, poeta arequipeño, que decía: “yo ofrezco humildemente mis huevos a la revolución”. Creo que de eso se trata en parte, el orgasmo es contracultural y revolucionario en el mundo de la estupidez.
Démonos cuenta, entonces, que estamos hablando de ciudadanía en el reino de la estupidez y eso es un despropósito, a menos que creamos que Homero Simpson es un ciudadano. Esta sociedad no es de ciudadanos, ni siquiera de individuos -porque el individualismo del neoliberalismo es mera ficción- sino que se trata de una sociedad de masas y las masas, al contrario de lo que creía Marx, han caminado no rumbo a la toma de conciencia sino al embotamiento de la misma, es decir, hacia la estupidez.
Cómo podríamos entonces, en este estado de cosas, hablar de la sexualidad como un derecho ciudadano, si estamos en un nivel tal que la “Rebelión en la Granja” de Orwell se torna verosímil ante la animalización del género humano. Víctor Heredia ya lo cantó: los animales pronunciándose por la vida, ante la inacción de los que nos asumimos superiores.
La verdad, soy muy poco optimista con respecto a la posibilidad de la inclusión del libre ejercicio de la sexualidad como un derecho ciudadano, humano en realidad.
Y el problema no radica sólo en las masas empobrecidas y estupidizadas, sino también en lo que podríamos llamar las elites: al respecto quiero citar al Psicólogo José Roldán Umpire, quien en un artículo titulado “La Educación Sexual Adecuada”, publicado en la edición de abril del periódico de la Universidad Nacional de San Agustín, desliza la siguiente afirmación: los niños deben ser educados en temas de sexualidad para convertirlos en “hombres de provecho en el futuro y las niñas buenas esposas y excelentes madres”. Roldán cree que el papel que la sexualidad le otorga a la mujer es la de madre y esposa; es decir la realización de la mujer no en ella misma, sino en los otros: los hijos y el esposo.
Y en la edición 152 (enero - febrero 2005) de la prestigiosa revista “Quehacer” la psicoanalista y feminista Matilde Ureta de Caplansky señala lo que ella considera un logro con estas palabras: “Otra cosa que creo que hemos ganado es tolerar mejor las diferentes modalidades sexuales. La gente considerará esto una aberración, pero creo que ahora los seres humanos que tienen una orientación sexual diferente de la heterosexual han ganado espacio. Eso me parece importante porque hace a los heterosexuales más tolerantes; tolerar las diferencias nos hace más humanos. Esto no quiere decir que las aceptemos para nosotros o las queramos para nuestros hijos; eso ya es materia de otra discusión”. Exacto, eso es materia de otra y muy importante discusión, el asunto de la tolerancia convertido en valor cuando se trata tan sólo de un mal menor. No se trata de tolerar las diversas modalidades sexuales, para usar las palabras de Ureta, sino de celebrar las diferencias. Porque sino, tendríamos que preguntarnos también ¿qué tan dispuestos están los no heterosexuales a tolerarlos? ¿Por qué la pregunta siempre se hace en el mismo sentido: la tolerancia por parte de los heterosexuales y no hacia ellos? Se trata de discriminación vestida de apertura, y a mí particularmente, eso me parece más peligroso que la discriminación franca y desembozada.
Por ello, creo que es un error lo que, en la misma revista, Mariano de Andrade insinúa: hay que vencer los estigmas que rodean la diferencia sexual para lograr que los homosexuales en general, “logren no sólo incorporarse y adaptarse a la sociedad, sino además, consigan ser aceptados plenamente”.
