10 dic 2008

Feminismos latinoamericanos


SI OBAMA USARA FALDA NO SERÍA LO MISMO QUE SI USARA POLLERA*


Por José Luis Ramos Salinas
ramosdesal@yahoo.com


Dado de que comparto la tarea de presentación con dos expositoras, voy a permitirme, dedicar mi reflexión, no al contenido mismo del libro, sino a la estructura del mismo. Convencido además, que en este caso: forma y contenido se corresponden perfectamente, por lo que a lo mejor termine refiriéndome a la esencia del contenido sin que haya sido eso lo que me haya propuesto.
Este libro está compuesto por materiales de distinto tipo, y aunque no sé si esa haya sido la intención de la autora, creo que esta diversidad constituye la unidad de lo que entedemos por feminismo, aunque Virginia Vargas utiliza el plural: feminismos.
La particular estructura sobre la que queremos reflexionar queda manifiesta en el prólogo de Roxana Vásquez Sotelo, quien, casi al final, dice que el libro combina: «reflexiones teóricas con experiencias vividas; ensayos propios y alguno compartido y una emotiva carta y un importante pronunciamiento».
Así queda definido el feminismo, que es de lo que trata el libro: como una construcción teórica no rígida, sino polémica (por eso la forma de ensayo); como práctica viva; como subjetividad palpitante; y como una invitación a la acción política.
Por tanto el feminismo, no es como creen muchos, aun en la academia, lo contrario del machismo, pues este último es apenas una actitud, reinante, es cierto, pero mera actitud al fin y al cabo. Equiparar feminismo y machismo, entonces, es como pretender enfrentar a Bastet, la diosa egipsia con cabeza de gata, con el Chihuaha de Legalmente Rubia. Los machos no son pues Anubis, sino abundantes seres diminutos que caminan por la calle llamándose machos así mismos y que nosotras las mujeres conocemos como hombres. Uso la primera persona en femenino porque en marzo pasado algunas dirigentas del Sindicato de Docentes de la UNSA me nombraron mujer honoraria, por lo que si mi carrera como presentador fracaza, podría intentar el circo, en el papel de mujer barbuda.
El feminismo es humor también, por cierto.
Vayamos por partes.


El feminismo como construcción teórica o en la mirada está la tirada.

La situación de subordinación de la mujer, con respecto a la primacía del varón que lleva miles de años, resulta aún invisible para muchos, y para muchos más se trata de casos aislados, cuando no de algo deseable, o un lamentable destino inexorable que no nos queda más que aceptar porque así lo han determinado las leyes de la sociedad y hasta de la naturaleza. Ahora se hablan de asimetrías cerebrales.
Así, no nos queda más que cantar “Bendita sea mi madre por haberme parido macho” o si nos ponemos un poco cínicos: “Machistas son las mujeres porque les gustan los machos”.
Así, alguien que denuncie la inequidad de las relaciones sociales entre hombres y mujeres a menudo es puesto en ridículo -si se trata de una mujer­ o se pone en duda su virilidad –en caso se trate de un varón-. Semejante comportamiento desgraciadamente no es exclusivo de las colleras de esquina, sino que es también frecuente en ámbitos académicos como las universidades.
Ahora, si pasamos de la simple denuncia a la toma de posición y en consecuencia a dedicar parte de nuestro tiempo y de nuestras energías a intentar cambiar una situación que percibimos como injusta; habremos cruzado una línea que muy pocos y muy pocas se atreven.
Pero la teorías de género y las investigaciones que se hacen bajo su óptica van mucho más allá de la simple comprobación de la subordinación femenina y sus execrables consecuencias; más allá incluso de la denostada transformación de corriente académica en corriente política; sino que plantean la idea revolucionaria (verdaderamente revolucionaria) que la dominación masculina no consiste “simplemente” en la situación de privilegio de el hombre con respecto a la mujer, sino en la imposición de una perspectiva masculina con respecto a la sociedad, y a la construcción de la misma sobre la base de esa perspectiva.
Así, la conclusión resulta inevitable, hemos creado una sociedad masculina; por lo que ya no se trata “solamente” de cambiar la situación de la mujer en esta sociedad, sino de reconstruir la sociedad desde una perspectiva más equitativa mujer – hombre.
Pero aún, se ha llegado más allá, y se ha postulado la idea de que incluso aquello que pensábamos como parte del reino natural, como son el sexo y el cuerpo son en realidad construcciones culturales, y como no, otra vez edificadas desde la masculinidad reinante y excluyente.
Nuestros cuerpos (y nuestro sexo) no son el resultado entonces – por lo menos de manera exclusiva - de causas naturales; sino de un sistema de dominación cultural que es preciso acabar. Lo que corresponde, entonces, no es liberar al sexo oprimido, sino de reconfigurarlo, reconstruirlo; lo mismo vale para nuestros cuerpos.
No se trata entonces de poca cosa, sino de una transformación radical de la realidad y de la manera que tenemos de pensar en ella y entenderla.
Así, la misma ciencia y sus fundamentos han sido puestos bajo sospecha. Quienes nos dedicamos a las ciencias sociales, no podemos darnos el lujo de desentendernos de las arenas movedizas en las que las teorías de género han colocado nuestros pesados pies positivistas. Podemos refutarlas (académicamente), es cierto; pero no podemos ignorarlas. Lo que está en discusión, es una nueva manera de entender la sociedad.
Existe un dicho popular que sentencia: “Que en la mirada no está la tirada”. Yo creo que es al contrario. Lo que está en juego es la mirada, y lo que pone en juego es mucho. La teoría feminista ha demostrado que en la mirada está la tirada, por lo que dejémonos de hacer los de la vista gorda porque podemos terminar siendo mirados en lugar de mirar.
Claro que al mismo tiempo desde el título, Virginia Vargas Valente, nos advierte que existen varios feminismos, varias miradas podríamos decir ahora, y sin duda el debate será arduo pero también puede ser enriquecedor. Esta pluralidad debe entonces ser tomada como riqueza y no como fragmentalidad, sino el paso a la fragilidad y al suicidio será muy corto y cortante. La izquierda peruana ya nos dio una muestra de lo que no se debe hacer.


