27 ene 2008

César Guardia Mayorga


César Guardia Mayorga en la memoria de su hija Sara Beatriz*

Por José Luis Ramos Salinas
ramosdesal@yahoo.com



Cuando se habla de algunos personajes ilustres que destacaron en algún campo del saber humano, a menudo se obvia los aspectos de su vida que no tienen que ver con su producción artística, científica o profesional, porque estos suelen ser poco admirables. Este no es el caso de César Guardia Mayorga, hombre sabio y multifacético, pero al mismo tiempo íntegro e incorruptible; absolutamente fiel a su pensamiento y por ello insultado, golpeado, expulsado de sus cátedras, expatriado y hoy casi por completo olvidado. Pocos como él son capaces de poseer tantos méritos, porque todo lo dicho, sin duda alguna, es testimonio de virtudes innegables; porque ese es el precio que se debe pagar cuando uno es sabio, crítico y tiene ansias de justicia; y nace en una sociedad basada en la desigualdad y la injusticia.
Si leemos el prólogo del Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación Nacional, no podremos menos que recordar la preocupación de Guardia Mayorga, y de otros, por los maldecidos de este país; y tendremos que concluir que aún todo está por hacerse. Y si vemos como siguen escalando posiciones en el poder aquellos que criticaron a dicha Comisión, y que ello solo confirma, una vez más, el desprecio que el Perú oficial, fuera de toda retórica, sigue sintiendo por todo lo que sea andino; comprenderemos parte de la importancia de la obra de este insigne maestro universitario, que fue obligado a dejar la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa por presiones de la dictadura de Odría.
Sobre la vida y trabajo de César Guardia Mayorga, conversamos una tarde de octubre del 2007 con su hija y también destacada intelectual y maestra universitaria, la Dra. Sara Beatriz Guardia.



¿Dra. Sara Beatriz, cómo era el Dr. Guardia Mayorga como padre?

Estricto, generoso. Su más grande ambición era que leyéramos, y siempre estaba explicándonos algo sea después de los almuerzos o cuando nos reuníamos en la biblioteca. Regresaba de la universidad y seguía enseñando; pero no sólo a través de los libros, sino a través de otra enseñanza igualmente importante. Por ejemplo, cuando salíamos a pasear en Cochabamba, preguntaba: ¿Qué ves allí?. Veo un cerro; entonces él decía es un apu y empezaba a explicar qué era un apu en el marco de las creencias andinas. Lo mismo con las estrellas y su luz que viene de miles de años, fomentando así la curiosidad y una educación humanística desde la infancia que te lleva a formular diversas preguntas que se tornan más complejas con el pasar del tiempo. Esa forma extraordinaria de la enseñanza que viene de los griegos, que rebasa la academia, que rebasaba el libro, el aula, y que establece el diálogo. Una enseñanza permanente y un diálogo permanente entre el maestro y el alumno que no tiene escuela, que no tiene universidad, y que puede estar en cualquier lugar. Quizá por eso es tan fuerte y cala tan profundamente, porque después toda la vida se convierte en una suerte de estudio y de interpretación. Y eso es lo más grande que puede darle un padre a un niño, una herramienta notable que te permite cuestionarte y preguntarte incluso cuestiones que no puedes responderte. Crecí escuchando sobre los filósofos griegos, todos esos nombre que normalmente llegan con la universidad, los conozco desde siempre. Eso es algo extraordinario.

El Dr. Guardia Mayorga ha trabajado en varios lugares, Arequipa, Bolivia, Ayacucho, Ica…