Estamos hablando de la sociedad de la injusticia y la estupidez, de una sociedad en la que miles de millones tienen como principales problemas de salud, enfermedades ligadas al hambre y la minoría privilegiada (cientos de millones) no tiene una vida saludable, sino que padece de graves males ligados a la obesidad. ¿Es a esta sociedad a la que los homosexuales deben adaptarse? ¿Es a esta sociedad a la que debemos reclamarle la aceptación de sexualidades distintas a la hegemónica? No lo creo. Pienso que de lo que se trata no es de adaptarse a la sociedad ni reclamarle aceptación, sino de transformar la sociedad. No creo que el objetivo sea una sociedad en que heterosexuales estúpidos y homosexuales estúpidos convivan “felices” y gordos en el hemisferio Norte; y heterosexuales y homosexuales famélicos mueran armoniosamente de hambre en el hemisferio Sur. La discriminación sexual no es una disfunción del sistema, sino que es un síntoma de su constitución excluyente y opresora. La libertad sexual nos vendrá con una sociedad verdaderamente libre, y ésta, aunque se proclame así, definitivamente no lo es.
Pero mientras viene la revolución no podemos quedarnos cruzados de brazos, es verdad, pero tampoco dormidos en laureles de neón. Se trata de la guerra de posiciones de la que hablaba Gramsci. Una guerra que venimos perdiendo, por cierto.
Reconozco que se ha avanzado algo, pero esos pasos adelante, mediados por el omnipresente y omnipotente mercado, han sufrido tales deformaciones que bien podrían ser interpretados también como retrocesos. Cambios culturales convertidos en nichos de mercado. Otra vez la obra de Orwell: los revolucionarios convertidos en chanchos por el whisky. Pero no voy abundar sobre esto, porque se trata ya de otro tema.
En resumen, la estupidez y el sistema social cuya supervivencia se basa en ella, se tornan hoy por hoy en obstáculos casi insalvables para instaurar el reino del libre ejercicio de la sexualidad, de la felicidad sexual, podríamos decir, sin exagerar. Por tanto, creo, que lo que cabe como tarea urgente es un proceso de alfabetización sexual en el modelo de Freire (si me permiten semejante aplicación).

2.- EL ESTADO MILICO RELIGIOSO
Nuestra sociedad está erigida en buena parte en base a los supuestos “valores” militares y religiosos, y eso me parece que atenta contra una auténtica ciudadanía.
El cuartel es un espacio privilegiado de la irracionalidad: las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones, es decir, sin pensar. Se nos dirá que en los cuarteles se prepara a la gente para la guerra y que en una guerra los soldados no pueden darse el lujo de cuestionar las órdenes, de reflexionar sobre ellas. Exacto, contestaría yo, nada más irracional que una guerra.
Además, en los cuarteles se vive y se institucionaliza unas relaciones de poder basadas en el autoritarismo y el abuso, siendo el único consuelo de quienes lo sufren, que ya tendrán la oportunidad de cometerlos contra otros. Una cadena francamente perniciosa en cuanto a sí misma, pero además aberrante hasta el paroxismo puesto que ha logrado su institucionalización (su aceptación como normal) en casi toda la sociedad.
Cruzando esta estructura de poder militar están las concepciones sobre el sexo que allí se dan. Recuérdese que los adolescentes “se hacen hombres” con el servicio militar; en realidad, quieren decir que se vuelven machos. Es decir que macho es aquel que abusa de quien puede, y para colmo la condición de macho se presenta como algo admirable y deseable, lo que todos debiéramos ser.
Así el servicio militar, felizmente ya no obligatorio, “educa” a las juventudes con un sistema de valores en que lo supremo es morir y matar por esa entelequia llamada patria. Y estas cosas aprendidas literalmente a fuego y a sangre no se olvidan al salir del cuartel, sino que se filtran en todos los espacios sociales, el sexual incluido. Por acá se pueden buscar algunas de las causas de la violencia familiar, de la violencia contra los más débiles; y estoy no sólo pensando en la violencia contra la mujer, sino y sobretodo en la violencia contra los niños que me parece mucho más cruel y muchísimo más extendida.