Marxismo, leninismo, feminismo

Mao decía en su cada vez menos famoso libro rojo, que un verdadero revolucionario combatía todo el tiempo, que no conocía el descanso, y que en cada propuesta política, en cada manifestación cultural, en cada conversación y hasta en la aparentemente más insignificante actitud no podía permanecer al margen, sino que tenía que dejar sentada la posición revolucionaria, avalando o, y sobre todo, criticando, desnudando las aparentes neutralidades con las que suelen vestirse las posiciones contra revolucionarias.
El feminismo en este sentido, creo yo, es maoista. Las feministas, como el revolucionario que reclamaba este empedernido mujeriego, deben estar atentas y combatiendo todo el tiempo. Porque lo que proponen, qué duda cabe, es una revolución. Y entonces como revolucionarias y revolucionarios deben estar vigilantes de todo acto social, público o privado, y aun íntimo que manifieste la ideología dominante que subordina a las mujeres y las coloca en situación de desventaja. Hay que ser histéricas, la revolución necesita cierta dosis de histeria.


Sé cuidar mi cuerpo, oye bien: mí cuerpo.

La lucha feminista es también una lucha por el cuerpo. Y aunque parezca lo contrario, nada más subjetivo que la piel. El feminismo palpita bajo las células de quienes lo abrazan y por ello no puede nunca ser una fría teoría, sino que es, también, una emoción.
En los últimos tiempos se exije de los académicos una impostura que raya en lo insípido, y en las ciencias sociales quieren imponerse estudios absolutamente impersonales (las tesis universitarias son un buen ejemplo), en el sentido que quien los escribe no parece en lo absoluto involucrado; como si el observador, no fuera, inevitablemente, también parte de lo observado. La sociedad toda va adquiriendo esa marca supuestamente neutral desde el punto de vista ideológico, generando una hegemonía, en el sentido gramsciano, que podríamos describir con el genial estribillo de Charly García: la sal no sala y el azúcar no endulza.
El feminismo, es pues, sal que sala y azúcar que endulza. La sal de la vida, pero la sal en las heridas también. La azucar que da calorías, pero el aspartame también. No nos engañemos, los granos feministas también tienen sus pajas.