Mi papá nació en Ayacucho. Estudió la primaria en el colegio Guadalupe de Lima, y por razones de salud la segundaria en el Colegio Independencia de Arequipa. Luego en la Universidad de San Agustín estudió y se doctoró en Derecho, Historia, Filosofía y Psicología. En 1945, publicó un libro crítico de Haya de la Torre y su concepción del espacio tiempo histórico, titulado Reconstruyendo el Aprismo, que le significó muchos problemas y enfrentamientos. Poco después, en 1948, sobrevino el golpe militar del general Odría contra el gobierno democráticamente elegido de Bustamante y Rivero, y se inició un período violento de represión contra el pensamiento progresista de entonces. Ya en 1950 y 1951, mi padre estaba marcado por la dictadura de Odría como un profesor “peligroso”, y era atacado permanentemente en el diario El Pueblo por ese estudiante mediocre que fue Enrique Chirinos. El Ministro de Educación de la dictadura, un coronel que creo se apellidaba Mendoza, le entregó al Rector de San Agustín, Fuentes Llaguno, una lista de 60 profesores calificados de comunistas, lista que después se redujo a ocho, entre los que se encontraba mi padre. Fuentes Llaguno que se había comprometido a no ceder ante la presión militar, terminó aceptando que estos ocho profesores los despojaran de sus cátedras. Es así que mi papá viajó a Bolivia, donde fue acogido por el Dr. Arturo Urquidi, Rector de la Universidad San Simón de Cochabamba. Allí fundó el Seminario de Filosofía e integró la Comisión de Reforma Universitaria.

¿Viajó con toda su familia?

Primero viajó mi papá con mi hermano César que tenía 12 años. Mis dos hermanas mayores, y nosotras tres que éramos muy pequeñas nos quedamos con mi mamá porque al comienzo a ella no le permitieron viajar. Por eso se podría decir que no conocí Arequipa, aunque persistió el recuerdo de mí casa en el Vallecito, la noción de la luz, de la lluvia, de todo ese mundo que de pronto se rompió bruscamente sin ninguna explicación porque nadie tiene tiempo para explicarles a los niños lo que sucede. Yo vine a conocer Arequipa a los 16 años, y vine expresamente a curar una herida que quedó desde la infancia.

Cuando su padre regresó al Perú las cosas no habían cambiado, incluso fue apresado por sus ideas políticas.

Cuando regresamos al Perú a mi papá le prohibieron enseñar. Así terminó toda la alegría del retorno, toda la alegría a la que nos habían preparado varios años. Porque cuando uno es pequeño y entra al colegio en otro país termina estudiando y queriendo a ese país. Las primeras fronteras que yo estudié fueron las de Bolivia, y el primer himno fue el boliviano, finalmente allí aprendí a leer y escribir. Pero mis padres siempre traían al Perú, en las conversaciones, en el recuerdo, fomentaban el amor por el Perú. Mi padre sintonizaba Radio Nacional y nos hacía escuchar la música del Perú. Todo era volver. Y cuando volvimos fue un desastre. A mi padre le prohibieron enseñar, y quien tuvo que salir a trabajar de maestra y mantener la casa fue mi mamá.
Con lo duro y difícil que ha debido ser para mi padre no poder enseñar, siguió escribiendo, y nunca desfalleció a pesar de tanta adversidad. Después ganó por concurso la cátedra para enseñar filosofía en Ayacucho, pero solamente pudo enseñar un año, porque el senador aprista Arca Parró lo volvió a sacar, ahí están los recortes de los periódicos con la huelga que hicieron los estudiantes para que mi papá regrese, pero ya no pudo hacerlo.
Luego se produjo la redada del 5 de enero de 1963 cuando en la noche varios patrulleros rodearon mi casa. Antes de abrirles deslizaron por debajo de la puerta un carné de la Policía de Investigaciones, y cuando mis padres quisieron llamar por teléfono estaba cortado. Así que no había nada que hacer. Mi papá los hizo pasar a la sala y les dijo: yo soy un catedrático de la universidad, un profesor y no un delincuente, y no voy a salir en la madrugada, sino en la mañana con la luz del día, y los policías aceptaron.
Esa noche detuvieron a mil 500 personas de izquierda en todo el Perú: intelectuales, escritores, profesores universitarios, líderes sindicales. Los llevaron a la Prefectura y cuando mi madre con otras esposas fueron a indagar sobre lo que estaba ocurriendo les dijeron que podían llevarles comida y frazadas, pero se trataba de un engaño cruel, porque ya los presos políticos estaban en el Sepa, una prisión en la selva. Allí mi padre y el doctor Hugo Pesce se enfermaron y tuvieron que traerlos de emergencia al Hospital Militar y de allí los llevaron al Sexto y al Frontón. Luego de nueve o diez meses los dejaron en libertad, sin pedirles disculpas, acusados de hacer apología del comunismo, y en el caso de mi padre porque consideraban que el materialismo dialéctico y el materialismo histórico eran peligrosos.
Después fue catedrático de la Universidad San Luis Gonzaga de Ica por cuatro o cinco años, y en la Universidad Mayor de San Marcos un par de años hasta que se jubiló.