De otro lado, es bastante conocida la relación entre los militares y las sexualidades no hegemónicas, no me interesa por ahora las explicaciones que buscan el origen de la homofobia en tendencias homosexuales; sino en los “principios” que hacen incompatible el servicio militar con las mujeres y con quienes ejercen sexualidades diferentes a la heterosexual. Recuerden que las Fuerzas Armadas son un organismo tutelar de la nación, es decir que nosotros no somos ciudadanos, sino menores de edad y necesitamos su tutela, su protección, no sólo de enemigos extranjeros (y ahí siempre fracasaron) sino de enemigos políticos internos y de esos vicios que atentan contra la moral y las buenas costumbres, y es en ese saco donde entran las sexualidades disidentes. Así es el Ejército como institución, no se trata de 4 generales discriminadores, sino de una organización constituida así. Por eso me parece un error que quienes presumen de posiciones progresistas busquen la aceptación por parte del ejército de las mujeres y los homosexuales. De eso no se trata, sino de desaparecer a los ejércitos en cuanto tales o, por lo menos, de reformarlos tan profundamente que dejen de serlo. Recuerden las fotos de esa soldada norteamericana torturando a irakíes al más puro estilo del más macho de los marines.
Pero no perdamos de vista que toda sociedad tiene las fuerzas armadas que se merece, o para decirlo más académicamente, a cada sociedad determinada le corresponde unas fuerzas armadas determinadas que le sean coherentes. Otra vez volvemos sobre lo mismo. De lo que se trata es de transformar la sociedad.
Una sociedad como la nuestra requiere urgentemente un profundo proceso de desmilitarización, si queremos ser ciudadanos, primero tenemos que ser civiles. Necesitamos cuanto antes dejar de marchar y empezar a bailar, requerimos una pronta y fuerte dosis de civilidad, de civilización. De lo contrario, nuestras ciudadanías seguirán siendo precarias y ya hemos dicho qué significa eso en términos de sexualidad.
La otra columna en la que se asienta nuestra sociedad es la religión, la católica sobre todo. Si reclamamos tolerancia (yo reclamo celebración) para la diversidad sexual, entonces no podemos ser intolerantes con las religiones y con quienes creen en ellas, eso está claro. Pero lo que no podemos permitir es que el Estado se vista con una de ellas, lo que es inadmisible para una auténtica ciudadanía es que el Estado haga suyos los postulados de cualquier fe. Porque las religiones son dogmáticas, y los Estados modernos, se supone, están basados en la racionalidad.
En nuestro país el catolicismo no sólo es cobijado bajo el manto estatal, sino que recibe de él una serie de privilegios traducidos en recursos económicos, exoneraciones, adoctrinamiento cuasi obligatorio en las escuelas públicas, etc. Y lamentablemente, la religión católica, sobre todo en sus variantes más conservadoras (que son las de mayor crecimiento) choca muchas veces con los derechos ciudadanos, sobre todo en cuanto al libre ejercicio de la sexualidad. Cipriani a dicho que los no heterosexuales no están en los planes del Señor y Ratzinger considera que la homosexualidad es un desorden moral intrínseco, y creo están en su derecho de proclamar el infierno para quienes les gusta practicar el sexo de una manera diferente a la que ellos consideran correcta. Pero a lo que no tienen ningún derecho es a presionar al Estado para que dé ciertas leyes o no dé ciertas otras que vayan a favor o en contra de sus creencias. Tenemos que entender y hacerles entender, de una vez por todas, que la religión tiene carácter privado, no público, por más numerosos que sean sus fieles.
Creo que esto es por lo que tenemos que luchar, por la laicicidad del Estado, y no porque el Opus Dei acepte que los homosexuales también se pueden ir al cielo. Si uno por sus creencias cree que tener relaciones sexuales con personas de su mismo sexo, o en grupo, o de cualquier otra manera distinta a las que suponemos morales, es pecado y debe arrepentirse; pues que rece y se arrepienta. El Estado no es nadie para decirnos como debemos practicar nuestra sexualidad, y mucho menos es nadie para castigar ciertas prácticas condenadas por determinadas posiciones religiosas. Y normar a favor de cierta religión o de sus creencias es hacerlo.
Lo más grave es que es innegable el proceso de cuartelización e iglesización (que no es lo mismo que extensión de la religiosidad) que sufre nuestra sociedad. Si no veamos a las universidades de todo el país, públicas y privadas, que debieran ser los centros irradiadores de la racionalidad, cada vez más parecidas a cuarteles y a iglesias.

3.- EL PODER ENTRE QUIENES NO LO TIENEN
Una cosa es ser gay y otra un maricón de mierda versa un chiste bastante conocido, que considera como gay al homosexual que es directivo de una ONG, o tiene alguna empresa más o menos importante, o es reconocido en los ámbitos académicos o artísticos; y “maricón de mierda” a quienes siendo homosexuales no cumplen ninguno de los requisitos señalados. Y este chiste nos sirve muy bien para entender, que a diferencia de lo que creen algunos, ésta no es una sociedad jerarquizada en base a las opciones o identidades sexuales; sino, básicamente, en torno a los recursos económicos y al poder, o para ser weberianos: en torno a la clase, al poder y al prestigio.
Un homosexual ubicado en la cúspide de la pirámide social ejercerá discriminación con sus pares de la base de la pirámide, y no porque se trate de una “mala persona sin valores”, sino porque la sociedad funciona así, ha sido diseñada para eso. Los estructuralistas parsonianos lo explican muy bien.
Es cierto que dentro de una misma clase social, o un mismo sector socio económico (para usar la terminología de moda) los homosexuales son discriminados a causa del ejercicio que hacen de su sexualidad, pero en todo caso, no se trata de la discriminación, sino de una discriminación más, dentro de una sociedad que no se concibe a sí misma sin un sistema de discriminaciones.
Lo que intento decir es bastante obvio, pero no por ello deja de olvidarse con frecuencia. Si la discriminación sexual desapareciera, entonces las elites económicas compartirían sus clubes sin problema alguno con sus pares, sean estos homosexuales, lesbianas, bisexuales, travestis, etc. Pero eso no implicaría que quienes no pertenecen a “su clase” sean discriminados. Y, probablemente, en las clases menos favorecidas también vivan en armonía todas las opciones sexuales, pero esto no impediría en absoluto que sufran la discriminación de las elites. Es decir, en una sociedad hipotética en la que la discriminación sexual no exista, continuarán existiendo las otras discriminaciones, esas que condenan a miles de millones a situaciones inhumanas.
Es cierto también, que en sociedades donde se han hecho intentos para eliminar las discriminaciones fruto del poder económico, no se han eliminado las discriminaciones sexuales. Se trata entonces de proponernos una lucha contra todo tipo de discriminación.
Regresamos entonces al punto de siempre, lo que se requiere es una transformación integral de la sociedad. Sin que esto sea óbice para seguir combatiendo contra la discriminación sexual, pues toda discriminación es odiosa; pero una cosa no puede hacernos olvidar a otra. Hay que tener presente, además, que quienes defienden el sistema son muy hábiles para vestir de derrotas sus triunfos, haciéndonos festejar falsas victorias (legalización de matrimonios homosexuales, por ejemplo) como si se trataran de estocadas de muerte al sistema.
Otro punto al que, creo, hay que prestarle atención es a la distribución del poder que se da dentro de quienes ejercen su sexualidad de una manera diferente a la heterosexual. Aquí hay un predominio innegable del movimiento gay sobre las lesbianas, bisexuales, travestis, transexuales, transgéneros, etc. Pero lo más grave es que se está acentuando una tendencia por la que cada una de estas comunidades, bajo el emblema del espacio propio, ejerce discriminación sobre las otras. Como si se estuviera repitiendo el sectarismo que mató a la izquierda en el que todo aquel que no pensaba idéntico al partido propio era sospechoso e incluso tomado como el enemigo.
Creo que hay que apostar más bien para que las comunidades sexuales, incluida la heterosexual, se tornen borrosas y difusas, tal como lo quiere la crisis identitaria proclamada por la posmodernidad. Cada uno, una opción sexual y porque somos tan diferentes es que estamos juntos en la lucha contra cualquier tipo de discriminación.

4.- LA CRISIS DE LA PAREJA Y LA DEFENSA CIUDADANA DE LA FAMILIA
Otro tema sobre el que me gustaría reflexionar es el de la crisis de la pareja como sistema único que permite el florecimiento del amor y el ejercicio gozoso de la sexualidad.
La pareja como base del matrimonio tiene razones históricas ligadas a cuestiones económicas como el carácter hereditario de la propiedad privada. Y siendo ésta el corazón de casi todas las sociedades conocidas, el Estado se ha encargado de dar a la pareja forma jurídica y junto con el catolicismo y otras creencias religiosas defienden su constitución como única forma de organización de la familia. Los Estados modernos (aunque no todos) admiten la posibilidad de disolución de la pareja a través del divorcio y su reconfiguración a través de un segundo matrimonio, pero en realidad se trata simplemente de pasar de una pareja a otra.
Al darle forma jurídica a la pareja heterosexual unida por matrimonio, el Estado ha reglamentado la forma en que debemos cultivar el amor y ejercer nuestra sexualidad, pues ésta tiene formas legales, y por tanto cualquier variante contra el paradigma establecido resulta contra la ley y es sancionada de diversas formas. El adulterio (tener una pareja sexual fuera del matrimonio) no sólo es mal visto por el sistema imperante de “valores y buenas costumbres”, sino que contradice la ley y trae consecuencias legales que varían de país en país.
En otras palabras, hemos dejado que el Estado norme nuestra vida más íntima, lo que en la práctica supone que ha dejado de pertenecernos y ahora le pertenece al Estado que se ha irrogado el derecho de hasta decidir con quién debemos acostarnos y con quién no.
De otro lado, la sociedad ha cambiado radicalmente gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que nos permiten, con relativa facilidad, interconectarnos con muchísimas personas en todo el mundo; haciendo que el círculo de gentes en el que nos movemos se amplíe exponencialmente. Y en una sociedad tan interconectada, las posibilidades de conocer a alguien que nos motive sentimientos de amor o de pura pasión sexual son muchísimas más que en una sociedad en la que nuestros vínculos con los otros se reducen al barrio, la escuela y el trabajo.
En una sociedad en que las categorías del espacio y el tiempo se han difuminado, ahora todos estamos más expuestos al amor y al sexo, y el hecho de contar ya con una pareja no cambia esto en lo absoluto. Una manera de afrontarlo es disolver la relación presente para inaugurar una nueva; pero otra, no menos y acaso más válida, es la de sumar a la relación amorosa actual a la nueva persona amada o deseada. La opción de mantener varias parejas “a escondidas” es algo que no nos interesa en este momento, porque es algo ampliamente practicado en la actualidad y en la gran mayoría de los casos está ligado al machismo, como ejercicio del mismo o como revancha contra él.
Hablemos de la primera alternativa: dejar a la actual pareja por una nueva. En primer lugar, si se trata de un matrimonio, tal decisión choca contra la normatividad vigente, que si bien admite el divorcio, lo regula de tal modo que su sólo trámite demora, aún cuando ambos esposos estén de acuerdo, varios años. Es decir, largos meses (más largos aún para los amantes) en que la nueva pareja si decide practicar su amor estará no sólo contradiciendo la moral de la época, sino las leyes. Aunque el vals diga lo contrario, amar sí es un delito. De otro lado, esta opción implica el siguiente supuesto: si uno se interesa amorosa o sexualmente por alguien que no es su pareja, es porque ha dejado de desear o de amar a ésta. Semejante supuesto me parece un disparate, y creo que todos y todas lo saben porque lo han vivido. El amor es un sentimiento sumamente complejo con caídas y resurgimientos, con apegos temporales a alguna de sus múltiples aristas (ternura, apoyo, cariño, pasión, adoración, etc.) y desapegos, también temporales, a las otras. De tal manera que la disolución de una pareja por los sentimientos provocados por un tercero o una tercera es a menudo una decisión apresurada que redunda más adelante en arrepentimientos con o sin reconciliación. Pero cuidado, no estamos diciendo que como lo más probable es que el amor en realidad no haya terminado, haya que dejar pasar a ese hombre o esa mujer por quien nos sentimos atraídos. Pero, ya estamos entrando al terreno de la segunda alternativa.
La segunda opción, la de sumar al nuevo ser querido o deseado a la pareja, se enfrenta radicalmente al sistema único impuesto por la costumbre y protegido por la jurisprudencia de establecer relaciones amorosas y sexuales: la pareja. Este sumar alguien más a la pareja, en realidad implica la destrucción de la misma, no en cuanto a la pérdida del nexo amoroso, sino en cuanto a su constitución como sistema uniparadigmático de ejercerlo. Esta simple suma, resulta así sumamente revolucionaria contra el statu quo del sistema sexual que nos ha sido impuesto por la socialización (téngase presente que la socialización puede ser entendida como estupidización cuando se trata de adaptarnos a una sociedad que ha hecho de la estupidez una de sus características constituyentes). Pero la sencilla suma, es al mismo tiempo compleja, pues alberga distintas posibilidades.
El polyamor es una de ellas, que en su versión más “tradicional” propone que así como un segundo hijo de ninguna manera implica el fin del amor que se le profesa al primero; y que así como se puede sentir amor amical por varios amigos; de la misma forma uno puede sentir amor por una persona distinta a su pareja sin que esto signifique en absoluto que ha dejado de amar a esta última. La propuesta que surge de aquí es similar a la del open married, en el sentido que cada miembro de la pareja no está impedido de practicar el amor que siente por terceros o por terceras, lo que le quita el estigma de traición a la infidelidad y por tanto pierde también su correlato de hiriente. Porque yo amo a mí pareja es que me siento feliz cuando ella puede practicar el amor que siente por alguien distinto a mí, podría ser la máxima del polyamor.
Una opción más radical es la que podríamos bautizar como “triareja” (queremos evitar la denominación de triolismo por su acepción patológica), es decir una relación amorosa que se ejerce entre tres simultáneamente. Cuando esto se hace únicamente a nivel sexual se conoce como prácticas swinger, pero éstas, la mayoría de las veces funcionan con “invitados” o “invitadas” de la pareja base; resultando así, en realidad, un mero artilugio sexual para reavivar la pasión entre la pareja; algo así como un sistema alternativo que al transgredir el sistema tradicional termina afirmándolo.
La triareja cuando se da, lo hace casi siempre con la siguiente fórmula: /\ es decir, dos personas que aman a una tercera, sin que entre las dos primeras exista vínculo sentimental, más que el de compartir el “objeto” de sus deseos. Y éste, profesa amor a amb@s. En esta fórmula (que tiene hasta su película), inevitablemente, quien recibe el amor de l@s otr@s dos ocupa el lugar central, tanto a nivel simbólico, como a nivel físico en el ejercicio de las relaciones sexuales. Habitualmente el vértice lo ocupa un hombre y las bases dos mujeres, o el vértice es ocupado por una mujer y las bases por dos hombres. Se trata de triarejas heterosexuales, pero las puede haber también, por supuesto, homosexuales, lesbianas, bisexuales, etc. en todas las variantes posibles acerca de quién ocupa el vértice y quiénes confluyen hacia él. Y estas probabilidades y el acercamiento que provoca la intimidad entre tres nos llevan a una triareja de nuevo tipo.
Una triareja de fórmula triangular. En este caso los afectos se dan en dos direcciones en cada un@ de l@s individu@s, es decir que tod@s aman y desean a l@s otr@s dos y son amad@s y desead@s por l@s otr@s dos. Cada un@ es base y vértice al mismo tiempo. Se trata en realidad de un verdadero sistema amoroso alternativo al de la pareja, porque no se trata de parejas múltiples, sino de un amor simultáneo entre tres y en todas direcciones. Por tanto, no es posible en ningún caso, que sea totalmente heterosexual.
En este sistema los celos son imposibles o dobles, imposibles porque no puedo sentirme celos@ de que a quien yo amo ame también a otr@, porque a es@ otr@ yo también l@ amo; dobles: porque siento celos que quien yo amo ame a otr@, y celos otra vez porque ese amad@ es amad@ también por mí. Esta explicación que hemos intentado hacer para los celos se puede también intentar para todos los componentes del amor; por lo que en realidad estamos hablando de una reconfiguración total del amor, de un nuevo amor que acaso sea el más coherente para esta nueva sociedad ultraconectada.
Imaginémonos por un segundo que la pareja en cuanto sistema sea reemplazada por esta triareja de la que estamos hablando; tendría que reinventarse no sólo el amor, sino todas las manifestaciones artísticas, que al menos en parte son tributarias de ese sentimiento: la poesía, la canción, el cine, la pintura y otras. Pero no habría que asustarse; después de todo, hasta ahora hemos intentado interpretar el amor, cuando, tal vez, de lo que se trata es de transformarlo.
Un amor así constituye o exige un nuevo tipo de sociedad, y eso es a final de cuentas, lo que estábamos pidiendo desde el principio.
Otros modelos en base a cuatro personas o más pueden también ser intentados, pero me temo que la “logística” será un obstáculo difícil de vencer, en cuanto al hallazgo de personas que puedan amarse todas entre sí en grupos de cuatro o más, y en cuanto a las capacidades sexuales de l@s individu@s al momento de irse a una cama de 4 plazas.

5.- CIUDADANÍAS VIRTUALES Y SEXUALIDADES IMAGINADAS
Con la aparición de Internet y de sus impresionantes servicios: WWW, e-mail, Chat multimedia y otros se ha configurado un mundo paralelo al que conocemos como real, y que se le suele llamar virtual o digymundo a la usanza de la famosa serie de dibujos animados japonesa: Digymon.
En esta serie los niños protagonistas tienen una doble personalidad, en realidad el asunto va más lejos, pues tienen una doble constitución personal: los niños reales y los virtuales son los mismos y simultáneamente no lo son. Sé es y no sé es en un estado esquizofrénico “puro” producto no de alteraciones psicológicas, sino de nuevas potencialidades tecnológicas.
En este mundo virtual los niños de Digymon tienen poderes (capacidades) que no poseen en el mundo real. Es como si el digymundo se nos abriera para poder hacer “realidad” aquello que no podemos en el mundo real.
Es a eso a lo que nos referimos con ciudadanías virtuales. Quienes son discriminad@s de una u otra forma, quienes no son verdader@s ciudadan@s en el mundo real, encuentran en el virtual una posibilidad de vida diferente, aunque ésta se desarrolle solamente en el ciberespacio.
Esta limitación no parece ser demasiado importante para l@s internautas que han construido verdaderas vidas paralelas y que parecen contentarse con su ciudadanía virtual o, en el peor de los casos, la ven como un paliativo bastante efectivo. Así el cibermundo se convierte en el refugio de las maravillas a donde vamos a experimentar virtualmente aquello que nos ha sido negado en el mundo real.
La denominada salida del closet (el reconocimiento explícito de vivir con una sexualidad distinta a la heterosexual) resulta mucho menos riesgosa en el mundo virtual que en el real. Oscar Ugarteche ha sostenido que en estas condiciones el ciberespacio se ha convertido en un enorme closet virtual, y que por tanto ejercer la homosexualidad sólo en el mundo virtual es casi un defecto, pues retrasa la visibilización del asunto. La tesis es aceptable, pero me parece que apunta al lugar equivocado.
Pensar el ciberespacio como el lugar donde puedo ejercer el estilo sexual que oculto en el mundo real es una posibilidad, pero demasiado estrecha para las potencialidades “esquizofrénicas” del mundo virtual. En el ciberespacio, como el demonio bíblico, podemos decir que nuestro nombre es Legión, pues somos much@s. El digymundo es el terreno ideal para las personalidades múltiples y por ende para las sexualidades múltiples.
Lo que intento decir es que el mundo virtual se nos abre como un espacio de experimentación sexual más allá de nuestra opción reconocida, o no. Al principio decíamos que la sexualidad era como los números reales: infinita hacia ambos lados e infinita entre cualquier par; pues bien, nuestra propia sexualidad puede ser infinita en el ciberespacio. No olvidemos que las relaciones en la Web son incorpóreas, allí somos puro nick name, y por tanto podemos “encarnar” cualquier sexualidad posible: heterosexual, homosexual, lesbiana, bisexual, travesti, transgénero, transexual, swinger, polyamor, triareja y toda aquella que se nos ocurra y se nos torne apetecible. Y aún más, para cada una de estas sexualidades podemos desarrollar personalidades diferentes: introvertida, extrovertida, liberal, conservadora, etc. Pero ni siquiera se trata del poder de Ranma 1/2, ese personaje animado que cambiaba su sexo a voluntad según se bañara con agua fría o caliente, porque de lo que aquí estamos hablando es de sexualidades síncronas: varias al mismo tiempo. Un@ puede chatear con varias personas simultáneamente, pero un@ puede también ser vari@s chateando con vari@s que a fin de cuentas pudieran también ser un@ como nosotr@s. No sospecho las consecuencias psicológicas de semejante práctica, pero la idea es demasiado seductora para detenernos por miedo a la locura.
De otro lado, las nuevas tecnologías nos han aportado una nueva forma de organizar la información, radicalmente diferente a la que, si creemos a Mc Luhan, organizó la sociedad durante varios siglos: el libro, es decir, el texto. Éste ha sido reemplazado por el hipertexto cuyo poder, que apenas empieza a ser estudiado, tendría no sólo consecuencias macro sociales, sino también neurológicas. El hipertexto se ha traído abajo la división entre autor y lector, o para decirlo de manera más general, entre productor y consumidor; lo que ha llevado a los inicios de la refundación de artes milenarias como la narrativa, la poesía y hasta la música; hablándose en la actualidad de hipercuentos, hiperpoemas e hipermúsica, cuyas características fundamentales son la pérdida del orden secuencial, y la libertad por parte del lector o el oyente no sólo de decidir el camino discursivo (ya no necesariamente coherente), sino de alterarlo y hasta de contradecirlo; pasando de consumidor a productor en la fórmula de prosumidor (un poco de ambos), explicada por Toffler en su libro “La Tercera Ola”.
Pues bien, quizá cabría la posibilidad también de hablar de hipersexualidades, en la que l@s sujet@s no siguen ya un orden lineal y progresivo con respecto a ella, sino que tienen ante sí una infinidad de caminos posibles, no necesariamente coherentes (ya dijimos), por los cuales pueden transcurrir con absoluta libertad. Lo que nos hace ya no consumidores de la sexualidad que “nos fue dada biológicamente”, sino prosumidores de las sexualidades que nos construimos culturalmente.
Paralelamente, los avances en las tecnologías de manipulación biológica en cuanto a farmacología, intervenciones quirúrgicas (sumamente complejas pero no traumáticas) y en la ingeniería genética son inmensos; lo que me hace pensar que tal vez las sexualidades del futuro, como las ciudadanías, tendrán que ser múltiples para ser. Y esta vez no estoy hablando del mundo virtual.

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