Tenemos que cambiar el mundo si no nos gusta como está


Permítanme contar dos anécdotas personales: Cuando mi hija tenía 3 años fue a una actuación a su colegio, de pronto por micro anunciaron, «por favor los niños de inicial vayan a los vestuarios», entonces yo me paré y tomé de la mano a mi hija, pero ella me increpó: a dicho los niños, no las niñas. En otra ocasión le pedí que se pusiera su pantalón y ella muy convencida me contestó: «mi hermano se pone pantalón, yo me pongo pantalán».
Creo que de estas dos anécdotas se puede escribir todo un ensayo, más todavía si en la actuación del año siguiente cuando llamaron a los niños mi hija se paró y siguió las instrucciones.
Ahora, porque de eso no se trata, solo quiero decir que la innovación lingúística de Sofía, así se llama mi hija, puede ser entendida de dos formas: como un acto de sublevación que busca el reconocimiento de un espacio propio con todo lo que esto implica; o como la consagración de una esfera masculina y femenina predeterminadas que es precisamente en lo que se basa el dominio masculino. En otras palabras que las mujeres empiecen a llamar pantalán a la prenda que cubre las extremidades inferiores puede terminar siendo una trampa. La lucha feminista debe salvar esta y muchas otras trampas.
«Tenemos que cambiar el mundo si no nos gusta como está». Así reza parte de la letra de una canción de Piero que ahora suena lerdo, como perdonando el viento, en una sociedad en la que hay gente como Fukuyama que se atreve a proclamar el fin de la historia, y en la que quienes se dicen demócratas son asérrimos defensores del pensamiento único.
Pero para nosotros, y creemos también para el feminismo, el viejo cantor argentino, sigue siendo un buen tipo.
Aquí, quiero detenerme un instante, porque a esta parte debe el título esta presentación. Deseo reflexionar acerca de dos trampas, el sistema es bien tramposo eso lo sabemos bien.


La trampa de Lampedusa o el feminismo del libre mercado


Cuando las tribunas de los estadios de fútbol empezaron a llenarse de público femenino, y luego las canchas empezaron a hacer lo mismo; podría alguien ingenuamente haber creído, como Los Iracundos que le dan serenata a Fujimori, que el mundo está cambiando y cambiará más. Cuando la masa de millones de turistas empezó a tener en sus filas a un número creciente de mujeres, alguien pudo tararear la misma canción.
Pero yo creo que ese tarareo es un taradeo. Que la FIFA acepte a las mujeres me parece que tiene que ver más con la necesidad de generar nuevos mercados que con un cambio social. Si ahora hay más mujeres que viajan, eso creo no ha cambiado a quienes Turner y Ash llamaran, con justeza, la horda dorada.
Con los homosexuales y otras sexualidades distintas de la heterosexual ocurre lo mismo. Las series televisivas en las que aparecen como protagonistas y a veces hasta como héroes no son un síntoma de que el mundo esté cambiando, sino de la enorme flexibilidad del capitalismo que es capaz de vestirse de drag queen con tal de generar ganancias.
Después de todo algo tiene que cambiar para que nada cambie. Sino tendríamos que creer que el travestismo de Pinocho en Shrek, y el temporal afeminamiento de Makunga, uno de los leones de Madagascar, son revolucionarios. No señoras y señores, es puro dibujo animado.