Después de su jubilación y hasta que falleció, ¿continuó haciendo vida académica, escribiendo?

Mi papá escribió y enseñó toda su vida, sin universidad o con universidad, jubilado o no jubilado. La publicación de 40 libros nos habla de una importante producción intelectual. Siguió enseñando y recibiendo a la gente que venía a la casa a conversar con él. Esa era su vida, él no enseñaba porque tuviera un trabajo, era un Maestro en todo el sentido de la palabra.

Durante la dictadura de Odría, se dice que el Consejo Universitario de San Agustín adoptó un acuerdo, no permitir que se sacara a ninguna de sus docentes pero finalmente no cumplió con ese compromiso. ¿No hubo una suerte de desencanto por parte de su padre hacia la Universidad San Agustín?

Mi padre nació en Ayacucho pero se formó aquí, en Arequipa. Aquí estuvieron sus primeros maestros como don Juan Manuel Polar que permitía a los estudiantes de pocos recursos económicos utilizar su máquina de escribir, y que según me contó mi tío Remigio Aguirre, hermano de mi madre, conformaron un grupo que se llamaba “peripatos”, que todos los días acompañaban a don Juan Manuel Polar a su casa conversando de temas culturales. Aquí estuvieron sus amigos como Teodoro Núñez Ureta, Rodríguez Olcay, el comandante Julio César Guerrero, el tío Roberto Bueno, todas esas personas con las que compartió afectos, compromisos, ideales. Aquí se casó con mi madre, nacieron sus hijos, construyeron su primera casa y la biblioteca. Eso es algo que nunca se olvida. Bolivia fue un país que lo acogió con un gran afecto y donde tuvo grandes amigos, pero no era su país. La prueba es que regresó apenas se lo permitieron.
No creo que él haya sentido que la Universidad de San Agustín le fallara, los que fallaron fueron personas que no estuvieron a la altura de las circunstancias históricas, pero no la universidad. Tampoco sé porqué no regresó a Arequipa, no recuerdo si alguna vez oí hablar de eso.

Él donó su biblioteca a la Universidad de Ica

Los libros de filosofía de la biblioteca de mi papá fueron donados por mi madre y por nosotros a la Universidad de Ica, al Instituto de Filosofía que él fundó.

Tenía un cariño especial por esa universidad.

Quiso mucho a la Universidad de Ica, pero en realidad él quiso a todas las universidades donde trabajó. La Universidad de San Agustín fue el primer amor que nunca se olvida, donde se formó y donde trabajó. Se sintió muy bien en Bolivia, en Cochabamba, en la Universidad San Simón; la Universidad de Ayacucho, fue muy importante para él porque era donde había nacido, donde pudo regresar a enseñar. Y donde estuvo mejor en los últimos años de su vida fue en la Universidad de Ica, por varios motivos: primero porque los estudiantes nunca permitieron que lo saquen, nunca permitieron que lo maltraten por sus ideas, y donde pudo enseñar como quiso, y desplegar toda su capacidad. Además, por la cercanía con Lima nunca se desligó de los estudiantes que incluso en los meses de verano venían a la casa a conversar con él.
Pero en realidad mi papá no dejó sus libros a la Universidad de Ica, mi papá nunca quiso que su biblioteca se dividiera; cuando estaba enfermo le preguntamos si podíamos llevar la parte de filosofía a Ica y dijo que sí, pero su voluntad fue que la biblioteca no se dividiera. Cuando Juan Manuel Guillén era Rector de la Universidad de San Agustín y le pusieron el nombre de mi padre a la Biblioteca de Ciencias Sociales yo traje libros de mi padre.
A Ica fuimos con mi madre llevando los libros que donamos, ordenados, fichados y con el sello de mi padre. Mi madre por escrito solicitó que se le adjudicara a los libros un lugar aparente y una persona especializada en el tema para su clasificación, eso fue en 1985. Pero cuatro o cinco años después, un día me llamó Pablo Macera y me pidió que fuera al Parque Universitario inmediatamente. Yo fui y me di con la triste sorpresa de que en el suelo se estaban vendiendo varios de los libros de mi papá que habíamos donado. Mi madre le escribió al Rector de entonces para que aclare lo sucedido. Le respondió pidiendo disculpas, pero nunca supimos cómo fueron robados ni quienes lo hicieron. Incluso algunos de esos libros los compre y los tengo en mi casa.

Su padre además de la labor filosófica ha trabajado mucho con la cultura quechua.

Mi papá fue un lector muy cuidadoso de Mariátegui, que significó una importante influencia, por eso cuando los hijos editaron el libro Peruanicemos el Perú, le pidieron que prologue este volumen. La tarea de peruanizar el Perú tiene que ver con un proceso integrador de un país desarticulado, donde se excluye al indio por ser indio, y donde los modos de la colonia -de esa cultura que se superpone y aplasta a otra- es lo que había conformado hasta ese momento lo que era ser peruano. Mi papá siempre sostuvo que no habrá liberación ni identidad nacional mientras se excluya al indio en términos culturales, históricos y sociales. No es posible excluir a 6 ó 7 millones de indígenas de un país de 23 millones de habitantes con un alto porcentaje mestizo, además. Lo que sucede es que aquí no tuvimos una revolución agraria como en México, y no se reivindicó el mestizaje; por el contrario se despreció a los indios, cómo vestían, qué comían, y por supuesto qué idioma hablaban. Yo creo que escribir una Gramática Quechua y un Diccionario Quechua-Español, constituyen un hecho extraordinario de mi padre. Es cierto que ya habían los trabajos de Middendorf, de González Holguín, no digo que fuera la primera gramática ni el primer diccionario, pero aparecieron en un momento clave y el diccionario tiene ya ocho ediciones. Él quería un Perú donde se hablara español y quechua, y que entendiéramos el mundo andino en el contexto de un país más integrado, una nación integrada socialmente, culturalmente, históricamente.

Durante los años difíciles del exilio y de la cárcel, ¿no originaron que en algún momento la familia le pidiera que desistiera de sus ideas y que se dedicara al bienestar material de los suyos?

No. Nunca. Quizá la única vez que hubiéramos querido algo diferente fue cuando Belaúnde Terry le ofreció ser senador por Ayacucho y él no aceptó. Belaúnde y mi padre se habían reunido varias veces para conversar porque Belaúnde durante su campaña electoral quiso hablar quechua, recorrer así el Perú en mejores condiciones para comunicarse con la gente, y fue mi padre quien le dio clases de quechua. Entonces cuando ya era presidente tuvo un gesto que lo dignifica, porque vino a ofrecerle ser senador, ocupar un cargo en el gobierno, y mi padre le agradeció pero le dijo que lo más probable era que tuvieran divergencias y que él no iba a renunciar a sus ideas por un ministerio o una senaduría.
En ese momento no teníamos dinero, y era mi mamá quien trabajaba como maestra para sostener la casa porque a mi padre lo habían sacado de la Universidad San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho. La explicación que nos dio mi padre fue que él quería ser recordado como un maestro, como alguien profundamente comprometido con el Perú pero desde otra perspectiva. Para mantener una conducta así se necesita primero una gran dignidad que él siempre la tuvo, y una gran claridad para ver su destino. Cuántas veces las personas renuncian a su destino por presiones familiares, por cuestiones económicas, o porque no resisten la adversidad; pero él no cambió ni traicionó su destino.
Es cierto que esto implica un grado de sacrificio de la familia, sobre todo de mi madre. Una mujer extraordinaria que salió al frente cuando tuvo que hacerlo, en silencio, como ella es, sin grandes voces ni proclamas, pero con una gran tenacidad y firmeza. Fue ella quien me hizo valorar lo que significamos las mujeres, el valor que tenemos para enfrentarnos a todo en defensa de nuestros hijos. Fue ella quien estuvo cuando todo parecía fallar, quien viajó con nosotras llevando la biblioteca, y fue mi hermano Cesar quien regresó de Bolivia trayendo los libros, cajas y cajas de libros. Además mi madre venía de una familia que tenía haciendas, dinero, que se educó en los Sagrados Corazones entre las monjas, entonces tiene doble valor. Claro que también renegaba, se molestaba, decía que los libros eran para mi padre lo más importante. Pero siempre estuvo donde debía estar, una mujer amable, serena, discreta, con una gran calidad humana, a quien nunca escuché levantar la voz ni decir nada impropio. Sin ella, seguramente no hubiéramos podido salir adelante como familia.

* Entrevista publicada en la revista de la Universidad Nacional de San Agustín: "Agustino", N. 41, noviembre de 2007.
La imagen que ilustra esta entrevista es un dibujo que Teodoro Núñez Ureta le hiciera en 1957 a su amigo de toda la vida Cécar Guardia.

6 comentarios:

juns dijo...

He leido con detenimiento y cautela el articulo y hasta hace algunas horas conocia poco o nada del Dr. Guardia Mayorga. He escuchado hablar acerca de algunos de sus libros pero jamas me imagine que tenia 40 publicaciones, que lamentablemente muchos o todos de esta generacion desconocemos.
Nadie mas que su hija para conoserlo y describirlo fuera y dentro de las aulas universitarias. El Dr. fue un hombre que siempre lucho por sus ideales, "fue un hombre que quiso que se le recordara como un gran maestro,como alguien comprometido con el peru..." y la mejor forma de recordarsele como el quizo esta por encima de cualquier articulo o por encima de cualquier homenaje; la unica forma de recordarle como un verdadero maestro comprometido con el peru es leyendo sus libros, conociendo y sintiendo el socialismo que os ilumino.
Ni la hija ni el joven de las preguntas mencinarion acerca de nuevas ediciones de sus libros. Tener presente que no hay mejor forma de recordarlo que leyendo sus libros, no pensar en mas articulos ni en mas homenajes, pensar en tratar de re-editar sus libros, seria hacerle el mejor homenaje al querido maestro ayacuchano,que vivio y lucho siempre por un ideal; el socialismo.

José Luis Ramos Salinas dijo...

La Editorial Amauta ha prometido reeditar algunos de los textos de Guardia Mayorga, ojalá sea pronto.

CEF-UNE-C.A-G.M. dijo...

www.cef-une.tk

Unknown dijo...

EL PENSAMIENTO DEL MAESTRO GUARDIA NACIO DEL PUEBLO Y SU ENTREGA DEBE SER A ESTE, NO SE DEBE PERMITIR QUE EL MEZQUINO LIBRE MERCADO LIMITE LA DIFUSION DE SUS OBRAS POR INTERNET. ASÍ ROMPEMOS LAS CADENAS DE LOS TRAFICANTES, DE LOS LADRONES (COMO HACE MENCION SU HIJA) QUE VENDEN SU OBRA SIN QUIZA SABER SU VERDADERA IMPORTANCIA, SUS APORTES DEBEN SER PARA EL PUEBLO Y SU INTELECTUALIDAD QUE SALE DE LAS PAREDES DEL ELITISMO INTELECTUAL PARA SER DE SERVICIO A LOS INTERESES Y NECESIDADES DEL PUEBLO. INSISTO SU INMEDIATA DIFUSION LIBROS POEMAS PENSAMIENTOS, MUCHOS EXITOS EN ESTA GRAN NUEVA TAREA

José Luis Ramos Salinas dijo...

En Sociología se dice que la categoría "pueblo" es peligrosa, porque nadie sabe exactamente lo que significa. ¿Qué es lo que establece quién es del pueblo y quién no? Pero, dejando de lado esto, pues sí, la Red es una buena oportunidad para difundir trabajos y pensamientos de diversos autores, en este caso, los del Dr. Guardia Mayorga; pero no olvidemos que solo un quinto de la población mundial tiene acceso a esta tecnología; y en el Perú las estadísticas no son más auspiciosas.

Unknown dijo...

Por una tarea de Filosofía, busque un filósofo peruano y Google me ofrece a Cesar Augusto Guardia Mayorga. He revisado mucha información hasta que encontré este artículo y muy conmovida me atrevo a realizar el siguiente comentario: "Actualmente es difícil encontrar personajes íntegros y de noble dignidad en los que prime los principios morales, la justicia, la equidad y sobre todo la incorruptibilidad; ante lo leído me declaro admiradora de Cesar Guardia, de sus ideales y su infatigable lucha y convicción con que actuó siempre a pesar de las adversidades.