La trampa de la inclusión


Muchos discursos feministas, y de otras posturas políticas, ponen su acento en la inclusión. Y por ello me permito repetir algo que sostuve acerca de la homosexualidad que me parece resulta pertinente en la ocasión:
«En la edición 152 (enero - febrero 2005) de la prestigiosa revista “Quehacer” la psicoanalista y feminista Matilde Ureta de Caplansky señala lo que ella considera un logro con estas palabras: “Otra cosa que creo que hemos ganado es tolerar mejor las diferentes modalidades sexuales. La gente considerará esto una aberración, pero creo que ahora los seres humanos que tienen una orientación sexual diferente de la heterosexual han ganado espacio. Eso me parece importante porque hace a los heterosexuales más tolerantes; tolerar las diferencias nos hace más humanos. Esto no quiere decir que las aceptemos para nosotros o las queramos para nuestros hijos; eso ya es materia de otra discusión”. Exacto, eso es materia de otra y muy importante discusión, el asunto de la tolerancia convertido en valor cuando se trata tan sólo de un mal menor. No se trata de tolerar las diversas modalidades sexuales, para usar las palabras de Ureta, sino de celebrar las diferencias. Porque sino, tendríamos que preguntarnos también ¿qué tan dispuestos están los no heterosexuales a tolerarlos? ¿Por qué la pregunta siempre se hace en el mismo sentido: la tolerancia por parte de los heterosexuales y no hacia ellos? Se trata de discriminación vestida de apertura, y a mí particularmente, eso me parece más peligroso que la discriminación franca y desembozada.
Por ello, creo que es un error lo que, en la misma revista, Mariano de Andrade insinúa: hay que vencer los estigmas que rodean la diferencia sexual para lograr que los homosexuales en general, “logren no sólo incorporarse y adaptarse a la sociedad, sino además, consigan ser aceptados plenamente”.
Estamos hablando de la sociedad de la injusticia y la estupidez, de una sociedad en la que miles de millones tienen como principales problemas de salud, enfermedades ligadas al hambre; y la minoría privilegiada (cientos de millones) no tiene una vida saludable, sino que padece de graves males ligados a la obesidad. ¿Es a esta sociedad a la que los homosexuales deben adaptarse? ¿Es a esta sociedad a la que debemos reclamarle la aceptación de sexualidades distintas a la hegemónica? No lo creo. Pienso que de lo que se trata no es de adaptarse a la sociedad ni reclamarle aceptación, sino de transformar la sociedad. No creo que el objetivo sea una sociedad en que heterosexuales estúpidos y homosexuales estúpidos convivan “felices” y gordos en el hemisferio Norte; y heterosexuales y homosexuales famélicos mueran armoniosamente de hambre en el hemisferio Sur. La discriminación sexual no es una disfunción del sistema, sino que es un síntoma de su constitución excluyente y opresora.
Reconozco que se ha avanzado algo, pero esos pasos adelante, mediados por el omnipresente y omnipotente mercado, han sufrido tales deformaciones que bien podrían ser interpretados también como retrocesos. Cambios culturales convertidos en nichos de mercado. Recordemos la Rebelión en la Granja de Orwell: los revolucionarios convertidos en chanchos por el whisky».
Quiero decir entonces que el problema no es la inclusión, sino la transformación de la sociedad, y esto que dije para los homosexuales, me parece absolutamente válido para las mujeres. El problema no es que no se quiera aceptar a mujeres en el ejército, el problema es el ejército mismo, sino recordemos las escalofriantes fotos de esa soldada norteamericana que torturaba soldados irakíes al más puro estilo de Rambo. El problema no es que en algunos colegios todavía no permitan que sus alumnas jueguen fútbol, el problema es el fútbol mismo, la mercantilización del deporte y de toda la vida social en general.
El feminismo, creo yo, por tanto, no debe pedir la inclusión de las mujeres a esta sociedad, sino luchar contra esta sociedad y por la creación de una completamente diferente. «Nunca más el mundo sin nosotras», pero también: nunca más este mundo.
Por ello me parece irrelevante que el presidente electo de Estados Unidos sea negro, para mí es tan blanco, no como Bush, pero sí como Clinton. Si hubiera ganado Hillary, la trascendencia del hecho tampoco hubiera sido realmente revolucionaria, quienes así lo plantean me parecen que atentan reformistamente contra la máxima de Saint Just: «La Revolución sólo debe detenerse con la felicidad».
Por ello, puedo afirmar que Condoleezza Rice me parece tan blanca y tan hombre como Bush, por eso el asunto no es ponerle faldas a Obama, sino polleras. Lo que quiero decir es que no basta que las mujeres participen más sino que su participación esté cargada de ideología feminista, sino tendríamos que aplaudir a las Marthas: la Chávez, la Moyano, la Hildebrandt.


Tik, tik, tik


Eduardo Galeano concluyó su discurso en el Foro Social de Porto Alegre con estas palabras: «Tik, tik, tik», que es como en Chiapas se dice «nosotros», explicó el escritor uruguayo. No sé si la traducción es exacta, en el sentido de si ese nosotros pretende incluir a las mujeres también, o si los indígenas de donde nació el EZLN tienen otra palabra para decir «nosotras». Lo que sí sé es que el feminismo es, o debe ser, ese «nosotras» que incluye a los varones, y a todos aquellos y aquellas que no se sientan ni mujeres ni hombres.
Por eso me parece importante que este libro, incluya ensayos compartidos, porque el feminismo es esa lucha por implantar una lógica social en la que la norma sea escuchar al otro, en que la alteridad sea un motivo de fiesta. En la que nunca más haya marchas, sino una sociedad en la que todos, como Nietzsche, podamos decir que solo podremos creer en un dios que sepa bailar. Porque se baila con uno mismo, pero sobre todo se baila con los demás. Y la danza es teoría, práctica viva, subjetividad palpitante, acción, y compartir. Nada más feminista que el baile.
Podemos concluir, entonces, diciendo que el feminismo es todopoderoso no por ser verdadero, como solía decirse del marxismo, sino porque derrumba o debe derrumbar todo aquello que suponíamos eran verdades inderribables.



* Texto leído con ocasión de la Presentación del libro «FEMINISMOS EN AMÉRICA LATINA. Su aporte a la política y a la democracia», de Virginia Vargas Valente. 5 de diciembre de 2008, Sala Melgar del Complejo Cultural de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.

No hay comentarios.: